Con la decadencia del mundo medieval, ocurrida a lo largo del siglo XV, en Europa se buscó el retorno a los valores de la cultura clásica grecorromana, comenzaba el Renacimiento. Aunque también se produjo una renovación en el mundo de las ciencias, el principal baluarte y exponente del Renacimiento lo hallamos en el campo de las artes. Dejando atrás el sistema feudal, comenzaría a emerger una nueva clase social, la burguesía, que pondría los cimientos del capitalismo y una economía mercantil, y sería la abanderada de un movimiento cultural e intelectual a mediados del XVIII, la Ilustración. Este movimiento culminaría con la Revolución Francesa (Liberté, égalité, fraternité) y la Revolución industrial. Desde esta nueva sociedad, completamente diferente a la impuesta por reyes, nobles y clero durante el Medievo, es fácil “vender” la Edad Media como una época oscura, de ignorancia y barbarie, época que sólo fue superada cuando triunfaron los ideales abanderados por la propia Ilustración: razón, espíritu crítico, progreso científico, liberalismo… Cuánto más bárbara y oscura se pintase la sociedad medieval, mejor se “vendería” una sociedad basada en los ideales de la Revolución francesa y la Ilustración.

¿Y quienes crearon este mito?
El principal responsable fue el italiano Francesco Petrarca. Un hombre que tuvo mala suerte en vida e incluso después de muerto. Como buen poeta, sus 70 años de vida menos un día (casi muere el mismo día de su cumpleaños) no fueron muy placenteros: escribió 366 poemas a una tal Laura, musa y amor platónico que le traía por la calle de la amargura, recibió la coz de un caballo que le dañó varias costillas, sufrió varias crisis religiosas, cambió de ciudad frecuentemente, tuvo desavenencias constantes con su hijo Giovanni y padeció varias enfermedades. Cuando falleció en 1374, lo de descansar en paz fue sólo un eufemismo, porque sus huesos han sufrido seis traslados para ser cambiados de sitio o ser analizados. Y, como es lógico, cada vez que abrían su tumba el manoseo de tibias y fémures no ayudaba mucho a que se conservaran. Durante la exhumación de 2003 se descubrió que su calavera no era la suya sino la de una mujer y ni siquiera era de su época sino de un siglo anterior, además le faltaba el brazo derecho que, según cuenta la leyenda, robó un fraile en 1630.

Petrarca

Dejando a un lado las particulares vicisitudes que sufrieron sus restos, cabría preguntarse por qué Petrarca emprendió esta cruzada ideológica y propagandística contra la Edad Media y en favor de recuperar la cultura clásica, representada en última instancia por el Imperio romano. Lógicamente, influyó el colapso económico, cultural, moral y demográfico del siglo XIV producido por la guerra de los Cien Años que asoló Europa; por el periodo frío, que hoy conocemos como la Pequeña Edad de Hielo, que acabó con los años de bonanza climática e influyó de manera catastrófica en las cosechas; por la Peste Negra y por la llamada cautividad babilónica de los Papas -por analogía con el cautiverio sufrido por los judíos en Babilonia en el siglo VI a.C.-. En 1309, ante las injerencias de poder entre Papas y reyes o emperadores y las diferentes guerras que asolaban la península itálica, Clemente V se guareció bajo la protección del rey francés y traslado la corte papal de Roma a Aviñón. Durante casi 70 años los Papas fueron cautivos de los reyes de Francia pero, eso sí, en jaulas de oro: grandes palacios, rodeados de obras de arte, en buena compañía… Según el propio Petrarca, que durante una época vivió en Aviñón…

Aviñón es la vergüenza de la humanidad, un pozo de vicios, una cloaca en que se encuentra toda la suciedad del mundo. Allí se desprecia a Dios, sólo se venera al dinero, y se pisotea la ley de Dios y la de los hombres. Todo allí respira mentira: el aire, la tierra, las casas y, sobre todo, las alcobas papales. Adoran más a Venus y a Baco que a Jesucristo.

Si a todo esto añadimos que, para Petrarca, tras la decadencia de Roma la creación artística y literaria había caído en su pozo sin fondo -decía que había que recuperar a las Musas de su exilio-, parece lógico añorar tiempos pasados. Pero Petrarca dio un paso más: no se quedó lamiéndose las heridas provocadas por la época que le tocó vivir y añorando tiempos pretéritos, sino que estableció las bases para retornar los valores de la cultura clásica, el Renacimiento. De hecho, comenzó a establecer una división temporal de la historia basada en una visión cultural e intelectual: una primera época caracterizada por la cultura clásica grecorromana, una segunda donde la barbarie y el oscurantismo son las notas predominantes y una futura tercera época en la que se recuperará el esplendor clásico y que Petrarca, tal y como dejó escrito en su poema épico titulado África, desea que llegue pronto…

Mi destino es vivir en medio de variadas y confusas tormentas. A ti, en cambio, si –como espera y desea mi alma– me sobrevives muchos años, te aguardan quizá tiempos mejores; este sopor de olvido no ha de durar eternamente. Disipadas las tinieblas, nuestros nietos podrán caminar de nuevo en el puro resplandor del pasado.

Un modelo de periodicidad de la historia que se puede simplificar como las luces, las sombras –in medium, en palabras del poeta, y que correspondería con la Edad Media- y la recuperación de las luces. Ya en el siglo XV, será el humanista italiano Flavio Biondo el que pondrá nombre a las tres edades (Antigua, Media y Moderna), ahondando en la idea de que el Medioevo (medium aevum) no era más que una larga noche de 1.000 años entre dos épocas gloriosas.

No voy a negar que en este periodo hubo siglos oscuros y hasta negros, pero es que hablamos de diez siglos. Hubo tiempo para siglos de todos los colores. No habría que olvidar que también fueron protagonistas de estos siglos las primeras Universidades, tanto privadas como vinculadas a la Iglesia, que crearon una comunidad de eruditos repartidos por todo el mundo; el arte gótico y las grandes catedrales que hoy en día mostramos orgullosos en nuestras ciudades; la creación de los gremios como agrupaciones de trabajadores en defensa de sus derechos; el auge de las ciudades; el fin de la esclavitud que sustentó la República y el Imperio y retomará su protagonismo en la Edad Moderna; la navegación mediante la brújula; el invento de la pólvora o la propia imprenta; los hospitales que comenzaron a florecer por toda Europa y allí donde llegaron las órdenes religiosas, ya que estaban vinculados a monasterios o a las propias órdenes -como el hospital de Jerusalén de la Orden de los Caballeros de San Juan-, y en los que los monjes o clérigos atendían a enfermos, peregrinos, pobres o niños abandonados… y así podría seguir echando argumentos al platillo de las luces hasta que en la balanza de la justicia se igualase con el platillo de las sombras.

Un periodo tan largo dio para todo, y haríamos mal en dejar que los sombras oscureciesen las luces.