Irish Guards es un regimiento del Ejército Británico creado en abril de 1900 por orden de la reina Victoria en reconocimiento a la valentía demostrada por los soldados irlandeses que participaron en la Guerra de los Bóers. Apenas dos años después, y con el propósito de popularizar una raza autóctona, se incorporó como mascota de la nueva unidad a un Irish Wolfhound (lebrel o lobero irlandés), al que pusieron de nombre Brian Boru -el nombre de uno de los grandes héroes nacionales de Irlanda-.

Brian Boru desfilando con el Irish Guards

Una raza de la que ya se habla en las leyendas celtas como perros valientes y leales utilizados en la guerra y para cazar lobos. Durante la Edad Media sólo la nobleza podía tener Irish Wolfhound y, de hecho, el estatus social se determinaba por el número de ejemplares de los que se disponía. Al igual que ha venido haciendo el gobierno chino con los osos panda, estos perros llegaron a convertirse en un regalo para unir lazos con las casas reales europeos, lo que, unido a la limitación de la cría para mantener la pureza, hizo que su número descendiese peligrosamente. Hasta el punto de que a mediados del XVII  Oliver Cromwell prohibió la salida de lebreros del territorio hasta  que hubiera un número suficiente como para controlar la población de lobos.

Bally Shannon

Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, el Irish Guards se desplegó en Francia para luchar en el frente occidental… y con ellos su mascota Bally Shannon. Nada más cruzar el canal de la Mancha, dejó de ser la mascota para convertirse en uno más del regimiento en labores de centinela, transporte y, sobre todo, de auxiliar sanitario. Además de poder llegar rápidamente con el botiquín allí donde se necesitase, Bally, gracias a su tamaño y su fuerza, podía arrastrar a los soldados heridos que habían quedado en la tierra de nadie – terreno situado entre las trincheras- y ponerlos a salvo en la trinchera propia. Se cuenta que rescató a 10 irlandeses. Lógicamente, entrar en aquel terreno durante la batalla era exponerse a las balas y los obuses alemanes, y nuestro héroe canino fue herido en dos ocasiones. En la segunda de ellas, en abril de 1917 en la localidad francesa de Brimont, un obús estalló cerca de Bally y del sanitario que le acompañaba hiriendo a ambos. La revista francesa Le Miroir publicó la foto de ambos… -«La misma enfermera los trata cada día a los dos»-.

El mes siguiente, ambos fueron repatriados a casa en un barco. Y lo peor estaba por llegar. En medio de la noche y cuando ya estaban cerca de la costa de Irlanda, un submarino alemán torpedeó el barco. En apenas unos minutos el buque se hundió. El soldado irlandés que acompañaba a Bally y dos miembros de la tripulación consiguieron llegar nadando hasta los restos que flotaban del naufragio. Eran los únicos supervivientes… o eso creían ellos. Como salido de la nada, una sombra se acercaba nadando hasta ellos. ¡¡¡¡ Era Bally!!!  Su compañero de regimiento intentó subirlo a bordo de su improvisada balsa, pero dado su peso y su tamaño -unos 80 cm. de alto y más de 55 kg.- estuvieron a punto de zozobrar. Por lo que, muy a su pesar, lo devolvieron al agua. Hasta que fueron rescatados a la mañana siguiente, Bally estuvo manteniéndose a flote junto a ellos en aquellas frías aguas y, de vez en cuando, apoyaba las patas delanteras y su cabeza para descansar. Al contrario de lo ocurrido en la película Titanic, Bally fue el que milagrosamente sobrevivió y quien murió fue su compañero a causa de las heridas sufridas durante el ataque.

Maloney, uno de los supervivientes, admirado por el coraje de aquel animal lo adoptó y se lo llevó a Nueva York. Su idea era buscarle un sitio donde pudiese descansar el resto de sus días, su vida ya había tenido demasiados sobresaltos. Así que se lo llevó a Central Park, donde el pastor Tom Hoey llevaba sus ovejas a pastar. Sí, porque desde 1864 y durante casi 70 años, se podían ver todos los días un rebaño de 200 ovejas en Central Park.  Las ovejas, así como Tom Hoey y su familia, vivían en un edificio de estilo Victoriano al otro lado del parque. El rebaño dormía en la planta baja, mientras que la familia del pastor vivía en la superior. Tom era el encargado, dos veces al día, de interrumpir el tráfico para llevar el rebaño al parque.

Tom, gran conocedor de los animales, se percató rápidamente de que con aquel animal lo iba a tener fácil para adiestrarlo en el noble arte del pastoreo. Así que, aceptó quedárselo. Aún así, Maloney le dijo que él le pagaría todo lo que necesitase en alimentación y en cuidados médicos. Además, iría regularmente a visitarlo. La verdad, jubilarse como perro pastor en aquel lugar idílico y con Lady Dale, una Airedale terrier que ayudaba a Tom y de la que «se enamoró a primera vista», parecía un buen final, pero…

«Es tan inquieto y tan enérgico que, a veces, pienso que quiere volver a la acción… a la guerra» – Tom Hoey.

Fuentes: Irish Wolfhounds, Bally Shannon