Recuerdo un viaje al Caribe hace unos años en el que todas las féminas del grupo decidieron hacerse el peinado con trenzas africanas o afroamericanas. Los requisitos indispensables para ponerse en manos de estas artistas callejeras, porque la verdad es que requiere de mucha habilidad, son pelo largo y mucha paciencia, sobre todo por parte de los acompañantes. El resultado final es un entramado, a veces casi geométrico, de pequeñas trenzas apretadas por toda la cabeza y adornadas con hilos de colores y cuentas. Vamos, esa es la opción que eligieron, porque realmente había muchas combinaciones. Y a fecha de hoy es simplemente una cuestión de estética, original y desenfadada, pero puramente estética. Pero la historia de esta trenzas esconde una cuestión más importante: el camino hacia la libertad.

Es difícil precisar el origen de este tipo de peinado, pero lo que sí se puede asegurar es que en las tribus del África subsahariana era una seña de identidad, ya fuese de su estatus social, su etnia o, simplemente, la edad. Precisamente, la zona donde eran capturados los africanos que los europeos esclavizarían y llevarían al continente americano desde el siglo XVI. Cuando eran embarcados, según los esclavistas por cuestiones de higiene, se les cortaba el pelo y, sin saberlo, les estaban despojando de sus raíces tribales.

Aunque con los golpes, el látigo y los castigos trataron de someterlos, la resistencia a la nueva condición de esclavos se convirtió en la nueva seña de identidad de aquellos africanos nacidos libres. Muchos de ellos optando por la resistencia pasiva (trabajando sin mucho ahínco, boicoteando las cosechas, rompiendo herramientas y, en última instancia, llegando al suicidio), y otros mediante la resistencia activa, provocando revueltas e intentando escapar. De hecho, a finales del siglo XVI los esclavos prófugos en la zona del Caribe y en el Reino de Nueva Granada, llamados cimarrones, se habían convertido en un problema para la Corona española. Y no sólo por la huida y la pérdida de mano de obra, sino porque se organizaban en bandas y asaltaban haciendas para liberar más esclavos. Incluso, llegaron a formar comunidades organizadas según modelos africanos y asentamientos en lugares de difícil acceso (palenques o quilombos). En estas comunidades, los africanos vivían del pillaje en las haciendas cercanas, de la caza, la siembra del terreno circundante y del contrabando, ya fuese con comerciantes europeos o con piratas. Lógicamente, la Corona envió expediciones contra estas comunidades fugitivas, pero no era fácil localizar los asentamientos ni derrotarlos en la espesura del bosque o en las escarpadas montañas. Así que, en muchas ocasiones, a las autoridades españolas no les quedó más remedio que firmar acuerdos por los que se comprometían a respetar su existencia a cambio de que no aceptaran más esclavos huidos y no asaltasen más haciendas. Más tarde, algunos de estos asentamientos fueron el origen de poblaciones que han llegado hasta nuestros días, como San Basilio de Palenque, en Colombia, o Palenque en México.

¿Y qué tienen que ver las trenzas con los cimarrones? Pues, aunque parezca mentira, tuvieron que ver. Lógicamente, los primeros esclavos que escaparon no tenían otra motivación que la huida, sí o sí. No sabían qué harían, dónde se esconderían, cómo sobrevivirían… sólo escapar y no ser capturado. Cuando ya se empezaron a planificar las huidas, era fundamental conocer la orografía del lugar, los ríos, los bosques o los caminos, y de esto se encargaron las mujeres. Al ser consideradas menos peligrosas, las esclavas tenían cierta libertad de movimientos que les permitió conocer el entorno que les rodeaba mucho mejor que a ellos, recluidos en la plantación y vigilados de cerca. Ante la imposibilidad y el peligro de plasmar en un papel o en otro medio los detalles que facilitasen la huida, decidieron representar aquellos mapas con las trenzas africanas.

Aquella inocente estampa en la que las mujeres africanas de más edad, con su típico pañuelo que sujetaba su rebelde pelo afro, hacían trenzas a las jóvenes, escondía la cartografía local. Todo lo que veían y que consideraban relevante se iba añadiendo a aquellos mapas capilares. De esta forma, no tenían que memorizar todos los detalles, podían consultarlo en cualquier momento y, lo mejor de todo, delante de sus amos y sin levantar sospechas. Para el señor de la hacienda no era más que un peinado africano de pequeñas trenzas entrelazadas que formaba figuras. Cuando los cimarrones se establecieron en comunidades, los diseños de trenzas pasaron de ser sólo mapas locales que facilitaban la huida para convertirse en auténticas rutas de escape para llegar a los santuarios de libertad, los palenques.

Y para rematar la faena, también se cuenta que al hacer las trenzas se entremezclaban semillas que, más tarde, se plantarían en los alrededores de los palenques.