De haber existido en los tiempos de Felipe II el fichero de morosos, ese con el que te amenazan las empresas de telecomunicaciones por el impago de un euro, sea la deuda legal o ilegal, el nombre del rey español habría aparecido en el primer puesto desde 1557, año en el que declaró la suspensión de pagos. Y no sería la única ocasión, durante su reinado volvió a repetir en 1576 y en 1596. Entonces, parecería lógico pensar que Felipe II era un manirroto o que vivía por encima de sus posibilidades. Así que, sabiendo que al monarca no le temblaba la mano a la hora de declarar la bancarrota, ¿por qué los banqueros le seguían prestando dinero? Pues porque los incumplimientos de Felipe II en el pago de la deuda reflejaban problemas de liquidez, que no de solvencia.

Dada la diversidad de sus fuentes de renta, la solvencia de la Real Hacienda no admitía discusión, pero sufría dificultades de liquidez cuando, por ejemplo, se demoraban las remesas indianas o cuanto el rey barruntaba cualquier atisbo protestante, fuese donde fuese, y enviaba a sus ejércitos, y, lógicamente, esto requería de tener un buen colchón de cash para cubrir todos estos gastos extraordinarios. Así que, Felipe II emprendió una reforma fiscal que le permitió aumentar los ingresos e incluso en 1589 convocó las Cortes de Castilla para recaudar uno nuevo, los Millones. Era un impuesto extraordinario que se recaudaba con un fin concreto y que una comisión, creada al efecto, debía administrar y supervisar que se gastase con el objetivo que se solicitó. La otra opción que quedaba para obtener fondos era pedir prestado sobre las rentas de años futuros, es decir, recurrir a la emisión de deuda pública, los asientos y los juros (los instrumentos financieros de la época).

El asiento es una operación financiera en la que los banqueros (los Fugger alemanes con Carlos I y los genoveses con Felipe II, principalmente) entregaban una cantidad de dinero en un lugar y moneda concretos, y el rey se comprometía a devolver el principal y los intereses (normalmente un 12%, aunque podía ser mayor dependiendo de la urgencia y otros condicionantes) en un plazo breve de tiempo y en lugar y moneda estipulados. Un caso concreto de este tipo de operaciones fue el pago a los Tercios desplazados. El rey necesitaba dinero ya, pero no lo necesitaba en su corte, lo necesitaba en Flandes, por lo que se acordó que los genoveses lo llevasen hasta allí para pagar a los soldados. Este era el instrumento financiero para pedir prestado a corto plazo, normalmente acaparado por los banqueros internacionales, pero también se hacía a largo plazo emitiendo los juros, que compraron tanto inversores extranjeros como españoles. El juro es un derecho, individual o colectivo, a percibir una renta periódica de la Hacienda real (merced o privilegio) como compensación por un servicio prestado al monarca, expropiación o, por el tema que nos ocupa, por la entrega de cierta cantidad en efectivo al soberano. Estos juros podían ser vitalicios, perpetuos (y por ello heredables) y al quitar, en los que se recuperaba ese derecho mediante la devolución del capital entregado al rey más los intereses fijados para este supuesto. Este instrumento financiero también se utilizó como garantía de la devolución de los asientos.

Aun así, por diversas circunstancias puntuales, llegado el momento de la devolución de los asientos o el pago de las rentas comprometidas, vía juros, hubo ocasiones en las que la Hacienda real no tenía liquidez y los banqueros cerraban el grifo, y a Felipe II no le quedó más remedio que declarar la bancarrota y suspender pagos. Lógicamente, esta situación era trascendente y tenía consecuencias muy negativas (por ejemplo, los motines de los Tercios), además de poner en duda la credibilidad de la supuesta robustez de la Hacienda real. Y aquí entraba en juego el carácter del rey Prudente. Sin rasgarse las vestiduras y sabedor del aval de los cargamentos indianos, a los banqueros no les quedaba más remedio que sentarse a negociar, y conseguía una reducción de deuda (quita) importante y convertir las obligaciones a corto plazo (devolución de los asientos) en deuda a largo plazo (juros). Además, el rey tenía un as bajo la manga, porque sabía que, paralelamente, los acreedores internacionales habían montado un chiringuito financiero de compraventa de juros que, de venirse abajo, haría tambalearse las finanzas de media Europa. Así que, volvemos a ser tan amigos y abrimos el grifo. Y no sufráis por los banqueros que, a pesar de todas las quiebras, ganaron dinero (y mucho) con los préstamos al rey.

Y una prueba más de que Felipe II sacaba dinero hasta de debajo de las piedras fue la venta de 150 hidalguías a 5.000 ducados de oro cada una. Su nieto, Felipe IV, continuó con la venta de títulos nobiliarios, pero tuvo que bajar el precio a 4.000 ducados pagaderos incluso a plazos. Durante el siglo XVII se crearon 5 vizcondados, 128 condados y 269 marquesados. Así que, visto que hoy en día muchos ricos, sobre todo a los que el dinero les ha venido llovido del cielo, tiene aires de grandeza, seguro que sería más fácil colocar unos cuantos marquesados o condados que colocar deuda pública