Era el año 1857, concretamente el día 20 de julio, cuando en Nam-Dinh, enclave situado al norte del Vietnam actual, el misionero español José María Díaz Sanjurjo, vicario apostólico de aquella región, era conducido al patíbulo cargado de cadenas. Minutos después, tras dos certeros golpes del verdugo, la cabeza del mártir se separó de su cuerpo.  No fue un hecho aislado, sino más bien la gota que colmó el vaso. La persecución de misioneros católicos en Indochina, especialmente en la zona de Tonkin, llevaba siendo una constante durante mucho tiempo.


José María Díaz Sanjurjo

Una expedición de castigo

España, por entonces bajo el gobierno de Isabel II,  y con Leopoldo O´Donell, presidente del Consejo de Ministros, tomando  buena parte de las decisiones trascendentales, recibe la propuesta de la Francia de Napoleón III: había que llevar a cabo una expedición de castigo. Tenían que dejar claro que no se podía acabar con la vida de los hombres que predicaban en nombre de la fe católica sin que hubiese consecuencias. La decisión de aceptar el ofrecimiento parecía una temeridad. Las arcas españolas se  encontraban en una situación muy precaria, mermadas por las guerras carlistas y por los costes que conllevaba el mantenimiento de un Imperio que, aún en su ocaso,  generaba multitud de problemas a los gobernantes: desde la salvaje codicia de los piratas, cada vez más difíciles de contener en el inmenso archipiélago de las Filipinas, hasta los incipientes movimientos guerrilleros de autodeterminación en Cuba. Los enanos crecían en los jardines del Palacio Real de Madrid.

Sin entrar en los sempiternos problemas internos del país, parece obvio que los responsables del Gobierno español tenían muchos frentes a los que dedicar su tiempo, el dinero administrado y las vidas de los militares españoles.  Sin embargo, España era entonces un país orgulloso de su glorioso pasado, del que todavía quedaban rescoldos. Como ese noble que se niega a aceptar que, tras décadas de despilfarros, la herencia consiste en poco más que el título nobiliario.  Además, seguíamos siendo un territorio en el que cualquier aroma a cruzada seguía caldeando los ánimos, incluso dejando a un lado los dictámenes de la razón.

La Guerra de Vietnam: 100 años antes

Unos 100 años antes del desembarco de las tropas estadounidenses en Danang–en la zona central del actual Vietnam-,  en el mismo lugar y previendo también una campaña rápida y una victoria fácil, arribaron a tierra procedentes de Manila (Filipinas) las tropas franco-españolas.  Una expedición de unos 1.500 hombres por cada una de las naciones que tenían la misión de escarmentar al emperador Tu Duc, gobernante del Reino de Annam (actual Vietnam), y cortar la sangría contra los misioneros europeos.  Sin embargo, como les pasaría décadas después a las tropas estadounidenses, se encontraron con muchas más dificultades de las esperadas. El sofocante calor, el ardor de los annamitas en defensa de su territorio y las enfermedades tropicales hicieron estragos, a excepción de los tagalos (nativos filipinos) que engrosaban las filas españolas.


Asalto a la fortaleza de Saigón por las tropas franco-españolas el 17 de febrero de 1859

Finalmente, tras centenares de bajas entre las tropas españolas, los objetivos se consiguieron. Saigón fue conquistada y unos años después, en 1862, se firmó un tratado de paz por el que varias provincias annamitas pasaban a control francés. La libertad religiosa para franceses y españoles también se convirtió en un hecho, al menos sobre el papel.

Y para España…un parque y un cementerio

Francia, como hemos dicho, ganó mucho más que la libertad religiosa de sus ciudadanos en Indochina. Aquella expedición punitiva, convertida en ocupación, abrió una vía comercial muy jugosa para el país vecino, que explotaron a conciencia en las décadas posteriores. De hecho, los territorios que hoy ocupan Laos, Camboya y Vietnam llegaron a estar bajo su control y la influencia cultural fue tal que, todavía hoy, se puede apreciar en los citados países.

España, por su parte, lastrada por la incompetencia de sus dirigentes, no supo sacar partido de aquella expedición por el sudeste asiático. Los vecinos, a cambio de la colaboración española que tan pingües beneficios les había aportado, apenas cedieron un pequeño terreno de unos 4.000 metros cuadrados en la ciudad de Saigón, lo que hoy es el parque Bach Tung Diep, una zona muy visitada por los turistas que viajan a Vietnam. En 1922, abandonado y sin ningún uso, volvió a manos francesas.

Un pequeño cementerio franco-español del siglo XIX, en el que están enterrados decenas de soldados de ambos países, yace en el olvido en Vietnam, cerca de Danang, engullido por la creciente industria de los alrededores. En uno de sus rincones, deterioradas y comidas por la maleza, se pueden encontrar las tumbas de 32 militares españoles fallecidos en la conquista de Vietnam, el antiguo reino Annam, que fueron enviados a una misión absurda por unos dirigentes irresponsables, pero que, pese a ello, respondieron con arrojo y valentía, hasta el punto de dar su vida.

Colaboración de Alberto Gallego Ayuso

Fuentes: La guerra de la Conchinchina: cuando los españoles conquistaron Vietnam  – Luis Alejandre Síntes; José María Díaz Sanjurjo