La guerra proporciona a los hombres el escenario psicológico perfecto para desahogar su desprecio por las mujeres.

Así de contundente se mostraba Susan Brownmiller, la periodista y activista estadounidense, en su libro Contra nuestra voluntad: hombres, mujeres y violación (1975), en el que planteó la violación como un problema político, un acto de poder y un «arma de guerra”. Un acto tan miserable, como repetido a lo largo de la historia.

La violencia en general, y la sexual en particular, han sido un modo más de expresar el dominio del hombre sobre la mujer, convirtiéndose en esencia del patriarcado. La mitología griega no solo refleja en sus contenidos la discriminación sexual imperante en la sociedad antigua, sino que a través de los mitos se contribuía a la naturalización y legitimación del patriarcado. Si os paráis un momento a pensar o rascáis un poco en el mundo de la mitología, veréis los numerosos casos de raptos y violaciones. De hecho, Zeus, el padre de los dioses y los hombres, lejos de tener una actitud modélica, fue un violador reincidente y sin miramientos: unas veces por la fuerza y otras sirviéndose de engaños o transformándose en otro ser, a solas o en compañía de otros. Un violador en serie. Otro ejemplo, la Ilíada, considerada, junto con la Odisea, las composiciones más importantes en la literatura de la Antigua Grecia, son fiel reflejo del todo ello: rapto de Helena de Esparta por el príncipe Paris de Troya, la guerra y sus correspondientes violaciones. Dice Homero…

Por eso, que nadie se apresure a regresar aún a casa antes de acostarse con la esposa de alguno de los troyanos, y cobrarse venganza por los llantos de Helena.

El rapto de Helena (1770) – Gavin Hamilton

También en la tragedia Las fenicias, de Eurípides, queda claro que la violencia contra las mujeres en los conflictos bélicos es norma habitual:

Verás a esta ciudadela tebana sometida, verás a muchas doncellas cautivas ultrajadas con brutalidad por los guerreros enemigos.

Y en Roma, heredera de la mitología clásica, siguieron el mismo patrón. Como ejemplo, dos hechos relevantes de su historia: sus orígenes y el derrocamiento de la monarquía y la implantación de la República.

Según la leyenda, los hermanos gemelos Rómulo y Remo  fundaron Roma en el 753 a.C., y el primer rey sería Rómulo que mató a Remo por una disputa de lindes. Por cierto, una pregunta: ¿fueron amamantados por una loba de 4 patas… o de dos? Según la mitología, los gemelos habría sido abandonados y una loba los amamantó. Yo creo que una loba se los habría merendado… y que los crio una de dos pata, porque lupa, en latín, además de loba es puta. Y de ahí, por ejemplo, viene el término lupanar, que es un prostíbulo. Pero claro, para los hijos de la Urbe decir que son hijos de una puta, es muy fuerte. Así que, en una de las mejores campañas de marketing de la historia le dieron la vuelta y se inventaron la leyenda que ha llegado hasta nuestros días. Pues eso, que fundaron Roma. Los hermanos tenían diferentes opiniones de dónde fundar la ciudad y decidieron consultar el vuelo de las aves. Rómulo vio doce buitres volando sobre el monte Palatino y Remo vio seis en otra colina. Entonces Rómulo, para delimitar la nueva ciudad, trazó un recuadro con un arado y juró que mataría a quien osase traspasarlo. Remo, pensando que no se atrevería o porque era un poco chulito, atravesó la línea y su hermano lo mató, quedando Rómulo como el único y primer rey de Roma. Para poblar la ciudad recién creada, el rey aceptó todo tipo de prófugos, refugiados y desarraigados de las ciudades vecinas, pero la colonia estaba formada íntegramente por varones. Sin mujeres, harto difícil que Roma perdurase. Pusieron anuncios en todos los medios de comunicación, tipo la película de vaqueros Caravana de mujeres, pero nadie acudió, por lo que decidieron hacerlo por la fuerza. Invitaron a los sabinos, que habitaban la vecina colonia del Quirinal, a una especie de juegos con un banquete final, y allí que fueron ellos. A la señal de Rómulo, y cuando el vino ya hacía de las suyas, los romanos raptaron a las sabinas y echaron a los hombres. Después de aquellos momentos de desconcierto y sin saber qué iba a ser de ellas, Rómulo las reunió y les dijo que no temiesen por sus vidas, que simplemente deseaban casarse con ellas y tener hijos. Los sabinos juraron venganza y les declararon la guerra. Lógicamente, se lio la de Dios es Cristo. En un momento del combate, en una célebre escena, múltiples veces representada en el arte, las sabinas se interpusieron entre los contendientes para que parasen aquella batalla que, independientemente de quien saliese victorioso, ellas perdían. Si ganaban los sabinos, perderían a sus maridos, y si vencían los romanos tendrían que llorar la muerte de padres y hermanos. De modo que los contrincantes depusieron las armas y firmaron la paz.

El rapto de las sabinas (1799) de Jacques-Louis David.

También en el derrocamiento de la monarquía romana, en 509 a.C., fue protagonista una mujer o, mejor dicho, la violación de una mujer. En este caso, la patricia Lucrecia. Por cierto, otra historia, al igual que el rapto de las sabinas, que ha cautivado a artistas de todas las épocas y de todas las disciplinas.
Según nos cuenta el historiador Tito Livio, en Ab Urbe Condita, estaban un día de copas Sexto Tarquinio, hijo del rey Lucio Tarquinio el Soberbio, y su primo Tarquinio Colatino, y la conversación les llevó a discutir por cuál de sus esposas era la más virtuosa. Es lo que tiene el vino, que te suele llevar por los cerros de Úbeda. Así que, decidieron visitar a sus respectivas esposas para ver qué hacían. Y ganó Lucrecia, la mujer de Colatino, a la que encontraron tejiendo en casa, mientras la de Sexto estaba de rebajas. Sexto era el hijo del rey y no iba a permitir que aquello quedase así. Aprovechando la ausencia de su primo, Sexto se presentó en caso de Lucrecia y la violó. Ahora, Lucrecia ya no era la más virtuosa. Había perdido el honor. Lucrecia envió un mensaje a su padre y a su marido para que regresasen a casa. Les contó lo ocurrido y se clavó en el corazón un cuchillo que tenía oculto entre sus ropas… y allí mismo murió. A pesar de ser ella la violentada y forzada, la agresión sexual implicaba un ultraje en el honor familiar de la víctima, y con su muerte limpiaba su honor y el de su familia. Su padre y su esposo juraron venganza…

Por esta sangre pura, yo juro delante de los dioses que perseguiré a Lucio Tarquinio el Soberbio y a toda su cruel familia con fuego y hierro, y que ninguno de ellos, ni otro alguno, será de hoy en adelante rey de Roma.

Tras asegurarse el apoyo del ejército y del pueblo, horrorizados por la violación, obligaron a Tarquinio el Soberbio y a sus hijos a exiliarse. De esta manera, la violación de Lucrecia habría sido la razón del fin de la monarquía y el surgimiento de la República romana.

La muerte de Lucrecia (1870) – Eduardo Rosales Gallinas

Y como aquí hay para todos, en la Biblia también tenemos algunos casos. En Zacarías 14:2 dice así…

Porque yo reuniré a todas las naciones en la batalla contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y las casas serán saqueadas y las mujeres violadas; y la mitad de la ciudad irá al cautiverio.

Asimismo, en Isaías 13:16…

Y sus niños serán estrellados delante de sus ojos; sus casas serán saqueadas, y violadas sus mujeres.

Lógicamente, es más fácil digerir este miserable crimen cuando hablamos de la Antigüedad. Es como si el tiempo pudiese crear una barrera de seguridad para afectarnos lo justo, no vaya a ser que pensemos que nuestro legado cultural grecolatino, en el que se apoya la simbología y las tradiciones del mundo occidental, es ciertamente perturbador. Y así, poder decir, “pero eso son cosas de hace muchos siglos, que no podemos juzgar con nuestra mentalidad”. Y es verdad que sería un error juzgarlo, pero lamentablemente ha sido una constante a lo largo de la historia, y la ignorancia u ocultación de esta conducta ha tenido que ver con que, históricamente, la violación se ha considerado una conducta habitual durante las guerras. En general, la violación se ha considerado consecuencia de los conflictos bélicos. En definitiva, un acto inevitable y necesario para lograr la victoria.

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