Antes de entrar a saco con los cotilleos rosas de los sumerios hay que advertir que el matrimonio entre los dos ríos no tenía connotaciones religiosas. Es cierto que el acto era presidido por un sacerdote, pero eso se hacía para cobrar el impuesto correspondiente (todas las religiones pasan el cepillo, ¿no?) y para dar fe del contrato matrimonial. Y es que la clase sacerdotal sumeria tenía poder para dar fe, en nombre de los dioses, de todo tipo de acuerdos. El matrimonio de los cabezas negras era un mero contrato civil por el que se informaba al gobernante y al templo de la formación de una nueva “unidad de producción”. Y es que los sumerios consideraban las familias como una especie de empresas familiares con intereses comunes. Eso influía en las bodas, pues si el padre era panadero veía con mejores ojos un yerno comerciante de grano que un pescador.
Y para que el artículo tenga la adecuada cantidad de color rosa, advierto que se daban matrimonios por amor, lo que es curioso teniendo en cuenta que las bodas eran concertadas. Hubo historias dignas de figurar en las revistas del corazón, como la de Sargón de Akhad, que se casó con la viuda del rey Lugalzagesi -él mismo la hizo viuda, por cierto- y a la que parece que fue fiel en un tiempo en que las concubinas estaban de moda. O la historia de su bisnieto Sharkalisarri, que tampoco tuvo concubinas, y cuya esposa cambió su nombre de nacimiento a Tutasharlibish (en sumerio, “Ella encontró el amor de su corazón”). Los matrimonios los concertaban las madres, con lo que los sumerios podían asegurar con propiedad aquello de que tu madre siempre desea casarte. Si la progenitora había muerto, era una de las hermanas la que se encargaba de la tarea. En la cultura de los dos ríos se las veía como confidentes de sus hermanos, así que se daba por supuesto que estaba cualificada para encontrar una chica adecuada y no dar un disgusto. Cuando la madre o hermana habían discutido las condiciones del contrato matrimonial, la novia pasaba a vivir con sus futuros suegros y marido durante unos meses. En ese tiempo de prueba la convivencia sexual se daba por supuesta, pues para los sumerios el sexo y los hijos eran importantísimos, y un matrimonio con mal sexo era sinónimo de pocos hijos. Practicaban sin problema, por tanto, las relaciones prematrimoniales. Si la cosa no llegaba a buen puerto, el contrato matrimonial podía romperse y el joven quedaba libre para seguir dando la brasa a su hermana pidiendo una cita con la amiga despampanante que todas las hermanas tienen.
En la ceremonia de la boda, aparte de la francachela, en la que nunca podían faltar los poemas en honor de la parejita, la cerveza, las salchichas y las empanadas de pescado, había dos partes muy importantes: una de ellas consistía en pagar los correspondientes impuestos al templo, al escriba y al recaudador; y otra, en la que el novio, ante los testigos, colocaba en el dobladillo del kaunake de la chica -faldón de tipo ritual hecho de piel- una tablilla. En esa tablilla se especicaba la dote proporcionada por el suegro, y esa dote era de exclusiva propiedad de la moza.
Sabemos que en tiempos arcaicos en Sumeria se practicó tanto la poligamia como la poliandria, pues ambas fueron abolidas por Urukagina de Lagash. La poligamia volvió con el tiempo, aunque solo para los que podían financiársela. Si una mujer no deseaba, o no podía tener más hijos, podía regalarle al marido una o más concubinas, cuyos hijos tendrían todos los derechos de sus hermanastros. ¿Y si una pareja ya no se soportaba? El marido podía pedir el divorcio a la mujer y esta no podía negarse a darlo, de la misma manera que tampoco podía oponerse a tener sexo con el marido. La esposa también podía solicitar el divorcio, aunque el esposo podía negarse a otorgarlo. En la ceremonia de separación se volvían a pagar los correspondientes impuestos al templo, al recaudador, al escriba, y también al pregonero, para que proclamara la disolución del matrimonio en una plaza pública. Luego, ante testigos, el recién divorciado cortaba el dobladillo del kaunake de su ex. ¿Por qué? Pues porque al divorciarse el hombre perdía la dote de ella, y con ese acto simbólico dejaba claro que renunciaba a ello. La mujer se largaba con toda la dote íntegra, y con todo aquello que se hubiese ganado en caso de que la dote se hubiese invertido en un negocio o en el comercio. Con esto vemos que el marido tenía derechos sobre la mujer, pero en caso de divorcio la esposa no quedaba desamparada económicamente.
Siempre he dicho que los cabezas negras eran gente pragmática. ¿Acaso los mejores finales no son aquellos en que todos quedan felices?
Colaboración de Joshua BedwyR autor de En un mundo azul oscuro
Imagen: Estructura familiar sumeria
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Información Bitacoras.com
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Haya casamientos o haya divorcios, los que sacan tajada son siempre los mismos: los receptores de los impuestos de los demás. En este caso, los del templo. Y es que Hacienda somos todos, pero siempre para apoquinar.
Un saludo.
Sí, también hay «anulaciones matrimoniales»
Y también «ceses temporales de la convivencia»
Las entradas son muy recomendables, pero el sistema de publicidad en el móvil que utilizáis no puede ser más molesto. Media pantalla ocupada por un anuncio en vídeo que no deja sitio para leer es excesivo, reconsideradlo por favor.
Interesante artículo, porque te refieres a los sumerios como «los cabezas negras»?
Así se llamaban ellos mismos, «sag-giga»
[…] azul oscuro Imagen: Estructura familiar sumeria historiasdelahistoria.com / Javier Sanz 16/02/16 Relaciones prematrimoniales, matrimonio y divorcio en Sumeria […]
definitivamente los mejores finales sin cuando todos quedan felices.
Si bien los contenidos son excelentes y sintetizados, lo de la publicidad es un atropello al lector, si es cierto ocupa media pantalla del móvil, ojala reconsidere esa estrategia