Si medimos la importancia de los faraones de Egipto por el tamaño de sus tumbas, que no parece mal criterio, Tutankamón sería de los del montón. La cosa cambia si cuando descubren tu tumba, allá por 1922, está intacta y se convierte en una fuente de información fundamental que permite ampliar el conocimiento de la civilización egipcia. Y ya ni te cuento, si alguien, y digo alguien porque no se sabe quién, dice que existe una maldición que caerá sobre quien “ose despertar el sueño eterno del faraón”. Las muertes relacionadas con esta profanación, como las meigas, “haberlas, haylas”, porque varias personas que de una forma u otra tuvieron relación con dicho hallazgo fallecieron en un espacio de tiempo relativamente corto, pero la maldición nadie sabe dónde está. Y ahora que tenemos situado al protagonista de esta historia, ¿qué os parece si os digo que hay más posibilidades de que Tutankamón sea vuestro ancestro si habéis nacido en España que si lo habéis hecho en Egipto?

En 2009, y gracias al canal de TV Discovery Channel, el centro genealógico del ADN iGENEA pudo reconstruir el perfil del ADN de Tutankamón, de su padre Akenatón y de su abuelo Amenhotep III. Los sorprendentes resultados mostraron que Tutankamón pertenecía a un perfil genético conocido como haplogrupo R1b1a2, al que pertenecen más del 50 por ciento de todos los varones de Europa Occidental… y el 70 por ciento de los españoles. Paradójicamente, entre los egipcios actuales este haplogrupo constituye menos del 1 por ciento. El haplogrupo R1b1a2 tiene su origen en la región que bordea el Mar Negro hace aproximadamente 9.500 años, y la migración de este grupo hacia Europa tuvo lugar como muy pronto en el 7000 a.C. por motivos de la expansión agrícola. Sin embargo, los genetistas no tienen claro cómo el linaje llegó a Egipto desde su región de origen.

El mismo centro genealógico confirma que los vascos tienen un haplogrupo diferente al de sus vecinos. Así que, igual tienen razón los que defienden la teoría de una raza vasca, genéticamente hablando, que los haría diferentes. Eso sí, ni mejores ni peores.