Todas las adjudicaciones de “lo público” (obras, explotaciones de servicios, suministro de bienes, licencias…) hoy en día se hacen siguiendo un procedimiento regulado, transparente, lícito y, lógicamente, público -siempre que no le dé por husmear a algún juez o periodista y destapar que no ha sido así-. Pues de una forma muy parecida actuaban en Roma a la hora de adjudicar lo publicus, con la diferencia de que aquí no había nadie que se atreviese a husmear.

Acueducto

Las conquistas de la República implicaban cuantiosos botines de guerra, nuevos ingresos vía stipendium (tributo que debían pagar las ciudades vencidas) y vastas extensiones de tierra, pero tras la correspondiente celebración del triumphus (entrada solemne en Roma de un general vencedor con su ejército) había que gobernar y administrar los recursos de las nuevas posesiones, además de satisfacer las necesidades de los paisanos que las habitaban, ahora sometidos. Y aunque todos los caminos conducían a Roma, sus tentáculos administrativos no eran lo suficientemente largos para llegar hasta donde se requería, así que tuvo que servirse de terceros, los publicani. Los publicani eran empresarios privados o incluso sociedades (societates publicanorum) a los que se recurría para la construcción de la obra pública necesaria (acueductos, cloacas, calzadas…), la religiosa (templos), la de carácter propagandístico (estatuas, monumentos…) y la cultural (anfiteatros, teatros, circos…), además de la reparación cuando estaban deterioradas cualquiera de ellas. Una vez que el Senado había aprobado el gasto y presentadas las ofertas en papiro o pergamino enrollado y lacrado, los censores estudiaban las ofertas y adjudicaban la obra al proyecto que reuniese la mejor relación calidad/precio. Aunque en teoría el Senado controlaba la toma de decisiones de los censores, ser generoso con éstos o pertenecer a su círculo de amistades hacía que tus posibilidades de éxito aumentasen proporcionalmente a tu generosidad o grado de amistad.

Grúa

No sólo en este campo de lo publicus se sirvió la República de los publicani, también fueron los encargados de la explotación de bienes públicos (minas, salinas, tierras…) e incluso de la recaudación de impuestos de las provincias romanas. La adjudicación de dichas actividades se hacía mediante subasta al mejor postor (del latín sub, bajo y hasta, lanza; cuando los soldados terminaban la batalla, clavaban la lanza y debajo bajo ella todo el botín que era vendido al mejor postor). De esta forma, las arcas del Estado recibían dinero periódicamente y de cuantía asegurada por el arrendamiento de estos bienes públicos, normalmente de cinco años, además de quitarse de un plumazo la ingrata labor de la recaudación de impuestos. Pero como buen pueblo bañado por el Mediterráneo, los publicani forzaron demasiado su posición de privilegio para conseguir mayores beneficios. Como su margen de beneficio estaba en la diferencia entre lo pagado para la adjudicación y lo conseguido mediante la explotación directa, exprimieron al pueblo y cometieron todo tipo de abusos, llegando a ser los responsables de algunas revueltas que hubo que sofocar con el envío de las legiones. Augusto les despojó del privilegio de recaudar impuestos y los publicani tuvieron que reinventarse pasando a actuar más en negocios puramente privados que en lo público.

Vitruvio

Vitruvio

Igualmente, las adjudicaciones de las obras públicas tuvieron en el pasado colgados, y tienen en el presente, dos sambenitos que les acompañan allá donde vayan: la adjudicación por motivos distintos a los estipulados en la convocatoria y el sobrecoste de las obras. Respecto al primero, será que somos humanos, y en lo referente al segundo habría que hacer caso de lo que decía el arquitecto romano Vitruvio allá por el siglo I a.C.

Cuando un arquitecto acepta encargarse de una obra pública, debe prometer cuál será su coste. Su cálculo estimado se entrega al magistrado, y él deja en depósito sus propiedades como garantía hasta que la obra se haya concluido. Una vez terminada, si el precio coincide con su estimación, se le rinden honores con decretos y placas. Si no ha de añadirse más de una cuarta parte de su cálculo, ésta se obtiene del tesoro público, y no se le castiga en modo alguno. Pero si hay que gastar más de esa cuarta parte, el dinero requerido para terminar la obra se obtiene de las propiedades del arquitecto.

¿No os parece una buena solución?

Fuente: Los inventos de los antiguos