¿Quién no conoce la historia del Arca de Noé? Es una de las leyendas más populares de la cultura occidental y todos los veranos descubren el arca en el Monte Ararat. Se ha “descubierto” tantas veces, que con sus maderas se podría construir una flota de transatlánticos. La pregunta es, ¿esa historia fue real, como sostienen algunos grupos ultra religiosos? Analicemos la cuestión.

La leyenda se hizo popular gracias a la Biblia. Una porción de la Tanaj judía está basada en mitos mesopotámicos, lo cual es lógico, ya que los judíos se pasaron una temporada en Babilonia disfrutando, a su pesar, de los jardines. El Museo Británico posee una buena cantidad de tablillas que demuestran que estaban integrados en la vida cultural de la ciudad, enviando a sus hijos a las escuelas de la ciudad, e incluso incluyendo elementos religiosos y culturales babilónicos en sus sellos comerciales. Pero la historia del arca es más vieja que la Biblia y aparece en la Epopeya de Gilgamesh, uno de los best-seller mesopotámicos por excelencia. Noé se llamaba Ziusudra en la antigua Sumeria, Atráhasis en Asiria y Utnapishtim en Babilonia. Mil quinientos años de popularidad que ni El Quijote ha conseguido igualar. Una tablilla escolar expuesta en el Museo Eretz Israel de Tel Aviv, de unos 3700 años de antigüedad encontrada en Megido, nos demuestra que la Epopeya era una historia muy notoria en esa zona del mundo.

Arca de Noé

Sin embargo, ¿hay pruebas de que esta leyenda tenga algo de cierta, aparte de las “numerosas” arcas encontradas en Turquía? En el año 1929, el arqueólogo británico Sir Leonard Woolley se encontraba en su sexta temporada de excavaciones en las ruinas de la ciudad de Ur cuando se topó con una gruesa capa de limos. Supuso que aquello era una prueba del diluvio y así lo notificó a Londres en un telegrama. La euforia que se levantó en ambientes religiosos hizo que la noticia corriera como la pólvora y aún hoy en día se sigue repitiendo esta historia. El problema es que es una anécdota incompleta, pues Sir Leonard al excavar en otras ciudades no encontró la capa de barro. Otros arqueólogos, después de él, tampoco. Acabó llegando a la conclusión de que no había habido un diluvio, sino solamente crecidas de los ríos.

Desde entonces, la Epopeya no ha dejado de darnos sorpresas pues, hace pocos años en una tablilla del Museo Británico, el filólogo y asiriólogo Irving Finkel descubrió una versión en la que se describe el arca como redonda. ¿Sorprendente? No tanto. Hay que tener en cuenta que las aventuras de Gilgamesh se copiaron a lo largo de cientos de años, y es obvio que los escribas debieron introducir cambios con el tiempo. Así, por ejemplo, en la versión más antigua conservada en el citado museo, no se habla de un diluvio, sino de una enorme avenida del río. Ambos detalles tienen bastante lógica. Los ríos Tigris y Éufrates sufren, incluso hoy día, fuertes crecidas cada cinco o seis años y, curiosamente, en esa zona del mundo los barcos redondos son populares. Ese tipo de embarcaciones, conocidas como gufas, son muy adecuadas para navegar en terrenos inundados, como pantanos u otros, y por si fuera poco son dificilísimas de volcar. El doctor Finkel hizo construir una gufa del tamaño que describe la tablilla, unos 360 metros cuadrados y seis metros de altura, y resultó que podía navegar sin problema alguno. Hubiera podido alojar a los habitantes de un pequeño poblado y sus animales.

Gufa Noé

Pero seguimos con el problema inicial. ¿Existió el diluvio, a pesar de las dudas de Sir Leonard Woolley? La ciencia ha llegado en nuestra ayuda en los últimos años. Estudios realizados a partir de la toma de más de 500 muestras de terreno en una extensión de 250 kilómetros cuadrados, dan una imagen distinta a la de la leyenda. La antropóloga y arqueóloga Jennifer Pournelle, de la Universidad de Carolina del Sur, junto con la arqueóloga Carrie Hritz, de la Universidad Estatal de Pennsylvania, y la geóloga Jennifer Smith, de la Universidad Washington de St. Louis, han sentenciado, tras estudiar esas muestras de limo, que no hubo un diluvio en esa zona, sino crecidas estacionales fluviales, algunas enormes unidas al fuerte reflujo marino. Hay que señalar que, en aquellos tiempos, aparte de que la línea costera estaba donde ahora solo vemos desierto, las ciudades sumerias sureñas se levantaban en medio de pantanos.

Gufa1

Alguien se preguntará si, después de todo, hay algo de realidad en la leyenda, y para responder a ello debemos volver a las gufas del doctor Finkel. Y es que las mismas muestras de terreno indican que en algún momento el clima se comportó de forma anómala. Alrededor del 3000 a.C. hubo un cambio climático temporal (se cree que el culpable fue un volcán) que se prolongó unos 150 años. Se produjo una gran sequía durante la cual las ciudades quedaron casi desiertas. Transcurrido ese lapso de tiempo, las lluvias volvieron de forma torrencial inundando poblaciones enteras como si de Venecias sumerias se tratase. Una gufa debió ser muy útil en esa situación, y la visión de riadas de agua destruyendo diques e inundando ciudades durante semanas debió dejar una fuerte impronta en los recuerdos de los cabezas negras.

Gufa

Desde el año 1929 el diluvio se ha convertido en sequía y el arca se ha vuelto redonda. ¡Cómo cambia el cuento, que diría Caperucita! De todas formas, las vicisitudes de Ziusudra nos hacen ver lo pequeños que somos ante la naturaleza y, aunque nunca haya habido un diluvio, cierta tablilla del British Museum nos recuerda que nunca está de más tener a mano una buena gufa.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro