A Erdogan le ha venido muy bien el intento de golpe y ya ha comenzado a sacarle provecho haciendo una purga en los estamentos militar y judicial al más puro estilo estalinista: han sido detenidos más de 3.000 militares supuestamente implicados en el levantamiento (entre los que se encuentra el general Adem Huduti, uno de los militares más reputados del país y comandante del Segundo Ejército, y el comandante del Tercer Ejército, Erdal Ozturk); en el ámbito judicial, 2.745 jueces fueron depuestos del cargo por su presunta implicación, y dos jueces del Tribunal Constitucional están detenidos. Después pones nombre al «cerebro» de la operación, el clérigo Fethullah Gülen, antiguo aliado y ahora rival de Erdogan, exiliado en Estados Unidos, y echas a la población a la calle al grito de «no hay un poder superior que el poder del pueblo«. Un alumno muy aplicado de las enseñanzas de Stalin, este Erdogan. Un resumen perfecto de lo que ha ocurrido en estas últimas horas en Turquía podría ser este tweet:

tweet

Turquía ha resistido cinco golpes militares desde la fundación de la República, en 1923, y lo que ocurrió el viernes, con soldados levantados contra el presidente Recep Tayyip Erdogan y su gobernante Partido Justicia y Desarrollo (AKP), es el sexto intento. Aunque más del 95% de la población es musulmana y una vez fue la sede del imperio islámico, Turquía es un estado constitucional laico. El ejército turco ha servido a menudo como cortafuegos de la nación contra las intrusiones contra el laicismo y la constitución, guardando las aspiraciones de su fundador, Mustafa Kemal Atatürk. La tensión entre el secularismo y el fundamentalismo religioso es tan esencial para la comprensión de la vida política turca de hoy como es la tensión entre el federalismo y derechos de los estados en Estados Unidos.

Recep Tayyip Erdogan

El último golpe militar, en 1997, era lo que los turcos llaman «un golpe de Estado por carta». La cúpula militar turca entregó un memorándum, que inició un proceso que llevó a la renuncia del primer ministro islamista Necmettin Erbakan, del Partido del Bienestar, y causó la disolución de su gobierno de coalición. Çevik Bir, uno de los generales que planearon el golpe de Estado, explicó el porqué:

En Turquía tenemos un matrimonio formado por el Islam y la democracia.  El hijo de este matrimonio es el laicismo. Ahora bien, este niño se enferma de vez en cuando. Las fuerzas armadas de Turquía son el médico que salva al niño. Dependiendo de lo enfermo que esté el niño administramos la medicina necesaria para asegurarnos que el niño se recupera.

Después de 1997, Turquía se volvió rápidamente laica y los islamistas quedaron, por un tiempo, fuera de juego. Su Partido del Bienestar, que había sido disuelto como parte de ese golpe, renació como el Partido de la Virtud, y con él nació un nuevo tipo de activista que defendió la libertad religiosa y contra los excesos de la laicidad. Uno de los líderes fue el alcalde de Estambul, Recep Tayyip Erdogan, que más tarde fue encarcelado, en 1999, por un discurso que dio en Siirt. Fue condenado por «incitar al odio basado en las diferencias religiosas» por recitar los siguientes versos del poeta e ideólogo nacionalista Ziya Gokalp:

Nuestros minaretes son nuestras bayonetas
Nuestras cúpulas nuestros cascos
Nuestras mezquitas nuestros cuarteles.
Vamos a poner punto final a la segregación étnica.
Nadie nos puede intimidar […]
Mi referencia es el Islam. Si no puedo hablar de ello,
¿Para qué sirve la vida?

Después de un período de cuatro meses de prisión, Erdogan fue puesto en libertad. Su ascendencia en la vida política turca no se hizo esperar. En 2003 fue elegido primer ministro. Ha sido durante mucho tiempo poco popular entre los turcos cosmopolitas y no religiosos, pero siempre ha contado con el apoyo incondicional de la población rural y religiosamente conservadora. El pasado noviembre, su partido obtuvo el 49,5 por ciento de los votos en las elecciones parlamentarias en todo el país. Sin embargo, como se evidencia por este último golpe, una masa crítica de la población turca se ha vuelto en su contra: reanudó la guerra contra los kurdos en el sureste del país; apoyó a los rebeldes islamistas en Siria, lo que contribuyó a la consolidación del Estado Islámico; comenzó la represión contra la prensa libre; y, además, desea celebrar un referéndum constitucional para que se le conceda la presidencia ejecutiva y poder cambiar las leyes actuales sobre la laicidad.

La oscilación entre el laicismo constitucional de Turquía, por una parte, y su identidad religiosa, por el otro, define la fundación de la República de Turquía, que fue orquestada por oficiales militares, encabezados por Atatürk. Esos soldados creyeron que la influencia de la religión sobre el imperio Otomano había conducido a la desaparición de la nación en las secuelas de la Primera Guerra Mundial, durante la cual Turquía se alió con las potencias centrales y Alemania por las ambiciones imperiales del sultanato. Atatürk mismo fue un ex comandante del regimiento que luchó en la campaña de Gallipoli.

A lo largo de su mandato como primer ministro y ahora como Presidente, Erdogan se ha distanciado de Atatürk. Se ve a sí mismo como el padre de una nueva identidad turca, que está alineada más estrechamente con su pasado otomano, su herencia islámica. Dirige su país hacia un lugar similar al que se encontraba antes del golpe de 1997, donde la religión tenga más protagonismo… si no, todo. Justo antes del golpe de Estado, según una encuesta realizada por la Encuesta Mundial de Valores, el 95% de los turcos confiaba en sus militares, ahora… Erdogan ha recibido el apoyo del pueblo y del resto de partidos políticos ante este nuevo golpe.

Parece claro que al legado de Atatürk «todavía» le queda cuerda, pero también que Erdogan se parece más a lo que trababa de evitar y temía el fundador de Turquía…

El gobernante débil necesita la religión para defender su gobierno; es como si fuese a enjaular a su pueblo en una trampa.

Fuente: artículo publicado en The New Yorker por Elliot Ackerman