Hay una frase, típica de padres, que siendo niños todos hemos escuchado -y algunos, entre los que me encuentro, demasiadas veces- cuando les hemos pedido que nos comprasen alguna cosa o directamente dinero: ¿Tú que te crees, que el dinero crece en los árboles? Pues ahora, muchos años después, ya tengo los argumentos para rebatir aquella máxima. Y no me refiero a que los billetes se hagan con una combinación de algodón y lino, obtenido no de árboles pero sí de plantas, ni a que se hayan encontrado trazas de metales preciosos en restos orgánicos de árboles, me refiero a dinero cogido directamente del árbol y con el que podías comprar productos o pagar impuestos.


Si buscamos en la RAE el término chapuza, nos devuelve tres acepciones:
1. Obra o trabajo, generalmente de mantenimiento, de poca importancia.
2. Trabajo hecho mal y sin esmero.
3. Méx. Estafa.
Salvando, por obvias, las dos primeras definiciones, en este artículo nos centraremos en la tercera.

Tras la conquista del Imperio mexica, había que poner en marcha aquella nueva sociedad, y para ello se necesitaba la circulación de moneda. Ni el dinero de bolsillo que llevaban los españoles que cruzaban el charco, ni las remesas periódicas de maravedís que se enviaron desde Sevilla fueron suficientes para cubrir las necesidades de aquel vasto territorio que, además, creía continuamente. Así que, haciendo de la necesidad virtud, en 1522 Hernán Cortés comenzó a acuñar moneda para pagar a sus soldados. Aquellas primeras monedas eran trozos de oro o plata de forma irregular cortados de piezas ornamentales del tesoro de Moctezuma a los que se les hacía alguna señal o muesca para darles un determinado valor y oficializar la acuñación. Tratando de mejorar aquella rudimentaria acuñación, se fabricaron monedas con formas más redondeadas, pero ante la escasez de oro comenzaron a añadir cobre hasta que el oro en aquellos piezas comenzó a brillar por su ausencia. A esta moneda se le llamó tepuzque (del náhuatl tepuztli, cobre). Y la verdad, ni a españoles ni a indígenas convenció: los indígenas se deshacían de ellas tirándolas a los ríos y a los lagos, y para los españoles tepuzque se convirtió en sinónimo de engaño o mentira. El término tepuzque, en México, derivó en chapuza con el significado de estafa.

En consecuencia, el problema seguía sin solucionarse. Vistas las dificultades de implantar una economía basada en el modelo europeo, decidieron conocer el funcionamiento de la economía del terreno antes de la llegada de los españoles. Y se dieron de morros con el cacao y todos sus usos…

bebida, alimento, medicamento, vigorizante, estimulante… y moneda en la cultura mexica.

 


El cacao, concretamente las semillas, se utilizaban como moneda porque cumplía todos los requisitos del dinero: regulado y controlado (sólo las familias más pudientes podían tener plantaciones), se puede contar y fraccionar, y es fácil de conservar, almacenar y transportar. Asimismo, al considerar el xocolatl (chocolate en náhuatl) como “la bebida de los dioses” y ser utilizado en determinados rituales y ceremonias, el cacao era un producto, de por sí, con jerarquía en dicha sociedad. Así que, a los españoles no les quedó más remedio que sumarse a ese modelo económico precolombino y aceptar las semillas de cacao como moneda. Eso sí, al igual que los indígenas tenían regulado en “cacaos” el precio de los productos en los mercados, los tributos y los salarios por el trabajo, la Corona española reguló el valor del cacao para que pudiesen convivir ambas monedas: el cacao y los maravedís que llegaban de Sevilla. Por ejemplo, en 1555 un real de plata (34 maravedís) equivalía a 40 cacaos y en 1575 a 100 cacaos.


Los mercados prehispánicos estaban supervisados por una suerte de inspectores que vigilaban los precios, los pesos y medidas, y los pagos hechos con moneda falsa, ya fuese porque intentaban colar semillas de otro producto por cacaos o por utilizar cacaos «falsificados». Aunque pueda parecer extraño, los cacaos, al igual que los dólares o los euros hoy en día, también se falsificaban: se sacaba la pulpa del interior de la semilla, se rellenaba con barro y se volvía a encajar la cáscara. Así que, cabría decir que la picaresca ya existía en el continente americano antes de que llegasen los españoles.

Aunque en 1535 Carlos I ordenó el establecimiento de Casas de la Moneda en México, y posteriormente en Santo Domingo, Lima o Potosí, para acuñar moneda directamente en América, el dinero que crecía en los árboles se siguió utilizando hasta finales del siglo XVIII.