Hasta la paz de Münster, firmada por las Provincias Unidas y España en 1648, que ponía fin a la llamada Guerra de Flandes entre los Países Bajos y España, hubo de todo: fluctuación de las fronteras dependiendo del apoyo de Francia e Inglaterra a las Provincias Unidas y de los frentes que tuviese abiertos España; la guerra luso-neerlandesa; ofrecimientos de la “corona” de las provincias rebeldes a varias casas europeas, por aquello de legitimar su alzamiento y buscar un señor justo; conferencias de paz para intentar reconciliar a las partes, como la de Colonia auspiciada por emperador Rodolfo II; una tregua que duró 12 años… y la muerte de los protagonistas principales, Guillermo de Orange en 1584, asesinado por un “cazarecompensas”, y Felipe II en 1598.

Felipe II – Guillermo Orange

De todas formas, hay un detalle que me chirría, y es la insistencia de Guillermo, por lo menos en público, de hacer ver que no había un deseo de ruptura abierta con Felipe II, sino que sus actos eran la respuesta a los abusos cometidos por sus gobernadores. Y para eso hay que detenerse un momento y darse cuenta del modelo de sociedades en las que nos encontramos: completamente jerarquizadas y donde la autoridad real es cuasi divina. Hasta la Revolución francesa, el levantamiento de unos vasallos, por muy nobles que fuesen, contra su señor era un acto de rebeldía contra el orden establecido y, por tanto, contra natura. Además, en las demás monarquías de Europa, no lo aceptarían, pues su ejemplo podría ser seguido por sus propios súbditos. Por eso, tanto franceses, ingleses, como los príncipes alemanes apoyan la causa orangista y defienden sus intereses, pero en ningún momento, hasta bien entrado el XVII, propugnan o defienden un movimiento independentista. De hacerlo, podrían servir de justificación para actos de rebeldía de sus propios vasallos. Sabedor de lo que tenía entre manos, Guillermo tuvo claro que había que darle una vuelta para vendérselo a Francia e Inglaterra. Así que, pusieron en marcha el ventilador de la mierda, vía imprentas trabajando las 24 horas, para denunciar las atrocidades de los representantes del rey español en Flandes. Lógicamente, cuanto más cruentas, más amparo a una causa justa. Incluso añadiendo el matiz religioso, tampoco encontramos justificación para amparar la independencia.

«El Camino Español» – Augusto Ferrer-Dalmau

De hecho, las guerras de religión que se dan en Francia en esta misma época, los conflictos religiosos en Inglaterra desde Enrique VIII o los mismos de los príncipes alemanes en época de Carlos I, produjeron persecuciones y revueltas, pero en ningún caso se reivindicó una separación o independencia, pues supondrían igualmente un ataque al señor natural y estatus político de la época. En todos los casos, fuese cual fuese el resultado final, se reivindicaban cuestiones como la libertad de creencia o de culto, pero en ningún caso una separación ruptura. ¿Qué consiguen los orangistas con la connotación religiosa? Pues, por aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, el apoyo de luteranos, calvinistas y hugonotes. Por tanto, ¿por qué se ha presentado siempre como un proceso independentista? Porque así ha interesado, ya que las disputas entre nobles y monarcas por ver quién mea más lejos (en ocasiones llegando a guerras civiles) y las guerras religiosas eran propias de la época, y no habrían hecho diferente el conflicto de Flandes de los acaecidos en el resto de Europa. Así que, había que travestir este proceso para hacerlo diferente y así poder demostrar lo malotes que éramos (¿somos?) los españoles.

Grabado de la época en el que el Duque de Alba «desayuna» niños

Y sabiendo estar en misa y repicando, hasta que Felipe II lo puso en busca y captura, Guillermo de Orange, un hombre ambicioso de poder que supo moverse como nadie en este lodazal (se le considera el padre de la nación holandesa), un astuto político (siempre supo decir a cada uno lo que quería oír), un militar mediocre y un auténtico maestro de la propaganda moderna. Ríete tú del “busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”. Y prueba de ello, su famosa Apología, un panfleto vehemente, como toda apología, escrito por el hugonote francés Pierre Loyseleur del Villiers, refugiado en la Corte de Orange tras escapar de la matanza de San Bartolomé en Francia, para alabanza, defensa y justificación de lo hecho y dicho por el gran libertador. Y si para ello hay que poner a caer de un burro a los españoles y a Felipe II, aunque curiosamente siga insistiendo en que no se levanta contra él, pues mejor que mejor. Su presentación oficial se hizo con la lectura pública en diciembre de 1580, convirtiéndose automáticamente en el número uno en las listas de ventas, tanto en los Países Bajos como en el resto de cortes europeas. Un soplo de aire fresco frente al absolutismo, un canto a la libertad, una oda al amor entre los pueblos, un… un panfleto propagandístico (de lo bueno que era el de Orange, que actuaba siguiendo los designios de Dios a obrar con justicia) y amarillista (de lo malos que somos los españoles). De Felipe II, al que dice respetar como su señor, lo acusa de incesto, bigamia y adulterio, además de envenenar tanto a su hijo Carlos como a su tercera mujer, Isabel de Valois; al Duque de Alba de ser un ogro que come niños; a los Tercios los hace responsables de las violaciones sistemáticas de las doncellas flamencas y dados a todos los vicios antinaturales y perversiones posibles (e imposibles); y a los españoles, en general, de ser gente taimada, traicionera, bárbara, sádica y avariciosa (creo que no me he dejado ninguno de los calificativos que nos regala). La Apología sirvió para fomentar un sentimiento común de solidaridad entre los distintos territorios que abrazaron el protestantismo en Europa y en fuente de inspiración para muchos otros panfletos y libelos. De esta forma, a finales del siglo XVI tomó cuerpo y se consolidó esa caricatura monstruosa del Demonio del mediodía y de los españoles. Como señala Joseph Pérez en La Leyenda Negra, utiliza los tres argumentos empleados para desacreditar a España:

Los ataques personales contra Felipe II; el fanatismo, la intolerancia y el oscurantismo de los españoles; y la matanza de indios en América.

Argumentos que fundamentan y basan el pecado original de los españoles, la Leyenda Negra . En ese mismo sentido se pronuncia el estadounidense Philip Wayne Powell en Árbol de odio, donde enumera algunos aspectos básicos del origen de nuestro pecado original:

1.- El terror y la envidia que provocó la hegemonía española en la época en el ámbito político, económico, religioso y militar.
2.- El antagonismo de aquellos que quisieron disputar su poder a España en el dominio del Nuevo Mundo: Inglaterra, Holanda, Francia y Portugal.
3.- La difamación de figuras importantes como Felipe II o el duque de Alba, de instituciones como la Inquisición y de actuaciones de la corona española como la colonización del Nuevo Mundo o el saqueo de Roma.
4.- La unión de todo lo anterior para dar lugar a una propaganda de descrédito, creando una imagen negativa de España.
5.- Una rápida e indiscriminada aceptación de este antiespañolismo no sólo por parte del pueblo, sino lo que es aún peor por parte de los intelectuales.

En resumen, hicieron que se diesen todas las condiciones necesarias para que se generase el fenómeno (miedo, envidia, disputas de hegemonía…), las acciones necesarias para llevarlo a cabo (uso de la propaganda negativa y la difamación de personajes importantes), y un factor imprescindible para su éxito: la rápida aceptación del mensaje o mensajes por parte de la población “como si fuera palabra de Evangelio”, que decía Requesens.

El prejuicio adquiere respetabilidad y se hace prácticamente inmune a la refutación empírica, asegurando así su permanencia en el tiempo (Mª Elvira Roca Barea)

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