Como el eterno dilema de si fue primero el huevo o la gallina, hoy nos preguntamos qué fue primero, el adjetivo “bruto” (que significa torpe, violento) o el cognomen latino Bruto, perteneciente a una de las familias más importantes de Roma. Mientras que la cuestión del huevo y la gallina es difícil de responder, con la palabra “bruto” va a ser muy fácil.

En Roma, los nombres estaban formados por, al menos, tres elementos:

  • Praenomen: nombre de la persona
  • Nomen: nombre de la familia, parecido al apellido.
  • Cognomen: apodo.

De estos tres elementos, el cognomen era el mote que se le daba a una persona y que luego solía extenderse a sus descendientes (como aún ocurren en los pueblos). Estos cognomen solían referirse a características físicas, como es el caso de César→ rubia cabellera, Escauro→ el de los ojos verdes, Cicerón→ garbancito (referido a una verruga que tenía en la cara); y también a rasgos de la personalidad, como por ejemplo Tácito→ callado o el caso de Bruto, que no hace falta explicación. Entonces, la respuesta a nuestra cuestión está respondida: primero fue el adjetivo bruto y luego pasó a llamarse así a una familia de Roma.

Si recurrimos a la etimología, descubrimos además que la palabra “bruto” proviene del indoeuropeo y en origen tenía el significado de pesado, grande (como la palabra griega barús→ barómetro). Se utilizaba para designar a las reses de carga y debido a que estos animales eran algo torpes, su significado fue cambiando hasta el que nos ha llegado en la actualidad.

Por otro lado, el primero en portar este singular apodo fue Lucio Junio Bruto, primer cónsul de Roma y causante de la caída de la monarquía. A pesar de ser un hombre muy inteligente, Tito Livio nos cuenta el motivo de su apodo:

Tenían como un compañero de viaje a L. Junio Bruto, el hijo de la hermana del rey, Tarquinia, un joven de un carácter muy diferente del que fingía tener. Cuando se enteró de la masacre de los principales ciudadanos, entre ellos su propio hermano, por órdenes de su tío, determinó que su inteligencia debía dar el rey motivo de alarma, ni su fortuna provocar su avaricia, y que, ya que las leyes no le ofrecían protección, buscaría la seguridad en la oscuridad y el abandono. En consecuencia, cuidó tener el aspecto y el comportamiento de un idiota, dejando al rey hacer lo que quisiera con su persona y bienes, y ni siquiera protestar contra su apodo de «Brutus»; pues bajo la protección de ese apodo esperaba el espíritu que estaba destinado a liberar un día a Roma.

A partir de él, todos sus descendientes mantuvieron este cognomen, un tanto peculiar para designar a tan ilustre y famosa familia, del que destacó, junto a nuestro protagonista, Marco Junio Bruto, el asesino de César.

Colaboración de Bárbara Durán