Es curioso que el naranja (color) y la naranja (fruta) se digan igual no solo en español, como acabamos de ver, sino también en inglés (orange en ambos casos), en francés (orange también); en portugués laranja y en valenciano o catalán taronja. En italiano distingue un poco entre el nombre del color y el de la fruta. Ante esta situación, cabe preguntarse qué fue primero. ¿Dio la fruta el nombre al color o el color se lo cedió a la fruta?

Si vamos al latín, madre de casi todas las lenguas que hemos mencionado antes, quizás nos aporte una pista. En la lengua de Cicerón, aunque él no las pudo probar pues su llegada a Europa fue algo posterior a su vida, la fruta se designa como malum auratum (manzana dorada). El color naranja es, así mismo, auratum, es decir, dorado. Para los romanos, el color naranja es parecido al tono del oro. Al parecer, primero fue el color y luego la fruta. Si bien es cierto que no hay un término propio en latín para designar el color naranja o la fruta reina de los zumos.

naranja
El término latino malum en su origen designa un fruto redondo y carnoso. Se le asignó el término a la manzana que era bien conocida en toda la zona mediterránea como atestiguan los mitos de las bodas de Tetis y Peleo o los trabajos de Hércules, y de ahí, seguramente, sirvió para designar todo fruto redondo y carnoso como veremos seguidamente. Malum es la manzana, así tal cual. Pero si le vamos añadiendo adjetivos obtendremos el nombre de muchas frutas. Ya hemos visto que la naranja es la manzana dorada, malum auratum. La granada, otra fruta redonda y carnosa, fue el malum punicum, es decir, la manzana púnica. El limón es la manzana asiria, el malum assyrium; el dulce melocotón era malum persicum, y su hermano pequeño, el albaricoque con el que comparte pelusilla, el malum armeniacum. Y los membrillos, por último, los mala cydonia o mala cotonea.

Entonces, nuestro término naranja, ¿de dónde procede? Pues según la RAE, del árabe naranğa, aunque tenga su origen en el sánscrito nāraṅga. Y seguimos sin saber qué fue antes…

Colaboración de Rubén Ríos Longares