El tabaco llegó al continente europeo con el descubrimiento de América, de donde es originaria la planta. Aunque al principio se utilizaba incluso como remedio contra ciertas enfermedades —de hecho el primer europeo que lo cultivó fue Francisco Hernández de Toledo, médico de Felipe II—, hoy en día todos estamos concienciados —incluso los fumadores— de sus males. Ya en 1590, el papa Urbano VII, que solo estaría trece días al frente de la Iglesia, promulgó la primera prohibición de fumar en lugares públicos. Amenazó con excomulgar a todo aquel que tomase tabaco a las puertas o en el interior de las iglesias, ya fuese masticado, fumado en pipa o aspirado en polvo por la nariz.
Ante dicha prohibición, el aventurero y gran seductor Giacomo Casanova supo buscarse la vida para seguir fumando en sus aposentos mientras era novicio al servicio del cardenal Acquaviva. El resto de los novicios fumadores intentaron conseguir la misma dispensa del cardenal, pero obtuvieron un no por respuesta. Estos decidieron interrogar a Casanova par ver cómo lo había conseguido. Casanova les preguntó cómo le habían formulado la pregunta al cardenal:
—Eminencia, ¿podemos fumar mientras meditamos? —contestaron.
—No lo habéis hecho bien, yo le pregunté: Eminencia, ¿puedo meditar mientras fumo? Y la respuesta fue afirmativa.
Pero no serían solo los cristianos los que prohibirían fumar, el sultán del imperio otomano Murad IV también lo prohibió.
Lo primero que hizo nada más llegar al poder en 1623 fue aplicar la ley del fratricidio, una tradición otomana impuesta en el sligo XV por Mehmed II el Conquistador para evitar guerras civiles. Cuando se nombraba a un nuevo Sultán, todos los posibles herederos (hermanos, tíos, primos…) eran estrangulados con una cuerda de seda -Murad ordenó matar a tres hermanos-. La mayor matanza tuvo lugar en la sucesión de Mehmed III, cuando diecinueve miembros de su familia fueron asesinados. Esta práctica fue abandonada en el siglo XVII por Ahmed I y sustituida por la prisión en la Kafes (jaula), un conjunto de habitaciones en el palacio de Topkapi donde los posibles sucesores al trono se mantenían bajo arresto y en constante vigilancia. Otra de las medidas que implantó fue la prohibición del alcohol, el tabaco y el café. Ordenó la ejecución inmediata de todo aquel «que osara fumar sobre cualquier lugar de la tierra bajo mi soberanía«. Incluso se cuenta que por las noches, disfrazado como un súbdito más, recorría las calles y las tabernas para ver si se cumplía la prohibición, y si te pillaba in fraganti… él mismo te ejecutaba. Eso sí, parece que la prohibición sólo afectaba a sus vasallos, porque él era un alcohólico de manual. Aun así, hubo quien intentó saltarse la prohibición tirando de ingenio -es lo que tiene los vicios, que cuesta dejarlos-. Interpretando literalmente la prohibición del sultán, uno de sus súbditos excavó un sótano bajo su casa para poder seguir fumando sin incumplir los términos de dicha prohibición. Un vecino de este —¡cómo son los vecinos!— lo denunció y el sultán lo hizo arrestar para matarlo. Cuando estuvo frente a Murad IV trató de defenderse alegando que…
La ley prohíbe fumar SOBRE cualquier lugar de la tierra bajo su soberanía, pero nada dice de hacerlo debajo.
Aquella muestra de ingenio le salvó la vida, y la prohibición se extendió a todos los lugares… incluso bajo tierra.
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