Casi todos los hemos nombrado en alguna ocasión y a todos nos suenan los nombres de estos personajes paremiológicos, es decir, nombres propios que han pasado a la historia gracias a la tradición oral. Así que, vamos a conocer algo más de ellos y el porqué dieron lugar a estos refranes tan populares.

¡Que si quieres arroz, Catalina!

Se dice de aquellas personas que no hacen el menor caso de lo que se les dice y se mantienen firmes y tercas, haciendo oídos sordos. Parece que el dicho tiene su origen en los remotos tiempos del reinado de Juan II de Castilla, allá por la primera mitad del siglo XV. La tal Catalina habría sido una especie de curandera esposa de un judío converso residente en León y mujer aficionadísima a los condumios de arroz, un cereal del que hablaba maravillas en cuanto a sus propiedades salutíferas y profilácticas. Según ella, no había dolencia o mal para el que el arroz no tuviera alguna sustancial ventaja terapéutica y en esta personal cruzada arrocera fueron pasando loa años hasta que Catalina enfermó de gravedad. Familiares y amigos, sabedores de su fe arrocera, se llegaban hasta el lecho para ofrecerle el remedio que durante tanto tiempo ella misma había elogiado. “¿Quieres arroz, Catalina?“, le repetían uno tras otros sus deudos, pero la buena mujer, más cerca de allá que de acá, no tenía ya fuerzas para responder a la oferta. Ellos y ellas, quizá pensando que la enfermedad le había afectado al oído, llegaron a gritarle a coro: “¿Que si quieres arroz, Catalina?“. La moribunda guardó silencio hasta que le llegó el momento de exhalar el último suspiro, por lo que la pregunta pasó al acervo popular como exclamación que simboliza que alguien pasa olímpicamente.

El coño de la Bernarda

Que algo sea como el coño de la Bernarda nos dice que es desordenado, confuso y donde mete mano todo el mundo sin ningún tipo de organización. Son tres provincias las que se disputan el honor de ser la cuna de esta frase tan extendida: Granada, Sevilla y Ciudad Real.

Lo más probable y es que la famosa Bernarda que nos ocupa fuera una prostituta que pasó a la historia por la promiscuidad y buen hacer de su herramienta de trabajo. Así, al menos, lo cuenta la versión sevillana del cuento, que la sitúa viviendo en la sierra sur de Sevilla. Su historia carece del elemento religioso que tienen las versiones de Granada y Ciudad Real y da un final trágico y ejemplificante a la meretriz, ya que muere por castigo divino.

Ciudad Real y Granada coinciden en darle a Bernarda el oficio de santera y curandera y situar su existencia allá por el siglo XVI. Es probable que fuera hija natural de un rey moro y quizá mezclara ambas religiones en sus oraciones. En estas versiones, nuestra protagonista dedica su vida a los milagros. Fuese lo que fuese (sanar personas o animales, problemas de fertilidad, sequía…), la Bernarda obraba el milagro. ¿Y cómo lo hacía? Pues con su coño. No me preguntéis sobre su metodología de trabajo, porque es harto difícil imaginárselo. De hecho, es mejor que lo obviéis, que ya imagino a muchos dejando volar la imaginación y convirtiendo los genitales femeninos en un todo a 100.  A la historia de Ciudad Real le falta la literatura que tiene la de Granada gracias al genio de Manuel Talens, que imagina su particular visión del mito de la Bernarda en el contexto de su novela La parábola de Carmen La Reina (1992). Con esta obra quiso Talens hacer un homenaje a su abuela, pero la cosa se le fue liando, se le fue liando y acabó escribiendo una historia inventada, pero con base real, de la comarca en la que nació. Sitúa el autor la acción en el pueblecito imaginario de Artefa, en Las Alpujarras. Y aprovecha el arranque de la misma con la rebelión musulmana de 1568 para narrar la historia de la santera Bernarda, a quien se le apareció el mismísimo San Isidro Labrador y, metiendo mano en su vagina –quién sabe si de ahí viene la expresión tener mano de santo–, convierte la vulva de la mujer en un coño milagroso capaz de curar todo aquello que lo toque.

Tal fama alcanzó el órgano sexual de aquella mujer que, cuando desenterraron su cuerpo años después de estar muerta, todo el cadáver era polvo excepto su entrepierna, que se mantenía fresca como el primer día.

Literaturas aparte, hay quienes se atreven a precisar el momento en que se hizo popular la expresión. Ni más ni menos que el 8 de septiembre de 1925, cuando se produjo el desembarco en la playa de Alhucemas, en Marruecos, al mando del general Sanjurjo. Era una de esas operaciones militares que pretendían recuperar el honor y el orgullo patrio perdido durante el desastre de Annual, cuando España perdió la mayor parte de sus posesiones en Marruecos. Y, claro, a una operación con tantos cojones le hacía falta un buen coño. Como el desembarco duró unos meses más de lo previsto y los soldados andaban más sobrados de furor uterino que de furor bélico, alguna que otra prostituta se fue para allá a aplacar los ánimos de la tropa. Y entre ellas debió viajar Bernarda que, a juzgar por su popularidad, fue la que más triunfó, sin lugar a dudas.

Se armó la Marimorena

Decimos “se armó la Marimorena” para referirnos a una riña que deriva en bronca monumental, casi una batalla campal. Se cuenta que el origen de este dicho se sitúa en una taberna de las Cavas madrileñas (barrio de la Latina) allá por el año 1579, cuando a sus propietarios, el matrimonio formado por Alonso de Zayas y su señora María Morena, Mari para los amigos, les fue abierta causa judicial por los desórdenes que ocurrieron en su establecimiento.

Marimorena futurista

Dícese que Alonso, como era costumbre entonces, vendía a sus habituales parroquianos vino generosamente bautizado (bien aguado) y que para cuando la ocasión lo requería, y el requerimiento no era otro que la ocasional visita de un noble, alto funcionario o burgués gentilhombre, guardaba un pellejo de vino de calidad en lo más recóndito de su almacén. Y sucedió que un mal día alguno de los clientes de menos pelo se calentó la boca y empezó a reclamar a grandes voces que se le sirviera del vino fetén que el amo guardaba con celo. Mari Morena, que era mujer de muchas armas tomar y curtida en tratar con borrachos, le dijo de malos modos que se fuera a paseo porque aquel vino era para paladares distinguidos. En nada se pasó de las palabras a los hechos y el parroquiano y la tabernera empezaron a lloverse sagradas formas el uno sobre la otra y la otra sobre el uno. La trifulca alcanzó tales proporciones que hubo de requerirse la presencia de la autoridad y personada ésta en el establecimiento hubo de esmerarse y mucho para que las aguas volvieran a su cauce. Una vez restablecido el orden y el concierto, la autoridad quiso saber cuál había sido el origen del batiburrillo y como es habitual en estos casos las partes quitaron importancia al asunto diciendo algo parecido a aquello de La verbena de la Paloma: “Aquí nadie ha pedido copas de vino; aquí se ha hablado del palo de la baraja, ¿estás?… copas de la baraja, como se podía haber hablado de otro palo cualesquiera”. La susodicha autoridad entraron en razón y en pelillos a la mar cuando la Mari Morena sacó a plaza un plato de escabeche de taberna y otro de gallinejas para atemperar y una jarra de vino de los buenos. No se libró del proceso ni la multa, y la Mari Morena pasó al decir popular en la forma y manera, marimorena, en que se dijo y dio fe.

Más feo que Picio

Según cuenta la leyenda, Francisco Picio fue un zapatero oriundo de la población granadina de Alhendín que, durante la época de dominación napoleónica (1808-1813) fue condenado a muerte por algún delito. Instantes previos a ser ejecutado recibió la noticia de que se le había concedido el indulto. Parece ser que la impresión que le produjo el recibir tal noticia hizo que en los siguientes días se le cayera totalmente el pelo de la cabeza, las cejas y que, además,  le saliera unos bultos que deformaron totalmente su rostro, convirtiéndose para sus vecinos en la referencia de alguien realmente feo y surgiendo de ahí la expresión.

En los tiempos de Maricastaña

Cuando alguien quiere señalar algo que ocurrió hace ya mucho tiempo o decir que una persona es muy mayor se dice que es «de los tiempos de Maricastaña o Maricastañas».

María Castaña

Parece ser que su origen está en el siglo XIV en un pequeño pueblo de Lugo y que nuestra protagonista, María Castaña, igualmente Mari para los amigos, encabezó una revuelta contra los abusivos impuestos recaudados por el obispado de Lugo. El problema es que la revuelta se les fue de las manos y el recaudador fue linchado. Tanto María como su familia fueron encausados y hechos presos por el asesinato, pero esta mujer se convirtió en una heroína local. Esta gesta pasó de boca en boca y de generación en generación hasta quedar en el imaginario popular como un hecho ocurrido hace mucho tiempo.

Ver menos que Pepe Leches

Aunque varios personajes luchan por llevarse el honor de ser el auténtico Pepe Leches, dos son los que tienen más papeletas: un lechero de El Viso del Alcor (Sevilla) que se cayó en un pozo, y se pegó una buena leche, y un José Fernández Albusac, un guardia municipal de Granada. Resulta que este hombre adolecía de una afección de la vista conocida como “ojos tiernos”, que enrojecía los párpados y hacía lagrimear los ojos continuamente. Al parecer el sobrenombre de Pepe “leches” viene porque tenía la mano suelta a la hora de poner orden en las calles. La cosa era que, al no estar muy fino de la vista, las leches que pegaba no siempre iban a parar al culpable. No eran unas leches justas, digamos. Pero como él mismo decía -”ninguno es totalmente inocente cuando dos se pelean”.

Ponerse como el Quico

En Jaén, son de obligada cata los ochíos, panecillos de pimentón rellenos de morcilla en caldera; los potajes de garbanzos con acelgas o de habas con berenjenas; la ensalada pipirrana o la de naranjas con aceite de oliva y cebolleta; los garbanzos mareados o morrococo, que es la variante española del hummus mediterráneo; los guiñapos o andrajos, un guiso de tortas de harina con sofrito de tomates, cebolla, ajos y pimiento, amenizado con bacalao, liebre o conejo; y las tortas domingueras. Todo ello como un reto para “ponerse como el Quico”, que es dicho, dos por uno, referido a un gitano que en los años cuarenta de las pertinaces sequías y del hambre canina se embauló una inmoderada cantidad de gamas y hubo de ser conducido de urgencia al hospital.

Más cuento que Calleja.

Saturnino Calleja fue pionero en el oficio de editor de libros, concretamente, libros de texto y cuentos infantiles. Es como editor de estos últimos, que ganó su fama y respeto dentro del oficio. Y no sólo eso, si no que da todo el sentido a la expresión: “tienes más cuentos que Calleja”, porque Saturnino tenía literalmente miles de cuentos que él mismo publicaba.

Más tonto que Abundio

Lo cierto es queeste nombre era antes muy popular en España, por lo que existen diversas teorías sobre cuál de todos los Abundios que han trascendido a lo largo de la Historia es el blanco del refrán.

Uno de los agraciados podría ser el capitán de fragata Abundio Martínez de Soria quien, allá por la segunda mitad del siglo XIX, según trascendieron los rumores, pudiendo huir, decidió enfrentarse a toda la flota estadounidense durante la Guerra Hispano-Americana y acabó por hundirse con todo el navío cerca de las islas Filipinas. Quienes no entendieron su respuesta como honrosa o heroica, bien pudieron haberle otorgado el título de «el más tonto».

Otra de las teorías apunta a que todo viene de San Abundio, un sacerdote cordobés que, como otros durante la época del emirato, injurió a Mahoma y al Corán. Según se cuenta, los musulmanes le ofrecieron el perdón hasta en 11 ocasiones si se retractaba de sus palabras, pero Abundio no lo hizo y fue finalmente condenado a muerte y ejecutado.

También en Córdoba se ubica otra breve historia fechada en el siglo XVIII sobre un campesino con el mismo nombre que regaba su cortijo con su propio orín, y otro, por las mismas fechas, de un hombre al que los dueños de un cortijo lo enviaron a buscar bolados, un dulce de repostería que solía tomarse acompañado de chocolate caliente y, según José María Iribarren en su libro El porqué de los dichos, el hombre fue mojándolo en las acequias de vuelta a casa para mantenerlos frescos.

Perico el de los palotes

Perico el de los palotes es una «persona indeterminada, un sujeto cualquiera», según la Real Academia de la Lengua, tal como Fulano o Mengano, pero Pancracio Celdrán Gomáriz, en Inventario general de los insultos,  cuenta que «en el siglo XVI se llamaba así a un bobo que tocaba el tambor precediendo al pregonero, listo que se quedaba con los cuartos y sueldo de ambos, incluidas las propinas. El tonto con su tambor y a veces con el cornetín imitaba al pregonero que trataría de desembarazarse de él ante la risa y el regocijo de todos. Las figuras del pregonero y la de Perico el de los palotes, a falta de tonto oficial, solían ser utilizadas para mofa»; y Sebastián de Covarrubias, lexicógrafo y capellán de Felipe II, describe a «Perico el de los palotes» como «un bobo que tañía con dos palotes» y añade que «el que se afrenta de que le traten indecentemente suele dezir: «Sí, que no soy yo Perico el de los palotes»».

Más tonto que Pichote

Esta expresión tiene su origen en el Chicago de los años ’20. “Pichote” proviene de la palabra italiana “picciotto” (muchacho), que era el apodo de un gánster enemigo de Al Capone durante la guerra de bandas de la época: Gennaro “Il picciotto” Spummarolo, llamado así por su aspecto juvenil. Se dice que para preparar el asesinato de Richard Lonergan, Gennaro fue engañado de una forma extremadamente ingenua. Mientras “Il picciotto” acompañaba a Lonergan en una fría noche de diciembre, un hombre de Al Capone se les acercó y le dio un soplo falso, indicándole que encontraría al conocido mafioso solo e indefenso en el Yale Bar. Cuando “Il Picciotto” entró en el bar junto a Lonergan lo que encontraron fue Al Capone como huésped de lujo de Frankie Yale y una emboscada que les costó la vida a ambos.

Tirarse a la bartola

Esta expresión puede llevar a equívoco, porque literalmente “tirarse a la bartola” parece significar acostarse con una mujer llamada Bartola, pero no es Bartola como nombre propio de mujer, sino bartola, con b minúscula, como sinónimo de barriga. Cuando alguien holgazanea o se tumba a descansar decimos «tirarse, tumbarse o echarse a la bartola».  Así que, si alguien escribe Bartola -con mayúscula-, igual se está refiriendo a otra cosa. En realidad, esta bartola (barriga) hace referencia a la festividad de San Bartolomé, que se celebra el 24 de agosto. Por estas fechas, los campesinos de muchos rincones de España celebraban el final de la recogida de la cosecha, dando por terminados los duros trabajos del campo. Por eso era frecuente ver a muchos de ellos tumbados con la barriga al aire, relajados y felices: “tirados a la bartola’.

Rita, la cantaora y la santa.

Cuando no tenemos ninguna intención de hacer un trabajo o realizar un esfuerzo decimos «que lo haga Rita la cantaora». ¿Y quién es esta Rita que tanto se nombra? Pues Rita Gómez García, nacida en Jerez de la Frontera en 1859, que se dedicó al noble arte del cante flamenco desde muy jovencita, y que llegó a triunfar en Madrid, por aquel entonces la meca de todas las artes. Cantaba bien, cantaba todo lo que le pedían, cantaba en cafés, en teatros, cantaba en tugurios, cantaba en despedidas de soltero —si las hubiera habido—, cantaba… hasta en la ducha. Tanto cantó, que cantó hasta los 75 años. El resto de cantaoras, hartas de que las dejase en evidencia por actuar en cualquier lugar, el tiempo que hiciese falta y por dos duros, comenzaron a repetir esa cantinela cuando no estaban dispuestas a actuar en algún local apropiado o no estaban de acuerdo con las condiciones económicas. Así que mandaban al empresario que se lo encargase a nuestra Rita, porque ellas «res de res». Rita realizó su última actuación en 1934 y murió tres años después en Zorita del Maestrazgo, provincia de Castellón, a los 78 años.

¿Y quién fue la santa de santa Rita, Rita, lo que se da no se quita, que utilizamos cuando no queremos devolver algo que se nos regaló y ahora su dueño nos pide? Margarita Lotti, Rita para los amigos, nació en 1381 en Roccaporena (Italia). A pesar de que desde muy niña tuvo vocación religiosa y siempre repetía que quería ingresar en un convento, sus padres la casaron con apenas 14 años. El marido en cuestión era un pieza de mucho cuidado que le hizo la vida imposible, y la única respuesta de ella era rezar y rezar por el fulano. Tuvieron dos hijos, que también le salieron rana y se convirtieron en una fotocopia en miniatura del padre. Y ella, resignada y piadosa donde las haya, seguía rezando por ellos. Tanto va el cántaro a la fuente, vía padrenuestros y avemarías, que al final alguien la escuchó y consiguió que cambiase la actitud de los hombres de la casa. Aunque tampoco duró mucho, porque justo cuando la convivencia en el hogar se estaba arreglando su marido fue asesinado en una reyerta y sus hijos fallecieron de la peste. A Dios pongo por testigo que las oraciones de la pobre Rita nada tuvieron que ver en estas desgracias familiares. Entonces, tras soportar 20 años de tormentoso matrimonio y libre de ataduras, pensó que podría ingresar en el convento. Pero no fue nada fácil, porque no era virgen. Tras varias negativas, consiguió ser aceptada en el monasterio de las agustinas Cascia, donde se entregó a una vida de oración y penitencia. Y de conseguir imposibles, porque demostró que sus rezos eran muy eficaces. En cierta ocasión, la visitó en el convento una prima del pueblo y Rita le pidió que saliese al jardín, en pleno invierno y con la nieve hasta la rodilla, y le trajese una rosa; y allí estaba la rosa, esperando a su prima. Y de ahí viene el dicho, de conseguir que cierta doncella, difícil de mirar la pobre y con ningún pretendiente, encontrase novio tras los correspondientes rezos de la santa —Rita fue beatificada por el papa Urbano VIII en 1627 y canonizada en 1900 por León XIII—. El caso es que, llegado el momento del enlace matrimonial, el novio la dejó plantada en el altar y la doncella le recriminó a la santa que le había dado un novio y luego se lo había quitado: ¡Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita! Falleció en el convento en 1457.

Además de la patrona de los imposibles, en España también lo es de los funcionarios, y no por motivos religiosos, sino porque
una vez conseguidas las plazas laborales en las distintas Administraciones Públicas es harto difícil, por no decir imposible, que pierdan el puesto de trabajo.

No ha venido ni el Tato.

El Tato fue el apodo de Antonio Sánchez, un conocido torero español que nació y murió en Sevilla. Vivió entre 1831 y 1895. Una de sus principales características es que no se perdía nada, acudía a todas las corridas y a todos los saraos a los que podía. De hecho, ni cuando le amputaron una pierna tras una cogida dejó de asistir a todas las citas que podía ni se apartó de los ruedos. Cuando el Tato no aparecía, se solía decir que no había venido ni el Tato, como dando a entender Y si ni siquiera el Tato había hecho acto de presencia, mal estaba la cosa o el evento no era muy importante.