El 14 de mayo de 1948, justo antes de que acabara el Mandato británico en Palestina, se proclamaba la independencia de Israel. Esta declaración de independencia fue reconocida rápidamente por Estados Unidos, la Unión Soviética y muchos otros gobiernos, cumpliendo el sueño sionista de un estado judío internacionalmente aprobado. Sin embargo, al día siguiente de la declaración, una coalición de países árabes (integrada por Egipto, Siria, Transjordania, Líbano e Irak) que no aceptaban la resolución y apoyaban a Palestina, comenzaron una guerra contra los judíos (primera guerra árabe-israelí).
Aunque los israelíes fueron sorprendidos y sus fuerzas estaban escasas de armas, tenían claro que debían defender los asentamientos judíos en medio de zonas árabes densamente pobladas y las vías de suministro a estos puntos y, sobre todo, a Jerusalén. La supervivencia de los 100.000 judíos que en ella vivían (gran parte de ellos supervivientes de los campos de concentración nazis) dependían de los casi 30 camiones diarios que llegaban a Jerusalén cargados de alimentos y municiones. El objetivo del jefe árabe Abdel Kader al-Husayni era estrangular la ciudad -con el apoyo de las naciones aliadas vecinas- cortando el suministro que llegaba desde Tel Aviv. La carretera que unía ambas ciudades tenía en Bad el Ued su punto crítico. De hecho, al tramo comprendido entre esta posición y Jerusalén se le conoció como la carretera de del miedo. La Legión Árabe, la fuerza invasora más poderosa, bombardeaba las columnas de abastecimiento, ametrallaba los convoyes desde posiciones elevadas y entorpecía el paso mediante barricadas de piedras y amasijos de vehículos alcanzados. Las cosas se estaban complicando en demasía y los líderes militares hebreos entendieron que Jerusalén no podía ser reabastecida por aquella carretera, que era la única. Había que buscar una alternativa, y descartada la opción aérea por el número y el tamaño de aeronaves necesarias, y de las que no disponían, estaba claro que debía ser terrestre y, lógicamente, que evitase Bad el Ued, desde donde los machacaban una y otra vez.
A finales de mayo, encontraron una ruta al suroeste que evitaba aquella ratonera y que quedaba oculta desde la posiciones de los árabes. El problema es que era un camino sinuoso de piedras, con tramos estrechos y una zona con una pendiente prolongada. En circunstancias normales esta ruta se habría descartado, pero las circunstancias eran cualquier cosa menos normales. Así que, se pusieron manos a la obra (y nunca mejor dicho porque para no delatar su posición no pudieron utilizar explosivos) para hacer transitable aquel camino de cabras. Los sitiados no podían resistir mucho más, por lo que hubo que trabajar sin descanso para consolidar el firme y ensanchar el camino lo suficiente para pasar los camiones. El 1 de junio de 1948 partían de Tel-Aviv los primeros camiones cargados con alimentos, agua, suministros militares y médicos que dieron un respiro a la agónica Jerusalén. Eso sí, los vehículos de aquel primer convoy tuvieron que parar al pie de la cuesta y descargar los suministros que llevaron hasta la cima centenares de hombres y burros durante la noche. A esta ruta clandestina se le llamó la Ruta de Birmania, sobrenombre tomado de la carretera construida por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial que atraviesa una región montañosa conectando Birmania con el suroeste de China y que los británicos utilizaron para enviar suministros a los chinos para evitar el bloqueo japonés.
A mediados de junio, las mejoras ya permitían que los camiones completasen la ruta sin la necesidad de parar al pie de la cuesta. El flujo de suministros aumentó de 12 a 100 toneladas a finales de mes.
El metro de Gaza
El suelo arenoso de Gaza es el peor enemigo de Israel. Ha podido excavarse casi con las manos, lejos de miradas indiscretas desde hace más de tres lustros, para horadar una de las mayores mallas de túneles y pasadizos del planeta en uno de los territorios más minúsculos. El Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Israel ha bautizado como el metro de Gaza a la estratégica red de decenas de kilómetros de galerías de uso militar, considerada como el arma secreta de Hamás frente a una invasión. Al contrario que los túneles de contrabando en la frontera con Egipto (donde todo lo que pasa «tributa» ante Hamas) o los pasadizos de ataque excavados bajo la divisoria con Israel, esta otra red de túneles (Hamás afirma que de unos 500 kilómetros) son utilizados para transportar personas y mercancías, almacenar cohetes y depósitos de munición y albergar centros de mando y control de Hamas (también se teme que los casi 200 rehenes secuestrados estén retenidos bajo tierra), todo ello lejos de las miradas indiscretas de los aviones y drones de vigilancia israelíes.
Este laberinto de túneles, algunos de los cuales discurren a más de 30 metros de profundidad, están reforzadas con paredes y techos de hormigón y cuentan con sistemas propios de ventilación, comunicación e iluminación. Lógicamente, estas galerías son mucho más sofisticadas que los túneles de Al Qaeda en las montañas de Afganistán o los del Viet Cong en las selvas del sudeste asiático, pero la mayor diferencia es que esta red subterránea está construida bajo una de las zonas más densamente pobladas del planeta (casi 2 millones de personas viven en los 88 kilómetros cuadrados que conforman la ciudad de Gaza), lo que dificulta enormemente poder destruirlos. Son muy difíciles de detectar para la infantería israelí durante una invasión terrestre, ya que las bocas de entrada y salida son pequeñas y están perfectamente camufladas, incluso debajo de un sofá o de una alfombra, lo que obligaría a registrar casa por casa para encontrarlos. Una vez descubiertos, penetrar en esa red de túneles puede ser una auténtica ratonera, ya que están minados con cargas explosivas. Hamás también podría utilizar esta infraestructura subterránea para impedir el avance de sus tropas, detonando los túneles al paso de las fuerzas terrestres de Israel.
Neutralizar los túneles desde el aire también es muy complicado, a pesar de que la fuerza aérea israelí lleva días lanzando bombas de profundidad que penetran en el subsuelo antes de estallar. Su efectividad, sin embargo, es reducida frente a los túneles de hormigón excavados a más de una decena de metros de profundidad.
La guerra no se decidirá en los cielos, sino en las profundidades del inframundo
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