En algunos relieves mesopotámicos aparece la figura de un ser con cabeza de ave, cuerpo humano musculoso y unas bonitas alas, sosteniendo un objeto con asa en una mano y una especie de piña en la otra. Se trata del dios Nisroch. Se ha hecho muy popular gracias a internet, ya que las páginas magufas sostienen que es un extraterrestre, el cual llevaría una bolsa en una mano (no explican en qué supermercado hacía la compra) y un aparato de alta tecnología en la otra, a caballo entre un láser-digital-atómico-escarolitrópico-gnésico y el comunicador del capitán Kirk. La realidad es un poco más vulgar. La bolsa de la compra es un balde de agua bendita, algo muy común en muchas religiones, y la piña… es una piña. O para ser exactos, es un Mullilum (acadio) o Mash-Mash (sumerio), o sea, un hisopo, ya que en la religión mesopotámica ya se acostumbraba a esparcir agua bendita sobre los fieles, o en este caso, sobre los jardines para que dieran buen fruto. Ya desde tiempos de Sumeria lo sacerdotes descubrieron que una piña era fantástica como aspersorio. Con el tiempo acabaron fabricándolas con materias preciosas, como es típico de cualquier religión.

Nisroch

Pero sigamos con el bueno de Nisroch, el cual no comenzó su carrera empapando al personal, sino haciéndole la vida imposible. Las primeras referencias a él las encontramos en tablillas asirias, y se le describe como un demonio peligroso. Ya hemos advertido en otros artículos que los demonios mesopotámicos no eran malignos en el sentido judeocristiano al que estamos acostumbrados hoy en día. Incluso aunque se les representara con formas terroríficas no eran maléficos por naturaleza. Solo hacían su trabajo, que consistía en jorobar a aquellos que molestaran a algún dios. O sea, que no era nada personal, solo negocios. Eso significa que los humanos podían recurrir a ellos para conseguir alguna cosa buena, si es que les doraban la píldora lo suficiente.

En su origen como demonio Nisroch era sirviente de Nusku, el dios del fuego y la luz asirio. Cuando alguien molestaba a Nusku, o a su superior jerárquico Ninurta, nuestro demonio se encargaba de inspirarle iniciativas de tipo sexual que, en ocasiones, podían tener terribles consecuencias para el susodicho. Por ejemplo, el incesto, que en Mesopotamia podía castigarse con la muerte, o la infidelidad, que como es habitual, en el caso de los hombres acababa en multa y en el de las mujeres normalmente en muerte. Esa era la parte desagradable. La buena es que mejoraba el ambiente de las orgías. Nisroch estaba casado con una diablesa llamada Kenel, la cual era aficionada a acostarse con humanos y desplegar una impresionante originalidad sexual, aparte de practicar el voyerismo con su esposo. Ambos constituían el dúo sexual más imaginativo de los dos ríos. Vamos, que no escribieron el kamasutra porque en cuneiforme habría sido poco sugerente. En algunas webs indican que esto es parte de su aspecto maligno -volvemos con ello a las interpretaciones influenciadas por la cultura judeocristiana-. Para los mesopotámicos el sexo no era ni negativo ni malo. Los asirios, en concreto, eran aficionados a celebrar alguna que otra orgía de vez en cuando. Por ello, invocar a un demonio que te iba a inspirar alguna nueva posturita con la que acabar la noche con una sonrisa en los labios, no tenía nada de malo. Al contrario, era de lo más aconsejable.

Y es entre desenfrenos y bacanales como Nisroch empezó a ascender como la espuma en el escalafón. Con él se produjo una de esas carambolas que a veces sucedían en la mitología mesopotámica, porque con un panteón compuesto por miles de dioses era normal que alguno perdiera influencia y que otro la ganara. Dioses importantes en los primeros tiempos terminaron medio olvidados, y mindundis de los que nadie hablaba en las recepciones del palacio de Enki acabaron teniendo zigurats propios. Nusku perdió importancia poco a poco, incluso le cambiaron el nombre por el de Girru en tiempos de Babilonia, tal vez para dejar clara su pérdida de influencia. Nisroch, en cambio, debido a que se recurría de vez en cuando a él, en fiestas y sábados por la noche, estaba en boca de todos, y ya sabemos aquello de que es mejor que hablen de uno aunque sea mal, pero que hablen. Como era de esperar acabó tomando sobre sí las características divinas de Nusku y siendo deificado. Una prueba curiosa de esto, aparte de las referencias en tablillas más recientes donde ya se le nombra como un dios, es que en la Biblia los judíos le confundieron con uno de los grandes jefes del panteón. En unos de sus pasajes el rey asirio Senaquerib es asesinado en “el templo de Nisroch” en Kalhu. Gracias a las excavaciones, sabemos hoy en día que el templo estaba dedicado a Ninurta, dios agrícola y de la guerra, entre otras cosas. Algún rabino, en Babilonia, se hizo un lío y se coló al escribir el pasaje bíblico, pero en todo caso, esto deja claro que todo el mundo hablaba de Nisroch, para bien o para mal.

Su carácter divino se afianzó en tiempos de Babilonia, aunque con el problema de que perdió la parte lúdico-festiva y sexual. Para los babilonios el sexo andaba más relacionado con la fertilidad, con lo que directamente le convirtieron en el jardinero de los dioses. Y en ese cómodo papel es donde lo encontramos en los relieves, bendiciendo a las plantas de los jardines y las huertas, para que el dios Marduk pudiese regalarle todos los años unos calabacines a Ishtar, a pesar de que ella cocinar, lo que se dice cocinar, cocinaba poco.

Visto en perspectiva, es toda una carrera con su licenciatura final en divinidad. Nisroch pasó de matón altamente peligroso, que limpiaba los trapos sucios de su jefe y organizaba sus fiestas privadas con bailarinas exóticas, a suplantarlo y quedarse con su barrio y sus negocios, para finalmente acabar sus días en un retiro otoñal y agradable cuidando una bonita huerta, como si de un anciano padrino mafioso se tratara. Sin duda Mario Puzo habría escrito una interesante novela con su historia.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro