Desde que el hombre es hombre, y seguro desde la Revolución Neolítica, las hambrunas han sido compañeras de viaje de la humanidad y, lamentablemente, no son (ni serán) cosa del pasado. En este artículo no me refiero a hambrunas causadas por malas cosechas (como la hambruna irlandesa de mediados del XIX por la enfermedad que arrasó los cultivos de patata), sequías u otros fenómenos meteorológicos extremos, epidemias o guerras (como el fallido Hungerplan, el plan de Alemania nazi ideado en 1941 que preveía que la producción soviética de alimentos se destinara a abastecer a Alemania, a costa de la población civil y de los prisioneros de guerra soviéticos a los que se dejaría morir de hambre), sino a aquellas que tienen un responsable directo, un protagonista cuyas decisiones ocasionaron millones de muertos por inanición.

Stalin

Con la Revolución rusa de 1917 caía el régimen zarista y los ucranianos creyeron ver su oportunidad para conseguir la independencia. Con la llegada de los bolcheviques al poder, encabezados por Lenin, los aires de libertad en Ucrania desaparecieron cuando el Ejército Rojo recibió órdenes de devolver la oveja descarriada al redil de la hoz y el martillo. Tras más de dos años de lucha soterrada, los bolcheviques se hicieron con el control de Ucrania. Los años de guerra, la confiscación del grano de sus fértiles tierras como tributo de guerra y una pertinaz sequía provocaron en Ucrania una terrible hambruna en 1921. Lenin, ante aquel terrible panorama, suspendió la confiscación de grano y suavizó las nuevas medidas económicas de colectivización que consiguieron aliviar temporalmente el hambre en la región. La muerte de Lenin confirmó el dicho que reza «otro vendrá que bueno te hará», y llegó Stalin.

Para Stalin, eso de la humanidad debía ser una tara de los capitalista. Aplicó su primer plan quinquenal (1928-1932) para conseguir la transformación radical de las estructuras económicas y sociales soviéticas sin ningún tipo de miramientos. Para ello, se colectivizó la agricultura expropiando las tierras, las cosechas, el ganado y la maquinaria; se reguló la producción y la mayor parte de las cosechas de cereal se destinaron a la exportación y compra de productos manufacturados para la rápida industrialización. Todas estas medidas cambiaban radicalmente la fisonomía de una sociedad mayoritariamente agrícola que debía someterse al control total del Estado. Stalin fue especialmente riguroso y estricto, al contrario que su antecesor, con la implantación de estas medidas en Ucrania, donde topó con los terratenientes (kulak), una excusa perfecta para las futuras maniobras de Stalin en Ucrania. Los kulaks desaparecieron misteriosamente y sus tierras fueron expropiadas, las propiedades de los pequeños agricultores independientes fueron confiscadas y éstos obligados a trabajar en las granjas colectivas. Los que se negaban eran deportados a Siberia —más de ochocientos mil—, de donde la mayoría de ellos nunca regresó. Por si esto fuera poco, en 1932, Stalin ordenó incrementar la producción de las granjas colectivas de Ucrania para disponer de más grano para las exportaciones. Apenas quedaba nada para las familias e incluso se bloquearon las fronteras para que no pudiese llegar comida del exterior. El hambre y la muerte se extendieron por todo el país. Veinticinco mil personas, sobre todo niños, morían de inanición cada día. Entre 1932 y 1933, unos ocho millones de ucranianos murieron por un arma de destrucción masiva llamada hambre.

Monumento a las víctimas del Holodomor (Kiev)

 

Stalin siempre negó el genocidio ucraniano (Holodomor) e incluso llegó a contar con un aliado inesperado: el corresponsal del The New York Times en Moscú, Walter Duranty. Los informes de Duranty en esta época afirmaban:

Cualquier informe de hambruna en Rusia es hoy una exageración o propaganda maligna. No hay hambre o muertes por inanición.

Mao Zedong

El caso de Mao Zedong tiene que ver con el Gran Salto Adelante (1958), un proyecto que se implantó en 1958 para convertir a China en una gran potencia, en aquel momento eminentemente rural, escasamente industrializada, pobre y con una agricultura atrasada. Mediante la movilización masiva de la mano de obra, que supliría la falta de tecnología y de capital económico, se pretendía incrementar rápidamente la producción agrícola con la colectivización de la tierra y la constitución de comunas, y en base a ella, potenciar la industria. La agricultura sería la base de la economía y la industria el factor principal.

La reforma en el campo estaba dando grandes resultados, gracias al buen clima de ese año y al fervor revolucionario inicial. No obstante, habría que señalar que los informes no eran del todo fiables, ya que algunos responsables locales del partido falseaban datos para adjudicarse méritos y así poder hacer carrera política. Tan buenos eran los datos, que se vinieron arriba y pasaron a exportar grano, cuando hasta la fecha habían tenido que importarlo. Y si el primer paso había tenido éxito, aumentar la producción agrícola, ahora había que potenciar la industria, por lo que millones de agricultores se retiraron de los campos y se emplearon en incipientes industrias y grandes obras públicas, como la construcción presas. La manipulación de datos, la exportación de grano y la movilización de millones de campesinos para trabajar en proyectos megalómanos, hizo que apareciesen las primeras hambrunas a principios de 1959. Con la primera ola de hambrientos y muertos, las noticias llegaron a Mao, y, como buen dictador que siempre tiene la razón, empezó a pensar en robos de grano y conspiradores intentando boicotear su proyecto. Así que, se lanzó una campaña para encontrar a los conspiradores y el grano oculto, que tuvo como resultado purgas, torturas y muerte. Y los miembros del partido que trataron de hacerle ver que los episodios de hambre eran reales… desparecieron.

Así que, aunque la cosecha de 1959 se había reducido enormemente, los responsables locales del partido no se atrevían a informar, y lo que hicieron, para cumplir los objetivos, fue cuadrar las cuentas con algunos redondeos y confiscando parte del grano destinado a los propios agricultores para alimentar a sus familias. Las consecuencias se pagarían a comienzos del año siguiente, cuando aumentaron las muertes por inanición. Como Mao seguía creyendo en su plan, busco “otro” responsable de aquellas muertes, y lo encontró en las enfermedades endémicas como la tuberculosis, la malaria o la peste.

Las primeras medidas, como campañas masivas de vacunación o mejorar las infraestructuras de abastecimiento de agua potable y saneamiento, fueron efectivas en los grandes núcleos urbanos, pero fue imposible implementarlas entre la población rural. Así que, se puso en marcha el proyecto de las Cuatro Plagas: el gobierno chino decretó que fueran eliminadas las especies que transmitían las enfermedades infecciosas (como mosquitos y ratas), las moscas y, ya puestos, los gorriones. Aunque es harto difícil acabar con ellos, nada que decir al hecho de que intentasen acabar con los mosquitos, ya que el responsable de la malaria es el parásito Plasmodium, que se transmiten al ser humano por la picadura de mosquitos hembra Anopheles infectados; igualmente complicado acabar con las ratas que, además, no son las transmisoras de la peste, sino la picadura de pulgas infectadas por la bacteria Yersinia pestis, que pueden proceder de muchos roedores, y no solo de las ratas; les compro incluso lo de las moscas (por molestas y pesadas, aquí y en China)… pero acabar con los gorriones, no hay por dónde cogerlo. Según los ideólogos de este proyecto, se ordenaba eliminar a los gorriones porque se comían el grano. En palabras de Mao…

Los gorriones son una de las peores plagas, son enemigos de la revolución, se comen nuestras cosechas, mátenlos.

Parece ser que los gorriones eran los conspiradores que robaban el grano de Mao y China se inundó de carteles incitando a la matanza de los enemigos de la revolución. Se implicó a todos los sectores de la sociedad, desde los escolares hasta los ancianos, en esta campaña de exterminio por el bien de la salud y la economía de China. El resultado, como era de esperar por la alteración del ecosistema, fue catastrófico. Si bien es verdad que se disminuyó el alcance de ciertas enfermedades, el exterminio de gorriones aumento exponencialmente las terribles hambrunas. A poco que se hubiese dejado aconsejar por los científicos, Mao se habría enterado de que el principal alimento de los gorriones son los insectos y no el grano -lo comen, pero apenas supone un 20% de su dieta-. La falta de predadores naturales permitió que los insectos se multiplicasen y, sobre todo, que las temidas plagas de langostas arrasasen las cosechas.


En 1961, sin reconocer errores ni asumir responsabilidades, se rectificó y se puso fin al Gran Salto con un “Donde dije digo, digo Diego”

¿Y cómo recuperar el equilibrio de un ecosistema manipulado por voluntad de este peligroso dictador metido a agricultor? Pues pidiéndole a la Unión Soviética el envío de 200.000 gorriones… y toneladas de grano para alimentar a la hambrienta población.

¿Putin?

A fecha de hoy, todavía pongo a Putin entre interrogantes, pero si las cosas no cambian en breve será una realidad. En un reciente artículo, la investigadora del Instituto Español de Estudios Estratégicos, Blanca Palacián de Inza, destacaba «el impacto de la política rusa sobre el mercado mundial de la alimentación y las tensiones que con toda seguridad causará en muchos puntos del planeta, pero también advertía que las operaciones llevadas a cabo por las fuerzas del Kremlin no se limitaban a bloquear la salida del cereal ucraniano al mercado, sino que  también estaban incidiendo en la propia producción, con tácticas que parecían entrar en el terreno de los crímenes de guerra«.

En ese mismo sentido se pronunciaba Timothy Snyder, historiador y profesor en Yale: «el bloqueo de las exportaciones ucranianas a través de su salida natural al Mar Negro, a lo que cabría añadir una gestión más o menos restrictiva de las ventas rusas de cereales a la manera del gas, tendrá como consecuencia hambrunas en las zonas más dependientes de esta producción, notablemente África y Asia. No hay que olvidar que solo en el caso del trigo Ucrania y Rusia suman una tercera parte de las exportaciones mundiales«.

Además de la subida de precios a niveles de récord, según señaló hace unas semanas el secretario general de la ONU Antonio Guterres, 276 millones de personas se encuentran ahora en una situación de inseguridad alimentaria, el doble que en el 2019.  Todo ello tendría consecuencias graves para la estabilidad política de los países afectados. Esto es lo que ocurrió en el 2011 cuando la mala situación económica y sobre todo los elevados precios alimentarios causaron el estallido social que desembocó en la Primavera Árabe en el norte de África. Rusia y Ucrania representan el 40% del cereal que importan los países del Magreb y Oriente Medio, y una cifra todavía más elevada en algunos casos concretos: Egipto, por ejemplo, compra a estos dos países más del 80% del trigo y la cebada que consume. Las circunstancias se agravan porque, ante la carestía, más de una veintena de países han prohibido la exportación de cereales o algún otro alimento.

Nada me gustaría más que borrar a Putin de este listado…