Juan Latino fue un esclavo de ascendencia africana que llegó a ser catedrático de la Universidad de Granada. Así que, no partía de una posición de privilegio, de hecho en aquel siglo XVI era el escalafón más bajo de la sociedad. Un simple esclavo olvidado hoy en día pero que fue un referente de su época. Incluso dos de los más grandes literatos de nuestra historia, Cervantes y Lope de Vega, hablaron maravillas de él.

De su origen hay diversas teorías, unas dicen que siendo niño fue capturado por los portugueses en África y vendido como esclavo en Sevilla, y otras que era hijo de una esclava y que nació ya en la península allá por 1518. Lo que sí se puede asegurar es que era un esclavo, concretamente al servicio personal de Gonzalo Fernández de Córdoba, el nieto del Gran Capitán, y de ascendencia africana.

Aunque no es más que una época y un lugar, porque lamentablemente la esclavitud ha existido a lo largo de los siglos, siempre que se habla de esclavitud nos viene a la cabeza la imagen de los africanos trabajando en las plantaciones del continente americano. Incluso puede resultar complicado imaginar una ciudad como Sevilla en el siglo XVI con esclavos.

¿Y cómo era la esclavitud en esa España?

A partir del siglo XVI los esclavos eran capturados en el interior y en las costas de África y llevados masivamente al continente americano, pero también llegaban a España, concretamente a los puertos de Cádiz y Sevilla desde el siglo XIV. Y allí eran vendidos al mejor postor para realizar los trabajos más duros y pesados. Lógicamente, sólo la aristocracia, la nobleza, el clero y artesanos y comerciantes pudientes podían permitirse este lujo. Además, el número de esclavos marcaba el estatus social de cada familia. De hecho, en algunas épocas el número de esclavos llegó a representar un porcentaje importante de la población, por ejemplo en Sevilla hasta el 10%. Incluso se llegó a decir que Sevilla parecía un tablero de ajedrez. Y de hecho, dejaron huella porque hasta en algo tan andaluz como la Semana Santa o el flamenco hay evidencias de la presencia africana. Por ejemplo, en la hermandad más antigua que procesiona en la Semana Santa sevillana: la Hermandad de los Negritos. De hecho, cuando se creó a finales del XIV no existía la Semana Santa como tal. Cuando los esclavos ya eran viejos o por un accidente o enfermedad quedaban incapacitados para el trabajo, algunos dueños, los menos, les permitían seguir en las casas por los servicios prestados o porque incluso podían tenerles algo de aprecio, pero el resto -vamos, la mayoría- los echaban a la calle y los abandonaban a su suerte. Hasta que fue nombrado arzobispo de Sevilla Gonzalo de Mena. Este clérigo no era solo de los que predicaba, sino que también practicaba con el ejemplo, así que a finales del XIV ordenó construir a las afueras de la ciudad una especie de asilo para acoger a todos aquellos esclavos. Alrededor de esta obra social se creó una hermandad solidaria formada por los esclavos y los que desinteresadamente los atendían, que más tarde se llamó “los negritos”. Es la hermandad de la Semana Santa más antigua de las que existen en la actualidad.

«Tres muchachos» – Bartolomé Esteban Murillo (1670)

¿Y el flamenco? ¿Tiene que ver con el cante o con el baile?

Tiene que ver con el baile, que es una mezcla cultural de los propios andaluces, de los gitanos que llegaron desde la India y de los bailes africanos. Pero también hay un instrumento que tiene origen africano y que Paco de Lucía se encargó de incorporar al flamenco: el cajón flamenco. Los africanos llevados al continente americano llevaron con ellos su música, básicamente de percusión. Tocaban sus tambores en sus rituales ancestrales, hasta que se pensó que los utilizaban para comunicarse entre ellos y preparar levantamientos. Así que, se prohibieron, y como ellos no estaban dispuestos a renunciar a su música buscaron la forma de sustituir sus tambores con lo que tenían a mano. Y lo hicieron con los cajones o cajas de madera usados para transportar productos. Y de aquellas cajas de fruta, los cajones flamencos de hoy en día. Hace algo más de 40 años, en un viaje a Perú, el maestro Paco de Lucía escuchó el sonido de los cajones y supo que encajarían perfectamente en su música. Encajan tan bien con el flamenco que mucha gente cree que siempre han estado ahí.


Como os decía, Juan era el esclavo de Gonzalo Fernández de Córdoba, el nieto del Gran Capitán. Tras la muerte de sus padres en Italia, los familiares se hicieron cargo del pequeño Gonzalo y sus hermanas. Se los llevaron a Granada y allí fueron educados por los mejores preceptores y maestros de la ciudad -recordemos que eran de familia noble por parte de padre y madre-. Y aquí es donde aparece Juan, un poco mayor que Gonzalo, que se convirtió en una especie de sirviente personal y, mientras fueron jóvenes, compañero de juegos. Gonzalo, que será el futuro duque de Sessa y conde de Cabra, debía formarse en diferentes disciplinas, y Juan también sacó provechó de aquellas clases particulares. Juan se quedaba por allí, como pensando en las musarañas, sin molestar, pero empapándose de todas las enseñanzas. Cuando Gonzalo fue a la Universidad, como Juan tenía prohibida la entrada en las aulas, se quedaba fuera con la oreja pegada a la puerta siguiendo con su autoformación. Uno de estos días en los que asistía a las clases desde el pasillo, se acercó a él don Pedro de la Mota, profesor, catedrático y un referente en aquella Universidad. Hacía ya un tiempo que lo venía observando y quiso conocer a aquel muchacho que demostraba tener más ganas de aprender que muchos de los que estaban dentro del aula. Charlaron durante varios días y decidió encargarse personalmente de formar al muchacho.

¿Un catedrático formando a un esclavo? 

Desde este momento hasta la muerte de Juan, todo en su vida iba a ser echar por tierra los estereotipos de aquella sociedad y romper sus reglas. Lógicamente, el catedrático tuvo que pedir permiso a Gonzalo, y éste lo concedió sin ningún reparo. Se habían criado juntos y su relación iba más allá de la que podía tener un siervo y su amo. Tras varios años de trabajo, dedicación y esfuerzo -porque Juan seguía teniendo obligaciones igual que cualquier otro esclavo- consiguió completar sus estudios en Gramática y Lengua Latina. Y don Pedro quiso ir un paso más allá. A pesar de tener un padrino de tronío, él siempre fue discreto, seguía siendo un esclavo y sabía que su protagonismo no gustaba a todos. Pero hay veces en la vida que se produce un alineamiento de planetas y así sucedió: contaba con el beneplácito de unas de las familias más poderosas, con el apoyo del catedrático de más prestigio de la Universidad y, por mediación de éste, con el regidor de la institución docente, el arzobispo de Granada Pedro Guerrero. De esta forma, Juan Latino se convirtió en profesor y, años más tarde cuando su mentor falleció, catedrático de Gramática y Lengua Latina de la Universidad de Granada. Eso sí, antes del nombramiento Gonzalo le concedió la libertad. Había pasado de no poder entrar a las clases a ejercer de profesor en esas mismas aulas, pero a Juan no le importaba dónde había llegado y desde dónde lo había hecho, a él sólo le importó aprender y, más tarde, enseñar. No buscó ser reconocido, su reconocimiento le llegó por su trabajo.

Mundo literario.

Nuestro ya catedrático ejerció de docente durante varios años y también hizo sus pinitos en el mundo literario. Publicó varias obras, todas en latín, en las que demostró ser un maestro en el noble arte de juntar palabras y un erudito latinista, y por ello Cervantes lo alabó: por el manejo del latín. ¿Y cuál fue su obra más conocida? Yo me decantaría por la Austriadis Carmen, un poema épico, al estilo de la Eneida de Virgilio, en el que rememora y canta la victoria de don Juan de Austria sobre los otomanos en la batalla de Lepanto. Pero es que incluso parece que tenía prisa por publicarla porque la batalla de Lepanto es de 1571 y al año siguiente se publicó la obra que, además, constaba de dos libros y escrito en verso. Dicen, y esto no te lo puedo asegurar, que había conocido a don Juan de Austria un par de años antes cuando estuvo en Granada para sofocar la rebelión de los moriscos en las Alpujarras, y que por eso fue el protagonista de sus obras. También le escribió una sentida elegía a Gonzalo Fernández de Córdoba en la que le llamaba hermano y le agradecía lo mucho que le debía: ser un hombre libre y culto.

Pero todavía hay un detalle más que os va a descolocar. El rey Felipe II había ordenado trasladar los cuerpos de sus antepasados enterrados en Granada al Escorial. Lógicamente, para la ciudad era un gran pérdida e intentaron, en la medida de sus posibilidades ya que se trataba del rey, que por lo menos los cuerpos de los Reyes Católicos quedasen en la Capilla Real. ¿Y a qué no sabes a quién le encargaron ese cometido? A Juan. Tanto las autoridades locales como la autoridad eclesiástica granadina decidieron que fuese él, así que ya os podéis hacer una idea el estatus que había adquirido. Y lo consiguió…

¿Y cómo lo hizo?

Pues echando mano de sus mejores armas: sus composiciones poéticas. Le dedicó unos poemas a Felipe II en los que alababa a su persona, a su estirpe, a sus familiares allí enterrados, y a continuación describía a Granada como la madre que siempre acoge y protege a los suyos, la cual respira aliviada y contenta cuando tiene a los suyos en su regazo. Y antes de terminar prometiendo eterna lealtad a la corona, le suplicó que reconsiderase su decisión respecto a sus bisabuelos, ya que ellos mismos había dejado escrito que deseaban descansar en la capital del antiguo Reino nazarí. Dicho y hecho. Felipe II ordenó trasladar los restos de su madre, su primera mujer y sus dos hermanos Fernando y Juan, pero permitió que los Reyes Católicos se quedasen en Granada. Así que se puede decir que Juan es el responsable de que hoy en día los restos de los Reyes Católicos estén en la Capilla Real de Granada.

Emilio Buale representando el papel de Juan Latino en «Cachita. La esclavitud borrada»

¿Y qué hay de su vida personal? ¿Se casó? ¿Tuvo hijos?

En su línea. Siguió rompiendo las normas de sociedad. Antes de ser nombrado catedrático, también impartía clases particulares a los hijos de algunos nobles. Bueno, hijos e hijas. Y una de ellas fue Ana Carleval, hija del administrador de su amigo don Gonzalo, de la que se decía que era una de las mujeres más hermosas de la ciudad. A pesar de que su padre ya la había prometido en matrimonio, el maestro y la alumna iniciaron un romance furtivo. No podía ser de otra forma, porque en ese momento Juan todavía era un esclavo y ella era blanca y pertenecía a la nobleza. Y entre tonteo y tonteo, Ana se quedó embarazada. Un escándalo en toda regla. Aunque el padre de Ana le habría colgado del palo mayor, no le quedó más remedio que  romper el acuerdo prematrional y acceder al matrimonio. Tuvo mucho que ver el apoyo a Juan de la familia de los Fernández de Córdoba y su mediación con el padre. También os digo que de no mediar un hecho consumado, habría sido casi imposible, a pesar de la reputación de Juan, un enlace entre un esclavo de origen africano y una bella señorita de la alta sociedad.

¿Y fueron felices y comieron perdices?

Pues realmente sí. Tuvieron varios hijos y Juan estuvo ejerciendo hasta que se quedó ciego y tuvo que abandonar la cátedra. Murió siendo octogenario. Y esta es la historia de Juan Latino, que así llamaron al otrora esclavo africano que rompió con todos los moldes de aquella sociedad: se licenció en la Universidad de Granada, donde llegó a ser catedrático; fue la primera persona de raza negra que publicó un libro en imprenta y también el primero en escribir una obra en latín; se casó con una mujer de la nobleza y fue un referente cultural de la época. Y con todos estos argumentos, ¿por qué creéis que apenas es recordado? Creo, y es mi opinión, que si hubiese escrito en castellano en lugar de latín sería más popular y su obra habría sido estudiada junto a la de los literatos del Siglo de Oro español, el siglo de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora… y otros grandes autores de nuestra historia.

Fuente: Influencers (Storytel)

Ya a la venta en Amazon mi último libro: