No hace mucho, no muy lejos, en un continente civilizado, en el seno de la sociedad tecnológicamente y culturalmente más avanzada de su época… ocurrió uno de los capítulos más oscuros de la historia universal. Así podría empezar cualquier historia referida a los campos de concentración nazis, pero en esta ocasión vamos a dar un giro de 180 grados, olvidarnos por un momento del horror y la barbarie, y relatar historias de amor que tuvieron lugar en los Konzentrationslager durante el régimen nazi.

Horace y Rosa

En la Navidad de de 1918 venían al mundo dos gemelos en un pequeño pueblo de la campiña inglesa, Ibstock (en el condado de Leicestershire, Reino Unido). Harold y Horace, que así les llamaron, decidieron quedarse en su pueblo natal para ayudar a sus padres en la granja familiar. Horace, cuando podía, también trabajaba algunas horas en la barbería del pueblo y allí se enteró de que Alemania había invadido Checoslovaquia… Todo en su vida cambió. Ante los posteriores movimientos de Alemania, el Parlamento británico aprobó en 1939 la ley de instrucción militar que obligaba a todos los hombres con edades comprendidas entre los dieciocho y cuarenta años —los hermanos tenían veintiuno— a someterse a un entrenamiento militar básico durante seis meses para luego pasar a la reserva activa. No tuvieron tiempo ni de terminar el entrenamiento, a las siete semanas fueron adscritos a la 2ª compañía del 5º batallón de Leicestershire y enviados a Francia integrados en la British Expeditionary Force o BEF (Fuerza Expedicionaria Británica) para frenar la ofensiva alemana. Aunque inicialmente la BEF tuvo cierto éxito, nada pudieron hacer ante el poderío de los panzers alemanes. En mayo de 1940, el oficial al mando, lord Gord, ordenó la retirada hacia Dunkerque para evacuar lo que quedaba de la BEF. De Harold nada más se supo y Horace… aquí comienza su aventura.

El 25 de mayo, Horace fue capturado en Carvin, al sur de Lille. Los prisioneros tuvieron que caminar durante diez semanas a marchas forzadas atravesando Francia y Bélgica hasta llegar a Clervaux (Luxemburgo). Los que sobrevivieron fueron metidos en un tren, y después de un viaje de varios días en condiciones infrahumanas llegaron al campo de prisioneros Stalag XXI-D en Silesia (Polonia). Fueron días de trabajo de sol a sol, acompañados de golpes, escasa comida y tener que compartir la cama con piojos y ratas. Cuando terminó el invierno de 1941, los supervivientes fueron trasladados a otro campo en Lamsdorf (Polonia), que nada tenía que ver con el anterior. Aunque tenían que trabajar durante diez horas en una cantera de mármol, podían ducharse con agua caliente, recibían varias comidas al día y dormían sobre algo que podía llamarse cama. Herr Rauchbach, el propietario del negocio, sabía que el trabajo en la cantera dependía de que la condición física de los prisioneros fuese aceptable, así que procuró asegurarles unas mínimas condiciones. Rosa, su hija de diecisiete años, trabajaba en el campo como intérprete. Horace se quedó prendado de ella nada más verla, pero, lógicamente, en su estado sabía que ella nunca se fijaría en él. Desde aquel momento, se propuso, en la medida de sus posibilidades, recuperar la imagen de lo que era: un joven de veintitrés años. Tras varias semanas, y ya con mejor pinta, comenzaron a tontear… y del tonteo a los encuentros furtivos. Cuando llevaban un año de relación y los encuentros ya eran diarios, Horace fue trasladado a un campo en Freiwaldau, cerca de Auschwitz, a unos cuarenta kilómetros de distancia de su amada. Aquello parecía el fin… pero no.

Horace y Rosa

Las condiciones del campo eran muy parecidas al de Lamsdorf, pero sin Rosa. Horace tenía que volver a verla. Ejerciendo su antigua profesión de peluquero, se ganó la confianza de los alemanes y tuvo cierta libertad de movimientos que le permitieron conocer al detalle la seguridad del campo. Cuando tuvo preparado un plan de huida, y gracias a otros prisioneros que trabajaban en el exterior, consiguió comunicarse con Rosa para citarse con ella en el bosque detrás de la cantera. Llegado el día de la fuga, y con la complicidad de sus compañeros del campo y los que transportaban las mercancías, huyó y consiguió reunirse con Rosa. Después de los correspondientes abrazos, besos y lágrimas, Rosa le dijo que tenía que escapar. ¿Adónde? El lugar más cercano en el que podría sentirse seguro era Suecia —país neutral— a cuatrocientos veinte kilómetros. Se olvidaron de ese tema y decidieron que Horace huiría cuando pudiese para ir a verla… y así lo hicieron. En las siguientes citas, y para alegría de los compañeros que le ayudaban a escapar cada noche, Rosa llevaba frutas, verduras e incluso una radio que les permitió conocer día a día el rumbo de la guerra. Durante dos años y medio tuvieron más de doscientas citas. Horace se convirtió en un fuguista profesional… por amor.

El 24 de mayo de 1945, los prisioneros del campo fueron liberados y Horace, sin poder encontrarse con Rosa, fue repatriado al Reino Unido. Volvió a Leicestershire y durante un tiempo siguieron carteándose y preparando su reencuentro hasta que Rosa dejó de escribir… falleció mientras daba a luz al hijo de Horace, nacido muerto. Horace rehízo su vida y montó una peluquería, poco más tarde una empresa de transportes en la que conoció a la que sería su esposa. Se casaron y en 1988 se trasladaron a vivir a Alicante (España).

Horace Greasley

 

En 2008 se publicó el libro Do the birds still sing in Hell? (¿Siguen cantando los pájaros en el infierno?) donde Horace cuenta sus penurias y su historia de amor. Lo que no podrá ver Horace —falleció en 2009 a la edad de noventa y un años— es la película. Silverline Productions compró los derechos del libro para adaptarla al cine y el productor Stratton Leopold ya está en ello. Se rumoreaba que el papel de Horace lo podría interpretar Robert Pattinson.

 

Rudolf y Margarita

Esperaba volver a veros a ti y a mi querido hijito, pero no podía abandonar la lucha. Me era imposible. Y ha llegado mi hora. No me siento triste, y tú tampoco debes estarlo, mi dulce mujercita. Cuando acabe la guerra volverás a España. Cuida de nuestro hijo. Haz de él un hombre y un luchador. Y mira al futuro para poder olvidar estos tiempos desdichados. Mis últimos pensamientos serán para ti.

Esta fue la nota de despedida de Rudolf a Margarita, los protagonistas de la única boda celebrada en Auschwitz.

Rudolf Friemel, un mecánico de automóviles vienés, formó parte de las Brigadas internacionales que, en apoyo de la República, participaron en la Guerra Civil española, donde conoció a la madrileña Margarita Ferrer. Aquello fue amor a primera vista. En 1939, tras la derrota republicana, huyeron de la represión franquista hacia Francia. Allí las cosas fueron complicadas, y la mayoría de los más de 500.000 refugiados terminó en precarios campos de internamiento construidos a toda prisa y sin apenas recursos. A pesar de todas las dificultades sufridas por la pareja, agravadas con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, durante su exilio tuvieron un hijo al que llamaron Eduard. La llegada del pequeño cambió su perspectiva de la vida y decidieron huir de la Francia ocupada para establecerse en Viena junto a la familia de Rudolf. Cuando intentaba cruzar la frontera fueron apresados… y separados. Tras un tiempo internada en un establecimiento para madres solteras, a Margarita y a su hijo se les permitió continuar viaje y consiguió llegar a Viena. Rudolf correría peor suerte: en 1942 fue enviado al campo de Auschwitz, donde pasó a ser el número 25.173.

Por uno u otro motivo -incluida la posibilidad del milagro o la de que los nazis obtuviesen algún tipo de beneficio que no logro averiguar -, el caso es que las autoridades del campo autorización la boda de Rudolf y Margarita con la «excusa» de que Eduard pudiese llevar legalmente el apellido del padre. El  6 de marzo de 1944 Margarita recibió en Viena un telegrama autorizando el evento. Días después, el 18 de marzo, Margarita, su hijo de tres años y el padre y hermano de Rudolf, que harían las veces de testigos, entraban en Auschwitz para celebrar la primera y última boda que allí tendría lugar. Un paréntesis de esperanza en medio de la barbarie. La novia iba vestida con un sobrio vestido negro. El novio, al que excepcionalmente habían dejado crecer el pelo, vestía traje, camisa y zapatos rescatados de la morgue. A las once de la mañana, en la oficina de registro de los prisioneros y ante un miembro de las SS, los novios sellaron su amor con unos anillos prestados. Tras la foto de bodas -hecha el prisionero Wilhelm Brasse-, un simulacro de fiesta y, sobre todo, una tarde en familia, donde Eduard fue el protagonista, los recién casados tuvieron su noche de bodas.

Margarita – Rudolf

A la mañana siguiente, tuvieron que volver a la cruda realidad: Rudolf  dio un abrazo a su padre y a su hermano, besó a su esposa y a su hijo, se dio la vuelta y, sin mirar atrás, regresó a su terrible existencia.

Foto de bodas – Margarita y Rudolf

Nueve meses después, Rudolf y otros cuatro presos que habían intentado fugarse eran ahorcados. Apenas un mes más tarde, el 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo liberaba el campo. La muerte de Rudolf fue la última ejecución en Auschwitz.

Margarita rehízo su vida en Francia junto a otro refugiado y superviviente de Mauthausen y vivió en París hasta que falleció en la Nochebuena de 1.987.