La palabra escrache es adecuada para referirse a las manifestaciones que se convocan frente al domicilio o el lugar de trabajo de personajes públicos para reprobar su comportamiento en determinados asuntos políticos o sociales. Según el Diccionario de americanismos, escrache alude a la «manifestación popular de denuncia contra una persona pública a la que se acusa de haber cometido delitos graves o actos de corrupción y que en general se realiza frente a su domicilio o en algún otro lugar público al que deba concurrir la persona denunciada».

El término se popularizó en los años noventa en Argentina para referirse a las manifestaciones organizadas frente a los domicilios de procesados por delitos cometidos durante la dictadura que luego habían sido puestos en libertad. Posteriormente, su uso se ha ido extendiendo a otros países y contextos. El verbo escrachar también aparece en el Diccionario de americanismos con varios significados, entre ellos los de «dejar en evidencia a alguien» y «golpear duramente a alguien». La RAE, que no recoge el sustantivo escrache, sí incluye el verbo escrachar como un coloquialismo argentino y uruguayo con los significados de «romper, destruir, aplastar» y «fotografiar a una persona».

Guerra Púnica

Si algo caracterizó el siglo III a.C. fueron los enfrentamientos entre las dos grandes potencias del Mediterráneo: Roma y Cartago, en las llamadas guerras púnicas (divididas en tres períodos: 264-241, 218-201 y ya en el siglo II a.C. del 149-146). En el 215 a.C., con Roma en estado de guerra con los cartagineses y tras sufrir una severa derrota en la Galia -con la pérdida de dos legiones y la muerte del cónsul Lucio Postumio Albino-, se promulgó la Lex Oppia (Ley Opia). Esta ley, presentada por el tribuno de la plebe Cayo Oppio en el año en que eran cónsules Quinto Fabio Máximo y Tiberio Sempronio, establecía que «ninguna mujer poseería más de media onza de oro, ni utilizaría vestidos de colores vistosos, ni se desplazaría en carroza por las ciudades o en el radio de una milla salvo por motivos religiosos públicos«.

En épocas de crisis y/o guerra los ciudadanos estamos dispuestos a aceptar algunas limitaciones de nuestros derechos y «tragar» con ciertas restricciones de nuestras libertades. Y eso es lo que ocurrió en Roma. Eran años de estrecheces y penuria, y parecía lógico pensar que estaban fuera de lugar las muestras de ostentación pública en una sociedad empobrecida por la guerra… Y así lo entendieron las mujeres. Igualmente, parece lógico pensar que, en época de vacas gordas y casi borrado del mapa tu acérrimo enemigo, dichas limitaciones y restricciones se pudiesen relajar e incluso derogar la ley que las estableció (Lex Oppia). Y eso es lo que solicitaron las mujeres de Roma en 195 a.C.

Ley Oppia

El cónsul Marco Porcio Catón el Viejo y los tribunos de la plebe Marco Junio Bruto y Publio Junio Bruto defendían la ley Opia y proclamaban que no aceptarían su derogación, pero las mujeres se echaron a la calle. Todos los días las mujeres se reunían en grupos cada vez más numerosos para reivindicar sus derechos, ocuparon las entradas del Foro, se agolparon ante las puertas de los Brutos y no se marcharon hasta que los tribunos renunciaron a la interposición de su veto -derecho con el que podían detener e impedir las órdenes, los decretos, las decisiones del Senado o las propuestas de ley-, incluso «osaban» acercarse a los cónsules, pretores y magistrados para presionarlos o presentarles sus exigencias… [un escrache en toda regla]. En palabras de Catón…

Ciudadanos, si cada uno de nosotros hubiese comenzado manteniendo firmes los derechos y la autoridad propias del marido, ahora no tendríamos que encontrarnos con todas las mujeres reunidas. Después de que nuestra autoridad ha estado derrotada en casa por la prepotencia de las mujeres, ahora es maltratada y pisoteada aquí, en el Foro. No logramos tenerlas controladas a nuestras mujeres, una a una, y ahora nos aterrorizan todas juntas […] Yo me he ruborizado cuando, hace poco, he logrado llegar hasta el foro en medio de grupos de mujeres. Y si no me hubiera contenido por el respeto a la dignidad y al pudor de cada una de ellas, más que en la confrontación con ellas consideradas colectivamente, para que no se viniese a decir después que fueron ásperamente reprochadas por el cónsul, yo les hubiera dicho a ellas: ¿Qué costumbre es ésta de precipitarse a la vía pública bloqueándola? […] Hoy ellas se dirigen en público a los maridos de otras y piden votos para derogar una ley, y de algunos los obtienen. Te dejas convencer a tu perjuicio, el de tu patrimonio y el de tus hijos. Apenas la ley deje a tu mujer libre de gastar, no lograrás tú imponerle un límite.

La realidad es que aunque algunas mujeres que participaron en el escrache justificaban la derogación por temas puramente superfluos, como que las mujeres de las provincias de Roma y pueblos sí podían lucir sus joyas y ellas no, la mayoría, que había «tragado» con aquella ley en tiempos de guerra, creía que mantenerla en tiempos de bonanza y relativa paz lo único que perseguía era continuar con las limitaciones en el ámbito de actuación de las mujeres. Las guerras habían dejado muchas viudas que, de esta forma, habían conseguido cierta independencia y control de sus recursos, al limitar su disposición les restaba margen de actuación y, por tanto, un mayor control estatal. Fuese como fuese, lo cierto es que la presión fue efectiva y la votación por la derogación, sin el derecho al veto de los tribunos de la plebe, salió adelante en 195 a.C.

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Fuentes: Corrupta Roma – Pedro Ángel Fernández Vega, Poder sobre las mujeres