El ejército en los inicios de Roma fueron sólidas formaciones de infantería enormemente disciplinadas y en las que cada soldado se costeaba su propio equipamiento -los más adinerados contaban con el mejor armamento o integraban la reducida caballería-. Todavía no era una fuerza profesional ni permanente, sino un ejército ocasional de ciudadanos que, aunque dedicados a sus tareas profesionales particulares, se alzaban en armas cuando eran requeridos para defender la urbe. Aunque a lo largo del tiempo las legiones sufrieron cambios en lo relativo al número de miembros que las formaban (entre 4000 y 6000 e incluso incorporando unidades enteras de caballería), la voluntariedad (en épocas de guerra era obligatorio alistarse) o los años de servicio de sus integrantes, la legión romana fue la unidad militar de infantería básica durante la República y el Imperio. A pesar de ser «una profesión de riesgo», habría que recordar que la vida en el ejército garantizaba comida, alojamiento y un salario que, si bien no era para tirar cohetes, tenía la ventaja de ser fijo. Además, tenían ciertos privilegios en los procesos judiciales, podían aprender un oficio, e incluso a leer y a escribir, tenían la atención médica garantizada… y cobraban la jubilación. Gracias a Históricamente Correcto, tenemos un representación gráfica de la evolución de su equipamiento.