Esperemos que cuando el próximo día 6 comiencen los Juegos Olímpicos de Río las noticias tengan que ver únicamente con lo estrictamente deportivo, porque hasta la fecha, día sí y día también, sólo aparecen noticias negativas sobre la sede de los próximos Juegos Olímpicos. Una de las que más me ha llamado la atención, y de ahí el título de este artículo, es la que afecta a las aguas abiertas donde se celebrarán las pruebas de natación: están contaminadas. Además, es que no es algo nuevo… la Bahía de Guanabara lleva mucho tiempo contaminada, pero hace 7 años, cuando se designaron los Juegos en Brasil, el gobierno brasileño se comprometió a limpiarlas pero no ha sido así. El New York Times ha consultado a expertos en medio ambiente que han dado a conocer varios test que revelan que hay rotavirus en el agua que podrían provocar a los nadadores diarrea y vómitos.

Los atletas extranjeros nadarán, literalmente, en mierda humana y estarán en riesgo de sufrir alguna enfermedad provocada por todos esos microorganismos.

Los Juegos Olímpicos, el acontecimiento deportivo por excelencia, se han utilizado en demasiadas ocasiones como una vía alternativa para conseguir otros objetivos completamente extradeportivos: Hitler aprovechó los de Berlín de 1936 como medio propagandístico y de supremacía de la raza aria; Estados Unidos hizo boicot a los de Moscú de 1980 mientras que los rusos y los países del Bloque del Este hacían lo propio en 1984 en Los Ángeles; en 2008 se hizo la concesión al gigante asiático como un guiño político… De todas formas, al ser un escaparate mundial, también han servido para reivindicar situaciones injustas: los deportistas estadounidenses de raza negra aprovecharon los juegos de México de 1968 para reivindicar sus derechos; los tibetanos se han quemado a lo bonzo como protesta por la ocupación del Tíbet… O bien han sido utilizados para protestar por el origen nazi de la propia antorcha olímpica.

El símbolo más venerado y reconocible de los Juegos Olímpicos es la llama olímpica. En la era moderna, la llama olímpica apareció por primera vez en los juegos de Ámsterdam 1928. La idea fue sugerida por Theodore Lewald, miembro del Comité Olímpico Internacional, que más tarde se convirtió en uno de los principales organizadores de los juegos de Berlín en 1936. Desde estos Juegos se convirtió en tradición el relevo que lleva la antorcha desde Olimpia, encendida frente a las ruinas del templo de la diosa Hera, hasta la ciudad anfitriona, donde prenderá el pebetero de la llama olímpica.

Olimpia - Templo Hera

Olimpia – Templo Hera

Los Juegos de la XVI Olimpiada, celebrados en 1956 en Melbourne (Australia), tuvieron la particularidad de que las pruebas de equitación se tuvieron que trasladar a Estocolmo (Suecia) debido a la severidad de la normativa australiana en cuanto al ingreso al país de caballos extranjeros… y los calzoncillos olímpicos.

Melbourne1956

Un grupo de nueve estudiantes de la Universidad de Sidney, encabezados por Barry Larkin, quisieron protestar por el origen nazi de la tradición del relevo de la antorcha… echándole un poco de humor. La idea era hacerse pasar por el portador de la antorcha olímpica en el último tramo hasta que se entregase al alcalde Pat Hills. Uno de los estudiantes, vestido con un pantalón corto y una camiseta blanca, portaría la antorcha y el resto harían de escolta. ¿Y la antorcha? Una casera: una pata de una silla, sobre ella una lata de pudin de ciruela y dentro de la lata unos calzoncillos ¿usados? empapados de queroseno. Cuando la antorcha llegó a la ciudad, los estudiantes comenzaron su relevo a mitad de camino, pero al principio todos se dieron cuenta de que era una broma y, sobre todo, cuando debido al movimiento de la original antorcha los calzoncillos se caían de la lata. Barry Larkin se percató de que aquello se iba a quedar en una bufonada y decidió coger él mismo la antorcha. Continuó la carrera y conforme iba avanzando, dejando atrás a los que habían visto que era una broma, la gente se apartaba a su paso —e incluso la policía le escoltó—, convirtiéndose en el relevo oficial. Hasta tal punto que llegó hasta el estrado donde estaba el alcalde y depositó la antorcha. Hills, que estaba más preocupado de su discurso, ni miró lo que portaba aquel hombre.

Barry Larkin con la antorcha

Barry Larkin con la antorcha

Comenzó su alocución… hasta que alguien se dio cuenta de que aquella no era la antorcha oficial. Barry Larkin se había escabullido entre la gente. Tras unos instantes de «¡Tierra, trágame!» y de no saber qué hacer, tuvieron la suerte de que en aquel momento llegó el portador oficial, Harry Dillon, que hizo la entrega y pudo continuar la ceremonia.

Harry Dillon

Fuentes: The Daily Telegraph, El Baúl de Josete