Se dice de las personas, animales o incluso seres humanos que congenian, concordian y hacen buena amistad, sin que para ello haya un motivo claro, lo que ahora se traduce por tener química o feeling, que si en una conversación no se usa un palabro anglosajón córrese el riesgo de privarse uno; algo que antes les sucedía con cierta frecuencia a los niños que cogían berrinches y rabiatas, pero que hoy se gestiona con llamada de socorro al defensor del menor y aquí paz y después gloria.

El origen del dicho está, evidentemente, en el plato que hace unos cuantos siglos empezaron a elaborar los pastores trashumantes con dos ingredientes básicos, hambre y pan duro, y cuya receta probablemente imitaron de los cuscuses de nuestros conquistadores musulmanes. Lo que ya no es tan sencillo determinar es el por qué las migas se asocian a la concordia y al compadreo. Hay quien sostiene que el dicho vendría a poner en valor (expresión de nuevo cuño que equivale a “bueno, yo diría que…”) lo laborioso de la preparación del plato, cuyo secreto de llegada a buen puerto está en el perfecto y trabajosísimo ligado y a la vez soltura de los ingredientes; quien dice que la pesadez del cortado tradicional del pan a navaja requería de un grupo bien avenido y de ahí vendría la cosa; y quien, como Nos, sostiene que el susodicho dicho se basa y cimienta en la solidaridad de grupo que se establece en el momento del condumio, que por tradición se ha efectuado en el movimiento de cucharada y paso atrás. Porque una cosa es decirlo sin más y otra ponerse en el corro hambriento y funcionar con el armónico automatismo que el ordenado yantar requiere. Nada fácil.

Migas

Otra posibilidad es que el dicho evocara el confeccionar el plato como mandan los cánones sin que los comensales hallaran motivo alguno de discrepancia. No parece ir por ahí los tiros porque partiendo de la esencia, que consiste en sofreír con ajos y aceite de oliva unos trozos de pan duro, previa y ligeramente humedecidos con agua, las variantes son, si no infinitas, casi. Hay migas manchegas o ruleras acompañadas de longaniza, torreznos y uvas frescas; aragonesas con chorizo, cebolla y pimentón dulce; andaluzas con matalauva, torreznos y ocasionalmente pepino, aceitunas y rábanos, que a veces se hacen dulces añadiéndoles leche o chocolate; extremeñas a base de tocino, chorizo, pimientos y sardinas; almerienses, que no son de pan sino de trigo o sémola y a las que se arriman sardinas, boquerones, bacalao, pimientos secos fritos, morcilla y chorizo, en compaña de granos de granada, rábanos, habas o ajos tiernos; viudas de Teruel, aunque con frecuencia infieles al ausente con unos taquitos de jamón; canas sorianas, con su panceta de cerdo, su leche y su azúcar; gachasmigas, que en el Jaén serrano y en el murciano Campo de Cartagena se hacen con harina en vez de pan, y se acompañan de uvas, naranjas, cebolla o aceitunas. En fin, que para que seguir si está ya claro que por ahí no vamos a ningún sitio… así que otro día hablamos de las sopas de vino que Benina le prepara al moro ciego Almudena en la Misericordia de Galdos, que no viene mucho a cuento, pero que también estaban hechas de hambre y pan duro.

Imagen: Don Baco