En cualquier momento, en cualquier momento mientras fui una esclava, si me hubieran ofrecido un minuto de libertad, y me hubieran dicho que debía morir al final de ese minuto, lo habría tomado, solo por saber cómo era ser libre. Elisabeth Freeman

¿Sabéis las diferencias entre estas imágenes?




Por cierto, la segunda imagen se tituló «Tres niños jugando«. Decía Mandela que «nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión» y seguramente para los niños era simplemente un juego, pero para el adulto que sacó la foto -posiblemente alguno de los padres de las niñas blancas- era lo normal. Por la fecha de la instantánea (1955), podrían estar vivos sus protagonistas, ¿qué pensarían ahora al verla?

Y volviendo a la pregunta que os hacía al comienzo, la respuesta es que sólo hay una: la primera es ficción («Lo que el viento se llevó«) y las otras tres realidad. Son tres imágenes de los años 50 del Congo Belga, un territorio administrado por Bélgica desde desde 1908 y que anteriormente había sido el «jardín privado» de Leopoldo II de Bélgica. Y digo bien lo de privado, porque él era el titular, no Bélgica. Ha sido la única colonia privada de la historia. Escribía Mark Dummet, corresponsal de la BBC en Kinshasa…

De los europeos que luchaban para hacerse con el control de África a finales del siglo XIX, se puede decir que el rey belga Leopoldo II dejó el mayor y más horrible legado de todos […] Mientras las grandes potencias competían por conseguir territorios en otros lugares, el rey de uno de los países más pequeños de Europa esculpió su propia colonia privada en la selva tropical centroafricana.

Por cierto, jardín que nunca visitó. Además, es muy curioso porque se hizo con este inmenso territorio sin pegar un tiro ni derramar una gota de sangre. En la Conferencia de Berlín de 1885, convocada por las potencias europeas para repartirse África -así, como suena-, Leopoldo tuvo la habilidad de convencer al resto de potencias de que llevaría a ese vasto territorio el cristianismo y la civilización. Eso sí, como buen filántropo que era, en beneficio de los pobres congoleños, huérfanos de un mesías que los guiase por la senda del progreso y el desarrollo. Y le creyeron. De esta forma, Leopoldo se convirtió en el dueño de un territorio maldito por su riqueza, objeto de una explotación sistemática e indiscriminada de sus recursos naturales, en aquella época marfil y caucho. Amparado en un ejército privado de casi 20.000 hombres, el hipócritamente llamado Estado Independiente del Congo se convirtió en un campo de trabajo masivo en el que se utilizó mano de obra indígena en condiciones de esclavitud. Bajo el régimen de terror impuesto, que incluía amputaciones y asesinatos de las familias si los congoleños no llegaban a las cuotas de producción previstas, la colonia llegó a ser el territorio más rentable de África. Cómo sería lo que allí ocurrió -se hablaba de más de cinco millones de muertos-, que hasta el resto de metrópolis europeas se escandalizaron cuando lo conocieron. De hecho, las maniobras diplomáticas y la presión de la opinión pública consiguieron que el rey renunciase a su titularidad, que pasó a convertirse en una colonia de Bélgica, bajo el nombre de Congo Belga. Y para que el rey no se sintiese muy apenado, el gobierno belga, como reconocimiento a su labor filantrópica, le soltó 50 millones de francos. De esta forma, su pérdida fue más llevadera

Así que, censurar una película («Lo que el viento se llevó») que relata a la perfección una época y un lugar no cambia la realidad histórica, por ejemplo, del Congo. La historia puede ser cruel, despiadada, miserable e injusta, ya que sus protagonistas, nosotros, lo somos, y enmascarar nuestro pasado y vestir con ropajes la verdad, porque desnuda duele, es de necios y, además, peligroso…