Para cuando Junko Tabei, Phantog y Wanda Rutkiewicz se convirtieron en la primera, segunda y tercera mujeres en ascender a la montaña más alta de la Tierra, el Everest ya llevaba más de veinte años conquistado. Fue el 29 de mayo de 1953, a las 11:30 de mañana. Ese día y a esa hora Hillary y Tenzing se convirtieron en los primeros seres humanos en poner el pie oficialmente en la cima de mundo. Desde que a mediados del siglo xix se descubrió que esa montaña, bautizada con el apellido del antecesor del topógrafo general británico de entonces, era «la montaña más alta que cualquier otra medida hasta entonces en la India», se sucedieron los intentos de exploración y posteriormente de ascenso. La pionera Elisabeth Mazuchelli fue la primera persona que salió en busca de esa montaña, que solo había sido posible identificar desde cientos de kilómetros de distancia y a la que ningún occidental había llegado jamás, inmersa como estaba en lo más profundo de un territorio inexplorado y fuera de los mapas.

Hillary y Tenzing

El éxito de 1953 fue el final de un camino que incluyó varias expediciones de exploración y al menos diez intentos serios y reales de ascenso, que comenzaron en 1922. Para la Gran Bretaña llegó a ser una cuestión de estado y fueron los que más esfuerzo y recursos invirtieron en la empresa, sobre todo teniendo en cuenta que hasta la Segunda Guerra Mundial el Himalaya estaba dentro de sus territorios coloniales en Asia. La desaparición de Mallory e Irvine en el intento de 1924 marcó de tal manera a la sociedad británica que no pararon hasta conseguir doblegar «su» montaña. Pero con el Tíbet bajo ocupación China, que cerró sus fronteras, y la descolonización posterior a la contienda, era el reino del Nepal quien otorgaba los permisos para acceder a sus montañas. Así que la competencia aumentó y otras naciones se sumaron a la carrera. En el 52 una expedición suiza se había quedado a menos de trescientos metros de la cumbre, y los permisos del 54 habían sido adjudicados a expediciones francesas. Así que los británicos tenían que jugarse el todo por el todo en su intento de 1953. Bajo la dirección del coronel del Ejército John Hunt, una mastodóntica y bien organizada expedición sitió literalmente la montaña: toneladas de material, centenares de porteadores, sherpas de altura, los mejores alpinistas del imperio y, sobre todo, la presencia en el equipo de Tenzing Norgay, que era quien mejor conocía la montaña después de casi haberla vencido el año anterior con los suizos. En el ambiente se respiraba la sensación de que esa vez iba a ser la definitiva y la expectación mediática era enorme.

Para dar a conocer al mundo la noticia del éxito se utilizó un sistema de codificación previamente acordado, de modo que si otro medio de comunicación interceptaba el mensaje no pudiera deducir su auténtico significado. No serían mensajes en clave, que quizás un desconfiado operario local se negase a transmitir por no comprenderlos; serían «mensajes con sentido, aunque fuese un sentido erróneo. Eso significaba que, para cada palabra o frase que quisiera cifrar, debía idear una frase en código de manera que varias palabras juntas dieran lugar a una oración sensata». Solo el diario The Times, principal patrocinador de la expedición, cuyo corresponsal acompañó a la expedición y fue quien ideó este sistema, sabría descifrarlo adecuadamente.

Este enviado especial era James Morris. Escritor e historiador, acompañó a la British Mount Everest Expedition en calidad de observador, y se encontraba el día 30 de mayo en el campo IV, a unos 6700 m, cuando recibió la noticia del éxito de Hillary y Tenzing del día anterior. Hoy, James Morris es Jan Morris, escritora e historiadora, tras someterse a uno de los primeros procesos de
cambio de sexo. Ella misma escribió un libro y un artículo para The Alpine Journal en los que narró en primera persona cómo sucedieron los acontecimientos de los que fue protagonista.

James Morris

Tantos cuidados al enviar el mensaje obedecían a que entonces las comunicaciones no eran tan directas e inmediatas como hoy en día (walkies, móviles, satélites…) y, además, no estaban autorizados para utilizar la radio por temor a que los mensajes fueran interceptados. Así que Morris tuvo que enviar la noticia primero con un corredor hasta la estación de radio más cercana en Namche Bazaar (a más de 30 km.) para que fuera transmitido a la embajada india en Katmandú, que lo pasó a la embajada británica y, desde allí, fue telegrafiado al Reino Unido. La competencia informativa era mucha y había que evitar una filtración que arruinara la exclusiva. Por si acaso, también tenía previsto que el mensaje llegase andando hasta Katmandú, y eso sí que son palabras mayores para un recorrido a pie que podría costar una semana. Con tanto curioso merodeando en torno al Campo Base no imaginamos cómo habría podido ocultar la exclusiva durante tanto tiempo sin que otro medio se adelantara.

El código que Morris ideó relacionaba a cada alpinista y cada hito destacable con una determinada situación normal en cualquier expedición, y los mensajes irían aderezados con datos auténticos. Solo realizó tres copias de ese código: dos se las quedó él; la tercera la hizo llegar, con todas las precauciones de que fue capaz, a sus interlocutores en la city. El telegrama que Morris envió a Londres anunciando el éxito decía textualmente:

Snow condition bad hence expedition abandoned advanced base on 29th and awaiting improvement being all well.

Que adecuadamente decodificado decía:

Condiciones nieve malas (Everest escalado) Campamento base avanzado abandonado (Hillary) el día 29 (día del ascenso) esperando mejoría (Tenzing) todos bien (nadie muerto o herido).

A su regreso a la corte, la propia Reina le contó a Morris cómo le llegaron las noticias del éxito de la expedición el día 1 de junio, después de la cena, justo a tiempo para que The Times publicara la noticia al día siguiente, 2 de junio, en feliz coincidencia con la fecha de la coronación de Isabel II.

Morris se había casado en 1949 y tuvo cinco hijos. Pero a mediados de los sesenta decidió afrontar la realidad de que realmente se sentía mujer y comenzó su tratamiento para cambiar de sexo, que culminó en 1972. Como las leyes inglesas le obligaban a divorciarse de su mujer, Elizabeth, para realizar la operación tuvo que desplazarse a Marruecos. A la vuelta no quedó más remedio que regularizar esa anómala situación porque la legislación no permitía los matrimonios de personas del mismo sexo. De todas formas, Elizabeth y Jan siempre permanecieron juntos y en 2008, con el cambio de legislación, se casaron de nuevo en una ceremonia civil. En 1974 publicaría un libro autobiográfico en el que narró su experiencia personal de transexualidad. Comienza:

Tenía tres o tal vez cuatro años cuando me di cuenta de que había nacido en el cuerpo equivocado, y realmente debería
ser una niña. Recuerdo bien el momento y es el recuerdo más antiguo de mi vida.

Jan Morris

Sirva este colaboración de Rafael Ballesteros de DesEquiLIBROS como homenaje a Jan Morris, fallecida ayer a los 94 años.

Fuente: Ni tontas ni locas.