Cuando los hijos de la Gran Bretaña apenas sabían situarlo en el mapa y al general Custer todavía le faltaban dos siglos y medio para que lo pusiesen boca abajo y le diesen su primera palmadita en el culo (no sé si también la última), los ingenieros españoles ya estaban «construyendo» EEUU y los dragones de cuera, un cuerpo especial dentro del ejército de la monarquía hispánica, ya lidiaban con los comanches, los apache, los hopi o los yuma.

Dragón de cuera – Ferrer Dalmau

Las expediciones y exploraciones desde México hacia el norte -compuestas por misioneros, militares, ingenieros, botánicos, médicos, comerciantes, colonos…- cartografiaron el territorio; estudiaron la flora y la fauna; levantaron misiones (ejemplos de arquitectura mestiza del siglo XVI, construyendo en adobe pero incorporando la tecnología española para lograr edificios de mayores dimensiones y complejidad) y presidios (nada que ver con las cárceles y sí con fuertes fronterizos); fundaron ciudades y trazaron una red viaria de decenas de miles de kilómetros (Caminos Reales) de la que estaría orgulloso el mismísimo Trajano. Porque, a imagen y semejanza de los romanos y sus calzadas, los Reyes Católicos entendieron la importancia de los caminos para el desarrollo y ampliación de sus reinos. Los caminos se convirtieron en el motor de toda la organización económica tanto peninsular como en las Indias. Permitieron el transporte de mercancías y personas. Fueron por tanto de interés público, y la Corona asumió su competencia y los colocó bajo su protección, legislando sobre ellos. Por eso, según explica María Luisa Pérez González, en su estudio sobre Los caminos reales de América en la legislación y en la historia…

El interés de la Corona estaba en que las leyes propiciaran que los caminos se extendieran en todas direcciones, viéndose así articulado y consolidado todo el territorio. El camino real en América posibilitó, quizá más que ninguna otra institución, la vinculación de estas nuevas tierras y sus moradores al resto del imperio español.

De todos los caminos españoles, cinco de ellos forman parte del National Historic Trail (Senderos Históricos Nacionales) de los Estados Unidos: Camino Real de Tierra Adentro, el más antiguo de todos -finales del XVI- que va desde Ciudad de México hasta  Santa Fe (en el actual estado de Nuevo México); Camino de Anza, que va desde Tubac (Arizona) a San Francisco (California);  el Viejo Camino Español, que va de Santa Fe a Los Ángeles (California); Camino Real de los Tejas, que va desde el río Grande hasta Natchitoches (Luisiana) y el Camino de Santa Fe, desde Santa Fe hasta  San Luis (Misuri).

España hizo el esfuerzo de abrir caminos en este territorio y los utilizó durante el tiempo que estuvo presente allí (hasta la independencia de México en 1821), también los utilizaron los ingleses en la colonización anglosajona -que mira tú por dónde se encontraron un territorio bastante estructurado y comunicado-, y finalmente los estadounidenses para la invasión de México en 1846 y para su expansión hacia el Oeste en la segunda mitad del siglo XIX.

Dicho lo cual, que no es poco, voy a retomar el tema de los presidios que, como ya os he dicho antes, nada tienen que ver con un establecimiento penitenciario. El presidio era un puesto fronterizo -un concepto similar a los fuertes de las películas de indios y vaqueros-, de forma cuadrada o rectangular con muros de piedra o adobe de algo más de 100  metros por lado y varios metros de altura, así como una torre de vigilancia sobre los muros. En su interior, espacio suficiente para las casas de oficiales, soldados y sus familias, establos, almacenes y una capilla; y alrededor, un conglomerado de comerciantes, artesanos y algunos pobladores dedicados a la agricultura que convertían el presidio en algo parecido a un pequeño pueblo. La red de presidios, que se extendía desde el océano Pacífico hasta el río Misisipi (más de 3.000 km.) por territorios extraordinariamente amplios, complejos y variados, donde se alternaban montañas y valles con desiertos o enormes llanuras con pantanos y ríos, tenía como función la propia de un baluarte fronterizo de defensa, la protección de los caminos Reales, misiones y ranchos, la pacificación del territorio y una estrategia para poblar los inmensos dominios semidesérticos del imperio español en el norte del virreinato. Junto a la misiones, eran la única representación visible del imperio en tan vasto y desértico territorio.

Y aquí, en los presidios, encontramos a los protagonistas de esta historia: los dragones de cuera, un cuerpo especial dentro del ejército de la monarquía hispánica creado para defender y patrullar la frontera del Virreinato de Nueva España.  Su nombre derivaba de la cuera, un abrigo largo sin mangas hecho de hasta siete capas de piel, con gran resistencia a las flechas de los indios enemigos, que llevaban como protección. Al principio eran usadas solo por los oficiales, pero su uso se extendió a toda la tropa llegando a ser parte del uniforme reglamentario. Los dragones estaban muy bien armados, además de la cuera y la adarga (escudo) como defensa, disponían de escopeta, pistola, lanza y espada (con la inscripción “No me saques sin razón. No me envaines sin honor”). Las guarniciones de los presidios eran muy reducidas y variadas según la situación del mismo; así, por ejemplo, en 1717 oscilaban entre los 100 hombres de Nuevo México a los 15 del de Durango, siendo la media de 40 a 50 hombres.

Verdaderamente dura era la vida del soldado de cuera, aislado de la civilización, en medio de un mundo hostil, tanto por algunos belicosos indios (sobre todo apaches y comanches), como por el clima inmisericorde.  Es preciso aclarar que los indios no luchaban por conquistar territorio, el problema radicaba en que eran cazadores y les resultaba más fácil apoderarse del ganado y los caballos de los colonos, las misiones o los propios presidios, que ir de caza, que por otro lado no era muy abundante, razón por la que, continuamente, aparecían conflictos que tenían que sofocar los dragones. Así, frente a los apaches y comanches de Texas, nómadas y beligerantes, se estableció un sistema con predominio de presidios defensivos, mientras que con los pima de Arizona y los yuma de California la relación giraba en torno a las misiones, con las que se agrupaba y asentaba la población indígena.

Sus ocupaciones eran continuas: cuando no estaban de campaña, tenían que escoltar convoyes de pasajeros o mercancías, patrullar la frontera e incluso ocuparse de vigilar las enormes caballadas que componían la guarnición del presidio, ya que cada uno de ellos tenía seis caballos y una mula, debiendo tener uno de los seis caballos, de día y de noche, ensillado y equipado para salir de campaña inmediatamente. No todo el mundo servía para llevar esta vida tan dura y sacrificada. Pese a todo esto no faltaban los voluntarios y reclutas. Al principio la composición de estas unidades era completamente de procedencia española pero poco a poco empezaron a entrar en ellas mulatos y mestizos de la América española, así como indios, acostumbrados al fuerte clima de la región y, además, eran expertos jinetes conocedores del terreno y excelentes rastreadores. Entre 1773 y 1781, el 50% del ejército era español, el 37% mestizo o mulato y el resto de procedencia india, aunque la práctica totalidad era nacida en el Virreinato de Nueva España. Estos soldados se alistaban por un periodo de 10 años que podía prorrogarse. Para una población muy pobre la soldada era un gran atractivo, además la posibilidad de una vida al aire libre, lejos de las ciudades, y, tenían derecho a asistencia médica, un lujo en aquella época y región, y la posibilidad de una pensión al retirarse así como, en muchos casos, tierras en los alrededores del presidio.

A finales del XVIII los Dragones de cuera entran en desuso debido a las mejoras de las armas de fuego que provocaron que fuera mejor realizar las incursiones con unidades de infantería más ligeras. Desaparecieron por completo en el año 1815.