El piloto estadounidense Louis Curdes fue uno de los pocos pilotos que durante la Segunda Guerra Mundial logró derribar aviones de cada una de de las tres potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón) y el único que, además, también derribó un avión estadounidense… ¡¡¡y le concedieron la Cruz de Vuelo Distinguido por este hecho!!! Seguro que es el único piloto de la historia condecorado por el derribo de un avión propio (independientemente de quién viajase en él).

Louis Curdes

En esta imagen de 1945 aparece el piloto en su caza Mustang P-51 Bad Angel y en el fuselaje, bajo la carlinga, aparecen las banderas de los aviones abatidos, incluida la de EEUU. Esta es la historia.

En 1942, con apenas 22 años, se graduó en la escuela de entrenamiento de vuelo y fue enviado al teatro de operaciones europeo, concretamente al Mediterráneo, donde a los mandos de un caza P-38 Ligthing participó en misiones de combate en el norte de África, Cerdeña e Italia. En apenas unos meses ya había derribado varios aviones alemanes y uno italiano… hasta que le llegaría el turno a él mismo el 27 de agosto de 1943, cuando cayó en Salerno (Italia).  Consiguió sobrevivir, pero fue capturado y llevado a un campo de prisioneros cerca de Roma. Y la suerte le volvió a sonreír, porque en septiembre todo salta por los aires cuando Italia firma el el armisticio con los aliados y Hitler ordena la ocupación de Italia. Nuestro protagonista y varios prisioneros más aprovecharon la incertidumbre y la confusión generaliza para escapar y, tras varios meses, regresar a casa.

Uno podría pensar que con todas aquellas experiencias vividas ya habría sido suficiente, pero no. Louis solicitó el reingreso y en noviembre de 1944 fue enviado a Filipinas donde se le asignó un Munstang P-51, al que bautizó como Bad Angel. Y aquí siguió a lo suyo, derribando a un avión japonés al poco tiempo de llegar.

En febrero de 1945, Louis Curdes participó en una incursión aérea sobre la isla filipina de Batán, tomada por los japoneses y en la que había instalado un aeródromo. Durante el ataque, su compañero La Croix fue alcanzado por las baterías antiaéreas y tuvo que hacer un amerizaje de emergencia. Al ver que estaba vivo,  Curdes solicitó un equipo de rescate y se quedó en la zona para proteger al piloto derribado. Al poco tiempo, un avión de transporte norteamericano C-47 apareció de la nada en dirección hacia la isla y, según parecía, con la intención de aterrizar en el aeródromo enemigo. Trató de comunicarse por radio con ellos, pero no hubo forma. Intentó hacer que cambiase el rumbo poniéndose frente a ellos, haciendo pasadas y volando en paralelo para hacerlas señas, y nada funcionaba. Estaba claro que, si aterrizaban en el aeródromo, los japoneses se harían con el avión, la carga y toda la tripulación y el pasaje serían apresados. Debía evitarlo. Así que, teniendo en mente aquello de que «momentos desesperados requieren medidas desesperadas», ametralló uno de los motores del C-47 para disuadirle. A pesar de ello, el avión continúo su camino, por lo que disparó al segundo motor obligando al piloto a amerizar y sabiendo que, a esa altura y velocidad, podría hacerlo sin muchos problemas. Todos los ocupantes sobrevivieron. Abandonaron el aparato y subieron a las balsas, y Curdes recuperó su posición para seguir protegiendo a su compañero y a la tripulación del avión de carga. Afortunadamente, el rescate ya estaba en camino y, gracias a la protección de Curdes, todos los náufragos fueron rescatados sanos y salvos. Unas semanas más tarde, Louis Curdes recibió la Cruz de Vuelo Distinguido por aquella acción

¿Qué había ocurrido con el C-47? Pues que el piloto se había perdido debido al mal tiempo, su radio se había averiado y se estaba quedando sin combustible. Por eso, el piloto se dirigió hacia la pista de aterrizaje, sin saber que era japonesa.

Por cierto, entre los ocupantes del avión de transporte figuraba una enfermera llamada Valeria, con la que Curdes había tenido una cita. En algunos lugares se cuenta que al terminar la guerra se casaron y, por tanto, Curdes había disparado y derribado el avión que transportaba a su futura esposa. Pues siento quitarle gracia al asunto porque, aunque su esposa se llamaba Valeria, no era esta enfermera, sino una joven que conoció en Los Ángeles.

Curdes ya había pintado esvásticas nazis, una insignia italiana y una bandera japonesa en el avión, indicando sus derribos. Ahora, añadiría una estadounidense “en memoria de su última hazaña”.