Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis obligaron a sus propios soldados, a los miembros de las Juventudes Hitlerianas y a los prisioneros de guerra a limpiar los escombros de las ciudades después de los ataques aéreos aliados. Tras finalizar la guerra en 1945, se desplegaron prisioneros de guerra y ex miembros del partido nacionalsocialista NSDAP para esta tarea en ciudades como Berlín o Dresde, reducidas a ruinas y cascotes. Sin embargo, debido al volumen de escombros a retirar, unos 400 millones de metros cúbicos en toda Alemania, hubo que pedir ayuda a la población civil, a menudo voluntariamente en Occidente y en su mayoría obligatoria en la zona de ocupación soviética.
¿Y quién se hizo cargo de este arduo trabajo? Las llamadas mujeres de los escombros, mujeres de entre 15 y 50 años que, con sus manos, picos, palas y maquinaria rudimentaria, poco más allá de alguna polea, retiraron los escombros y desmontaron los restos de edificios para sacar los ladrillos y todo lo que se pudiese aprovechar y reutilizarlo en reparaciones y nuevas construcciones. Fueron un símbolo de la voluntad de reconstruir y la supervivencia de los alemanes.
En 2014, la historiadora alemana Leonie Treber publicó el libro Mythos Trümmerfrauen (El mito de las mujeres de los escombros), en el que relativiza la importancia de estas mujeres de posguerra en la reconstrucción de Alemania y concluye que, en la mayoría de las ciudades, la limpieza se llevó a cabo por especialistas y empresas profesionales con grandes equipos técnicos (maquinaria pesada, excavadoras y camiones). Leonie no dice que no existiesen, pero que su trabajo fue apenas relevante y su popularidad se debió a una campaña de marketing mediático para reclutar más voluntarios, e incluso que la “voluntariedad” se debió a la recompensaba de cartillas de racionamiento de más productos.
Lógicamente, no voy a entrar a enjuiciar el libro de esta historiadora ni sus conclusiones, pero sí me gustaría matizar algunos detalles. Después de la guerra, Alemania se había convertido en un país de mujeres: más de 5 millones de soldados alemanes habían muerto, casi 11 millones eran prisioneros de guerra e imposible de cuantificar el número de desaparecidos (que no se sabía dónde estaban y si alguna vez regresarían a casa), y de los hombres que permanecían en Alemania muchos eran ancianos, enfermos o heridos. Las mujeres y los niños fueron los que sufrieron la devastación de las ciudades y tuvieron que luchar por su supervivencia. Así que, la fuerza de trabajo principal, para lo que fuese, tuvieron que ser las mujeres. Según el historiador alemán Heinrich August Winkler…
Las mujeres de los escombros se convirtieron en la encarnación de un intercambio radical de roles de género.
Ya no había una diferencia entre hombres y mujeres en el trabajo, porque las mujeres lo hacían todo. Independientemente de si limpiaron muchos o pocos escombros, siguieron ejerciendo de madres, de amas de casa y fueron las que hicieron frente a la vida cotidiana que mantuvo el país en marcha. Esta independencia de las mujeres terminó cuando la situación en el país comenzó a normalizarse y, en muchas ocasiones, cuando los alemanes cautivos regresaron y exigieron que las mujeres les devolvieran sus trabajos y su rol principal dentro del núcleo familiar. Aun así, consiguieron algo que ya nadie les podría arrebatar: la Ley Fundamental para la República Federal de Alemania. La Constitución alemana, aprobada en 1949, en su artículo 3 dice:
1. Todas las personas son iguales ante la ley.
2. El hombre y la mujer gozan de los mismos derechos. El Estado promoverá la realización efectiva de la igualdad de derechos de las mujeres y los hombres e impulsará la eliminación de las desventajas existentes.
3. Nadie podrá ser perjudicado ni favorecido a causa de su sexo, su ascendencia, su raza, su idioma, su patria y su origen, sus creencias y sus concepciones religiosas o políticas. Nadie podrá ser perjudicado a causa de un impedimento físico o psíquico.
Fuente: Vuelve ni tontas ni locas
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