Los bombardeos y el sitio al que fue sometida la zona republicana, tras el Golpe de Estado de julio de 1936, obligó a las autoridades a evacuar a los niños. Primero a lugares alejados del frente y posteriormente a países solidarios con la República, como Francia, Inglaterra, Bélgica o México, y también a países aliados como la Unión Soviética. La URSS, en una mezcla de solidaridad y propaganda, fue el destino de unos siete mil niños. A su llegada, el Estado se hizo cargo de ellos: se ocupó de su educación, incluso con profesores en español, de su alimentación, de su bienestar… En definitiva, de su infancia.
El Pacto de no agresión, firmado el 25 de agosto de 1939 por los ministros de Exteriores de la Unión Soviética y Alemania, recordemos que cada uno de ellos apoyaba a un bando en la Guerra Civil española (la URSS a los republicanos y Alemania a los nacionales), iba a echar por tierra aquella vida medianamente placentera. Su educación dejó de ser un prioridad y comenzaron a ser utilizados para echar una mano en diversas actividades (sobre todo agrícolas). La mala alimentación, la escasez de medicinas y los trabajos físicos comenzaron a hacer mella en su salud. Las enfermedades, como la tuberculosis o el tifus, los diezmaban. La cosa empeoró en 1941, cuando Hitler intentó invadir a los soviéticos. Aquellos niños había salido de una guerra civil y ahora se veían involucrados en una guerra mundial. El Estado, preocupado en la defensa de su territorio, abandonó a los niños a su suerte: los ya adolescentes, se alistaron en el Ejército Rojo de Stalin para, por lo menos, tener algo que echarse a la boca (muchos de ellos murieron en el frente); otros se convirtieron en raterillos que darían con sus huesos en la cárcel o en campos de trabajo (en los terribles Gulag); y algunas niñas acabaron prostituyéndose… Niños sin futuro.
El sistema soviético y los dirigentes del Partido Comunista de España, con la Pasionaria moviendo los hilos, no permitieron su salida, ya que no iban a ser «buenos vendedores» del régimen comunista. Las palabras de la Pasionaria, según Jesús Hernández (dirigente del PCE y exiliado en la URSS), fueron:
No podemos devolverlos a sus padres convertidos en golfos y en prostitutas, ni permitir que salgan de aquí como furibundos antisoviéticos.
Terminada la guerra, los niños del resto de países habían comenzado a regresar, excepto los de México y la URSS (que no mantenían relaciones con el régimen de Franco). En los años 50, tras la muerte de Stalin, Franco también quiso sacar partido de los niños evacuados hacía 20 años. A través de la Falange, comenzó una campaña para conseguir la repatriación de los niños, ya convertidos en hombres y mujeres, que quisieran regresar. Quería ser “el salvador de los niños perdidos”. La primera remesa de repatriados fue embarcada en el buque Crimea y llegó al puerto de Castellón en 1957.
Eran 412 de aquellos niños, que volvían casados y con hijos, con veinte años más que cuando habían dejado España. Nada más desembarcar, los exiliados eran fichados e interrogados por la policía, se les agrupaba por provincias y eran enviados a los puntos en que fijaban su residencia y en los que, necesariamente, tenía que haber algún familiar o conocido que los acogiese. Posteriormente, se repetían esos interrogatorios, en los que la policía trataba de averiguar sus convicciones políticas o el trato recibido en la URSS, pero también información laboral, económica y militar del país de acogida. Estos interrogatorios servían para clasificar a los retornados en satisfechos, descontentos y peligrosos (estos últimos debían ser vigilados estrechamente porque se pensaban que podían ser infiltrados subversivos trabajando para los soviéticos). Rafael Moreno Izquierdo, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y autor de «Los niños de Rusia«, destapó que estos interrogatorios de clasificación se hacían por la Dirección General de Seguridad con la inestimable colaboración de, redoble de tambores, la CIA.
En los años cincuenta, en Occidente hay un absoluto desconocimiento sobre lo que ocurría en la URSS. Casi la única forma que tenían de recabar información es a través de esos niños de la guerra. Muchos habían estado muy bien formados, tenían puestos de trabajo estratégicos en la industria rusa, y eso era una mina de oro para la agencia estadounidense. Y es que nunca había salido tanta gente que hubiera vivido en la Unión Soviética profunda, conocido sus fábricas de armamento y de misiles, o vivido en ciudades secretas. La CIA sabe que la información que puede obtener es enorme.
Además de convertirlos en espías involuntarios, Franco los utilizó como una demostración de aperturismo, para decir que el régimen estaba cambiando y siendo más liberal. Hasta 1960 fueron llegando más repatriados, hasta un total de casi 3.000. El resto, muertos o habían decidido quedarse en la Unión Soviética.
Independientemente de la trágica historia, me parece mezquino que unos y otros quisieran sacar rédito político y propagandístico de aquellos niños.
[…] entrada Los interrogatorios de la CIA a los niños de la guerra españoles se publicó primero en Historias de la […]
Nunca entenderé esa necesidad que tuvo la república de de sacar del país cosas (cuadros de El Prado, oro del banco de España), y peor aún, niños.
Hola, Javier.
Totalmente de acuerdo con tu última frase, fue repugnante esa actitud. Y repugnante la frase de «la Pasionaria», qué horror, qué humanidad, qué elementa…
Un saludo histórico desde Oviedo.
A veces uno se avergüenza de ser humano.