Hace un siglo, el Ejército español sufrió una de las mayores derrotas de su historia en Annual, una población perdida en la región marroquí del Rif. En 18 días, entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921, más de 10.000 soldados perdieron la vida frente a las tribus rifeñas. Muchos murieron de sed en sus fortines, otros fallecieron tiroteados mientras intentaban huir, y otros tantos, torturados después de entregarse a pocos kilómetros de allí, en el fuerte de Monte Arruit, con las orejas, las narices y los testículos mutilados.
Annual es una explanada cercana a una aldea de varios cientos de habitantes, a 60 kilómetros de Melilla en línea recta y a 50 de la ciudad de Nador. Ahí fue donde cayó el general Silvestre, el general más joven del Ejército español, con 50 años, que venía de fraguar una carrera heroica en la guerra de Cuba y presumía de tener tres testículos, como prueba eximia de su valor. Silvestre fue derrotado por un hombre que no presentaba ninguna experiencia militar: Abdelkrim el Jatabi, un traductor al servicio de España, colaborador del periódico español El Telegrama del Rif, que había sido nombrado en 1914 kadí kodat, o juez de jueces, en Melilla. O sea, la máxima autoridad judicial en “asuntos indígenas”. La intención de Silvestre era conquistar Alhucemas, a 30 kilómetros de Annual en línea recta. Pero se vio emboscado por Abdelkrim y sus tropas huyeron en desbandada en dirección a Melilla. El camino quedó moteado por miles de cadáveres. De aquel desastre afloró una radiografía de España que puso de relieve todos los males del país: un ejército corrupto, mal instruido y peor armado para las ínfulas coloniales que tenía; un monarca, Alfonso XIII, de vocación militar, que apoyó al general Silvestre como su gran favorito y después al general golpista Miguel Primo de Rivera como su tabla de salvación; y una clase política que no pudo depurar responsabilidades. Todo ese cúmulo de desgracias se fue fraguando en esta llanura de Annual donde hoy apenas queda como recuerdo un pequeño monumento con la cara de Abdelkrim pintada y una placa escrita en árabe donde se lee: “Proteged vuestra historia”. Pero la historia del Rif está poco preservada. No hay un solo museo. En los manuales del colegio apenas se le dedica algún párrafo a la “epopeya de Annual”. La figura de Abdelkrim sigue siendo incómoda para Marruecos. Porque Abdelkrim fue el líder que consiguió unir a las tribus del Rif contra España y contra… Marruecos.
El historiador Juan Pando escribió en su Historia secreta de Annual: “Nunca, hasta entonces, había perdido la España contemporánea un ejército al completo. En bloque y de la forma espantosa —asesinado, en su mayoría, luego de capitular en sus posiciones—”. Y el periodista Manuel Leguineche, autor de Annual 1921. El desastre de España en el Rif, se refirió a ella como “la peor guerra en el peor momento en el peor sitio del mundo (…). Una batalla que nadie quiso oír durante 75 años”.
Francisco Basallo
En enero de 1923 Francisco Basallo fue liberado, junto con más de trescientos españoles supervivientes del Desastre de Annual y prisioneros de Abdelkrim, tras pasar año y medio de cautiverio. Y no fue por una cuestión humanitaria, sino porque el gobierno español pagó el rescate exigido por el dirigente rifeño.
Se distinguió por su labor humanitaria curando, sin ser médico, a heridos y enfermos de tifus y haciendo una labor humanitaria de tal forma que, al ser rescatado en 1923, fue recibido como un héroe en toda España con homenajes y nombrado hijo predilecto de Córdoba, su ciudad natal. (Alfonso Basallo, autor de «El prisionero de Annual» y nieto de nuestro protagonista)
A lo largo de su cautiverio, el sargento Basallo, como pasó a ser conocido, desarrolló una importante labor sanitaria, pese a carecer de estudios en este campo. Su implicación en las tareas sanitarias del cautiverio fue una mezcla de azar y necesidad. Al parecer, fue a ver al médico para que le atendiera los dolores que la rozadura de una bala le provocaba en el hombro. Pero, al ver el terrible panorama del que el doctor debía ocuparse y avergonzado por su dolencia, improvisó y dijo que estaba allí para ayudarle. Así empezó la peripecia de quien llegó a ser conocido como “el sargento médico”; que no se ocupó sólo de españoles, sino también de rifeños. Su labor humanitaria se extendió también a organizar una suerte de pelotón de enterradores, encargado de dar sepultura a los numerosos cadáveres de españoles, identificándolos cuando era posible e informando a sus familiares. Enterraron a más de seiscientos.
Basallo registró los auxilios que, en condiciones muy precarias (carencia de quinina, pésima nutrición…) prestó en los diferentes campamentos en que estuvo prisionero: 695 asistencias por enfermedad, 3728 inyecciones administradas y 477 operaciones practicadas por patologías de distinta índole. Lo hizo con la ayuda esporádica, cuando coincidían en el mismo campamento, del teniente médico Fernando Serrano (fallecido de tifus en julio de 1922), el asesoramiento epistolar de otros doctores de Alhucemas (los capitanes Ciancas y Casas), la lectura autodidacta de manuales de anatomía de modo y el apoyo de algunos compañeros de infortunio a los que cita y homenajea en su libro Memorias del cautiverio, como el teniente Julián Troncoso, los practicantes civiles José Cánovas y Antonio Ruiz, o los suboficiales y soldados Alfonso Ortiz, Agripino García, Saturnino Royo, Antonio Palacios, Emilio San Antonio o Carmelo Balseras, entre otros, algunos de los cuales murieron de tifus o fueron asesinados por sus captores. Basallo se distinguió también en la organización de la vida del campamento y la protección hasta donde le fue posible de las mujeres y niños prisioneros.
Una prensa deseosa de encontrar figuras heroicas que compensaran la herida del Desastre y la vergüenza de algunos comportamientos en la Guerra de Marruecos, contó su historia, ensalzando su comportamiento y siendo reconocido con diversos homenajes y condecoraciones.
La popularidad del sargento Basallo, en aquella época, fue enorme; entre otras cosas porque la prensa necesitaba un héroe. Un héroe del pueblo y él era de familia humilde, y la verdad es que no había demasiados héroes entonces. […] Max Estrella, el personaje de Luces de bohemia de Valle Inclán, lo menciona y dice que debería sustituir a Pérez Galdós en la Real Academia. Evidentemente esto era una broma porque el sargento Basallo lo único que había escrito eran unas memorias muy escuetas del cautiverio. (Alfonso Basallo)
Regimiento de Alcántara.
Arengados por el teniente coronel Fernando Primo de Rivera (“Si no lo hacemos, vuestras madres, vuestras mujeres, vuestras novias, dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos”) y sabiendo que iban a la muerte, el Regimiento Alcántara cargó hasta 7 veces para salvar a sus compañeros en Annual. De 691 hombres que componían el regimiento, sólo quedaron 67.
Esta es la historia del Regimiento de Alcántara contada por Arturo Pérez-Reverte a la que he añadido imágenes del gran pintor Augusto Ferrer-Dalmau.
A veces se hace justicia, aunque sea tardía. Aunque sólo sirva para conmover las entrañas de los pocos que aún recuerdan. Es cierto que el ondear de banderas tiene algo de sospechoso, pues entre los pliegues de éstas, sin distinción de colores, suele esconderse mucho hijo de puta. Tampoco quienes conceden o reciben medallas son siempre de limpia ejecutoria. Pero a veces hay excepciones; momentos en los que las cosas se hacen como es debido. Y éste es uno de esos momentos. Noventa y un años después del desastre de Annual de 1921, donde 8.000 soldados españoles fueron exterminados por la estupidez de un rey, la venalidad de los políticos -nada hay nuevo bajo el sol-, la incompetencia de los generales y la desvergüenza de numerosos jefes y oficiales, el gobierno español ha concedido la Laureada de San Fernando, con carácter colectivo, al regimiento de caballería Alcántara, que se sacrificó casi en su totalidad para proteger la retirada de sus compañeros. La Laureada es la máxima condecoración militar española, y se obtiene por acciones extraordinarias en combate. Por aquella jornada, el jefe del regimiento recibió a título póstumo la Laureada individual; pero la tropa, como de costumbre, fue olvidada. Ninguno de los intentos posteriores por honrar su memoria tuvo éxito. Políticos y espadones de diversa ideología, desde el general Franco a la ministra Chacón, coincidieron en no querer remover aquello. Pero al fin, para satisfacción de los nietos y bisnietos de esos hombres, se repara la vergüenza.
Imaginen la escena: las harkas de moros sublevados por Abdelkrim acosan a la desorganizada columna que intenta escapar hacia Melilla abandonando a su suerte a heridos y enfermos. Aquello es una matanza inaudita, y millares de soldados abandonados por jefes y oficiales corren despavoridos, atormentados por la sed, intentando ponerse a salvo. En el camino de Dar Dríus a El Batel y Monte Arruit, la protección de la retaguardia de los fugitivos recae en un regimiento de caballería que todavía se encuentra intacto y bien mandado, el Alcántara nº 14. Su jefe es el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, hermano del teniente general del mismo apellido, que en seguida comprende que se está pidiendo a sus 691 hombres que se dejen la piel por salvar a los compañeros. Pero no hay otra. Hace de tripas corazón, arenga a su gente, les dice que toca bailar con la más fea del Rif, y el regimiento, disciplinado y silencioso, se pone en marcha con sus escuadrones protegiendo los flancos y la retaguardia de la columna en retirada. A las cuatro de la tarde, aparte infinidad de escaramuzas parciales, los jinetes de Alcántara ya han tenido que dar su primera carga al galope contra una fuerte concentración enemiga. Pero es en el cruce del río Igán, que está seco y en torno al que se atrincheran miles de rifeños que hacen fuego graneado, donde la columna se arriesga a quedar cercada. Entonces, el teniente coronel les toca a sus hombres la única fibra que a esas alturas, con semejante panorama, cree que puede funcionar:
Si no lo hacemos, vuestras madres, vuestras mujeres, vuestras novias, dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos
Y no lo fueron. Siete veces cargó Alcántara monte arriba y sable en mano, reagrupándose tras cada carga, cada vez menos hombres, más heridos, exhaustos y sedientos jinetes y caballos, una y otra vez bajo la granizada de balas enemigas, entre las zarzas y parapetos rifeños, tan diezmados y agotados al final que la última carga, octava del día, hubo que darla con los caballos al paso, pues ya no podían ni trotar; y aún después se continuó ladera arriba, a pie, combatiendo al arma blanca. Cargaron los soldados, y también el joven trompeta de quince años que llevaba el cornetín de órdenes. Y cuando a la quinta o sexta carga ya no hubo hombres suficientes para cerrar las filas, cargaron también, aunque nadie los obligaba a ello, los tres alféreces veterinarios, y el teniente médico, y hasta el capellán fue adelante con la tropa. Y cuando ya no quedó nadie a quien recurrir, cargaron también los catorce maestros herradores, y con ellos los trece chiquillos de catorce y quince años de la banda de música del regimiento; que, como el joven corneta de órdenes, murieron todos. Y al anochecer, cuando los supervivientes consiguieron llegar a la posición de El Batel, agotados, llenos de heridas, caminando entre las sombras con sus extenuados caballos cogidos de la brida, de los 691 hombres del regimiento sólo quedaban 67. Desde luego, aquel 23 de julio de 1921 los del regimiento Alcántara cumplieron con su teniente coronel. A ellos, ninguna madre, mujer o novia los llamó cobardes.
Sin dudas fue el instante en la historia en que algunos mostraron de lo peor de si mismos y otros entregaron sus vidas de una manera heroica, gloria y honor a estos últimos. La historia está poniendo en su lugar las cosas.
Debo ser un necio, uno de esos que no son capaces de ver grandeza en una misión militar cuyo único fin es someter a plomo un pueblo que no los ha invitado. Murieron 10.000, soldados de orígenes diversas, de las cuatro esquinas de España, pero sobre todo hijos de pobres y hermanos o padres que aquellos que años después revolvieron el mundo conocido para desterrar a cuanto generalote, un rey y su patética corte a un exilio dorado reclamando justicia social. Obviamente este fue un crimen de lesa majestad y seis años después los echaron a correr por el mundo a punto de bayonetas, bombardeos y otras delicias por el estilo, pero eso es otra historia, la que hay que olvidar para no molestar.
Si este artículo hablará de los soldados, sus sufrimientos y de que fueron simples víctimas de una monstruosa enfermedad llamada nacionalismo desaforado, lo hubiera leído con agrado, pero no, este artículo no ha tomado esta senda, este artículo nos habla de un sargento que se dedicó a cuidar a sus hermanos de cautiverio y miseria y que los generalitos condecoraron porque necesitamos «héroes» y que estos sirven para mayor gloria de los matarifes de turno.
En fin, la historia tiene derroteros que la Historia desconoce y no importa que un ser humano muera en una de ocho carga estéril con tal de que no lo puedan llamar cobarde…
Patético.
Pues siento decirle que la historia, no solo la del siglo XX, está llena de batallas, donde los que mueren son sobre todo hijos de pobres, y hermanos o padres de otros que hicieron vete a saber que… heroico o no, de un país o de otro, causa justa o injusta, etc…
Supongo que no conseguirá leer o entender prácticamente nada de historia si no entiende tácticas, estrategias o las motivaciones de los soldados para arriesgar sus vidas.
Salvo la historia de algún parlamento, poco entenderá usted de la historia, lo cual también es algo bastante patético (y aburrido).
En cuanto a que le llamen cobarde o no, las arengas militares de los últimos momentos antes de las batallas es lo que tienen, solo tratan de motivar al que va a luchar.
Como ejemplo, la arenga de Don Juan de Austria antes de la batalla de Lepanto:
«Hijos, a morir hemos venido, a vencer, si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que, con arrogancia impía, os pregunte el enemigo: ¿dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre que, muertos o victoriosos, gozaréis de la inmortalidad”
Es algo que se ha repetido miles de años, en España o en cualquier otro país del mundo, aunque alguno solo quiera ver lo que le interesa o, solo quiera insultar la memoria de los que allí pelearon, murieron, vencieron o perdieron.
Viva la guerra, pues, y que los muertos para mayor gloria y goce de otros no se atrevan a volver.
Así sea (Amen).
Patético.