Muchos ven la rendición como un acto de cobardía y deshonor; otros, sin embargo, la consideran simplemente como una oportunidad para salvar la vida.

Desde comienzos de 1943, el primer ministro británico, Winston Churchill, y el presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt, se reunieron para planear la invasión del continente europeo, entonces ocupado por los alemanes. Pero no fue hasta 1944 en que se dieron las circunstancias oportunas: los alemanes habían perdido África, los aliados dieron el salto a Sicilia y desde allí al resto de Italia; además, el Ejército Rojo empujaba con fuerza desde el frente oriental. Se decidió que la mejor opción era Normandía, en el noroeste de Francia, y la fecha, según la máquina para la predicción de las mareas del matemático británico Arthur Thomas Doodson, el 6 de junio. La primera parte de esta operación, llamada Overlord, consistía en el desembarco en Normandía del ejército aliado que, después de liberar Francia, llegaría hasta Alemania. Tras el éxito del desembarco, y debido al gran contingente de tropas y vehículos involucrados, los aliados necesitaban más puertos donde seguir reabasteciendo a su ejército, y pusieron sus ojos en el de Cherbourg. El 24 de junio, el coronel Bernard B. McMahon, al mando del 315 Regimiento de Infantería, recibió la orden de limpiar el área de Martinvast, al suroeste del puerto. Cuando llegó al lugar, se encontró una zona devastada por la artillería, pero con muchos alemanes todavía atrincherados. El coronel decidió darles una oportunidad de salvar la vida. Cogió un megáfono y les conminó a rendirse.

Tenían 10 minutos para rendirse, y después arrasaría la zona.

Trascurrido el periodo de gracia, y como no había movimientos en las posiciones alemanas, volvió a dar una segunda oportunidad… cuando aparecieron cinco oficiales alemanes con los brazos levantados y una bandera blanca para parlamentar. Como portavoces del comandante de la guarnición, le dijeron al coronel…

Sabemos que estamos perdidos, pero rendirnos sin luchar sería una deshonra.

McMahon entendía su postura y les preguntó qué proponían. La oferta del comandante alemán, que llevaban los oficiales, era que los estadounidenses lanzasen un obús de fósforo blanco para simular un ataque. Además de ser un potente agente incendiario, el fósforo blanco se utiliza para crear grandes pantallas de humo espeso y camuflar lo que ocurre. De esta forma, la conciencia del oficial alemán quedaría tranquila al haber rendido sus tropas, aparentemente, luchando.  Así acordaron hacerlo, hasta que informaron al coronel que no les quedaban obuses de fósforo blanco, sólo granadas. McMahon ofreció simular el ataque con cinco granadas. Los alemanes lo  pensaron un momento y aceptaron. Regresaron a sus posiciones, lanzaron las granadas a un campo de maíz cercano y completaron la representación teatral. Por cierto, al final sólo fueron cuatro granadas… no tenían más. Gracias a este acuerdo, se salvó la honra y, sobre todo, la vida de los casi 2000 alemanes que fueron hechos prisioneros.

Por cierto, el coronel Bernard B. MacMahon fue condecorado con la Estrella Plateada por su arrojo y valentía mientras servía en la 79 División de Infantería durante la Segunda Guerra Mundial.

Fuentes: Day D –  Antony Beevor