Cerca de medio millar de manifestantes entraron el pasado día 19 en el Golden Gate Park de San Francisco para practicar la nueva moda de derribar estatuas. Una de las elegidas fue  la efigie en bronce de fray Junípero Serra. Este franciscano español, lejos de ser un genocida o un racista, representó a lo largo de su vida todo lo contrario, el cuidado y la enseñanza a los indios, así como la fundación de las misiones que dieron lugar a muchas ciudades en California. Y ya puestos, debieron pensar que Cervantes necesitaba un tuneado. Pruebas inequívocas de la incultura de estos activistas, del desconocimiento de la historia y de lo fácil que se puede contaminar y tergiversar una causa noble. Aunque sé que estos energúmenos no van a leer este artículo ni cambiar de idea, porque los fanáticos son fieles a sus mentiras, les voy a contar quién fue Junípero Serra.

En el Capitolio de los Estados Unidos, en Washington D.C., se encuentra el Salón Nacional de las Estatuas, una sala semicircular de dos pisos que entre 1807 y 1857 fue el lugar de reuniones de la Cámara de Representantes. Más tarde se convirtió en el espacio de exposición de la colección de estatuas donadas por los diferentes estados para honrar a personas destacadas de sus historias. Actualmente cuenta con 100 estatuas donadas por 50 estados, dos por cada uno, y entre las que representan a California, por ahora, se encuentra la de fray Junípero Serra, natural de Petra (Mallorca).

Y digo por ahora porque, aunque posteriormente se retiró la propuesta, hace tres años se estuvo barajando la idea de cambiar la estatua del español por la de la astronauta Sally Ride, la primera mujer norteamericana en viajar al espacio a bordo del transbordador espacial Challenger en 1983. Un cambio que sí se dio con la otra estatua que representaba a California desde 1931, la del predicador Thomas Starr King, que fue cambiada por la del expresidente Ronald Reagan en 2009.

¿Qué pinta allí el franciscano español? Pues, sencillamente, porque es considerado el padre fundador de California y a mi me gustaría añadir que también de sus excelentes vinos.

En su aventura evangelizadora, los jesuitas se extendieron por todo el continente americano construyendo misiones. Lógicamente, para la celebración de la eucaristía necesitaban disponer de vino, un bien preciado y escaso que debía ser importado de España. Así que los misioneros decidieron que una solución que aseguraría el abastecimiento de vino era plantar vides (vitis vinífera) alrededor de las misiones y producir ellos mismos el vino litúrgico sin depender de la metrópoli. De esta forma, los jesuitas primero y, tras su expulsión de todos los dominios de la corona de España por la Pragmática Sanción (1767), los franciscanos después, se convirtieron en viticultores.

Tras asumir los franciscanos, con fray Junípero Serra al frente, el rol que hasta ahora tenían los jesuitas, en 1767 partieron de México acompañados de sus inseparables vides hacia el territorio de la Alta California, que hoy comprende los estados de California, Nevada, Arizona y Utah. Y es que aunque las costas californianas ya habían sido exploradas en la primera mitad del siglo XVI (Francisco de Ulloa, por orden de Hernán Cortés en 1536, Juan Rodríguez Cabrillo en 1542 y la última de Sebastián Vizcaíno en 1602) el interior permaneció ignorado casi doscientos años más. De hecho, en un principio se pensó que California era una isla debido a que el norte no estaba explorado y se desconocía que fuese una península.

Así, y tras superar el gran obstáculo que suponía atravesar el inhóspito desierto de Sonora, en 1769 se fundó la Misión de San Diego de Alcalá (hoy San Diego). Y después, siguiendo hacia el norte por el llamado Camino Real, la vía terrestre que unía las misiones de la Baja California (hoy estado de México) con las de la Alta California, la misión de San Francisco de Asís (hoy San Francisco). Junto a estas misiones, además de evangelizar (que no nos engañemos, era su labor principal), los franciscanos crearon pueblos para albergar a los indios a medida que se evangelizaban y en lugares precisamente escogidos se construía un presidio (del latín praesidium «protección», «guarnición») que, a pesar de lo que pueda significar hoy, era un puesto fortificado que albergaba a los soldados que protegían el territorio. En estos pueblos se trató de integrar a los indios en esa nueva sociedad que, sí o sí, los iba a engullir, enseñándoles como mejorar el rendimiento de las tierras o la plantación de nuevos cultivos, facilitándoles las herramientas para trabajar el hierro y la madera o iniciándolos en nuevos oficios, como el de albañil. Algo que les supuso a los franciscanos, y a Junípero Serra especialmente, duros enfrentamientos con el poder civil del lugar.

En todas las misiones que se fundaron en esta ruta, nueve en vida de fray Junípero (San Diego, San Carlos Borromeo, San Antonio de Padua, San Gabriel Arcángel, San Luis Obispo, San Francisco de Asís, San Juan de Capistrano, Santa Clara de Asís y San Buenaventura) se plantaron viñas. Así que podría considerarse a fray Junípero Serra como el padre de los vinos de California, que hoy en día es una de las zonas más productivas (si fuese un país sería el cuarto mayor productor mundial) y apreciadas de todo el mundo.

A la variedad que los franciscanos llevaron a EEUU desde México se la llamó uva misionera. Y aunque hoy en día apenas quedan algunos acres de esta variedad en California, la vocación viticultora quedó impregnada en aquel territorio.

Y si el franciscano fue el fundador de California e iniciador de la actividad vitivinícola en el territorio, otro español, Garci Rodríguez de Montalvo, fue su padre toponímico. Pero para eso tenemos que retroceder un poco más en el tiempo…


Garci Rodríguez de Montalvo, escritor de Medina del Campo (Valladolid), ganó fama a comienzos del XVI cuando adaptó y reescribió uno de los libros de caballería más conocidos de la Edad Media, Amadis de Gaula, un referente para Cervantes a la hora de escribir el Quijote. Tanto le apasionó el tema que le añadió un cuarto volumen -la obra original del Amadis constaba de tres volúmenes- e incluso en 1510 se animó a escribir otro libro como continuación a la saga, Las sergas de Esplandián.

Si a la popularidad de la novela de Garci Rodríguez cuando los españoles exploraban las costas californianas (incluso lo seguirá siendo un siglo más tarde y la citará Cervantes en el Quijote entre las obras quemadas por el cura y el barbero para librar al hidalgo de su adicción a estos libros) le añadimos que en ella aparece una isla paradisíaca de fantasía llamada California, y que, como he dicho antes, se pensaba que dicho territorio era una isla, tenemos el origen del nombre de este estado.

Por cierto, la obra Las sergas de Esplandián, que se podría traducir como Las hazañas de Esplandián, tiene un error en su título. Garci Rodríguez, cuyo griego dejaba un poco que desear, quiso acreditar el origen griego de su personaje Esplandián para darle un toque épico y utilizó erróneamente la palabra sergas, que no existe, en lugar de ergas, que en griego significa hazañas.