El problema de conservación de los alimentos fue una constante a lo largo de la historia – ya vimos la conservación del agua –  hasta que el francés Nicolas Appert, en 1804, ideó el primer sistema de conservación. Este sistema, descrito en su libro «El arte de conservar todo tipo de sustancias animales y vegetales durante varios años«, consistía en introducir los alimentos en botes de cristal y, tras hervirlos, cerrarlos herméticamente. Y aunque Napoleón le llegó a dar un premio de 12.000 francos por su invento, no tuvo mucho éxito por la fragilidad del recipiente y porque el cierre hermético, con tapones de corcho, dejaba mucho que desear.

Nicolas Appert

En 1810, el inglés Peter Durand le dio una vuelta al invento de Appert y cambió los botes de cristal por recipientes de hierro forjado recubiertos de estaño para evitar su oxidación. Pero no sería Durand el que se llevaría la fama sino Bryan Donkin y John Hall, que le compraron la patente por 1000 libras y fundaron la empresa Donkin and Hall. El primer cliente de la nueva empresa fue la Royal Navy.

¿Qué problema tenían estas primeras latas?

Que no se había inventado el abrelatas.

Según se indicaba en las etiquetas de las latas de conserva, para abrirlas era necesaria la ayuda de un martillo y un cincel. Muchas soldados las abrían utilizando las bayonetas, disparando contra ellas o golpeándolas con piedras.

El primer abrelatas fue inventado en 1855 y patentado en 1858 por Ezra. J. Warner.

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