Sólo es una pregunta que podría plantearse si hacemos caso a la leyenda sobre el origen del croissant.

La Batalla de Kahlenberg,  también llamado Segundo Sitio de Viena, tuvo lugar en 1683. Tras asolar los Balcanes y toda Hungría, ahora tocaba el turno a la capital imperial del Sacro Imperio Romano Germánico. Unos 150.000 soldados turcos, al mando del visir Kara Mustafá, pretendían conquistar la ciudad como puerta de la islamización de toda Europa Central. En 1529 ya se había producido el primer sitio de Viena por las tropas turcas al mando del sultán Süleiman I Kanuni.

El emperador Leopoldo I solicitó la ayuda al Papa. Éste, llamó a cruzada y acudieron todos los países cristianos de Europa (excepto el propio rey de Francia, al que llamaron «el rey Moro»), siendo notable la presencia de polacos y alemanes. Las fuerzas cristianas derrotaron al ejército turco en una batalla librada delante de los muros de la ciudad el 12 de septiembre.

Para celebrar la victoria,  los pasteleros vieneses crearon el croissant, cuya forma se debe a la media luna presente en la bandera turca. Comerse un croissant representaba comerse a un turco y, por tanto, vengarse de ellos.