No hay cadenas tan desgarradoras como las de la ignorancia – Maria Stewart
En el 2016, el activista y politólogo Hilary Shelton, decía lo siguiente, refiriéndose a la situación de la minoría negra en gran parte de los Estados Unidos: “La educación es el gran nivelador, es esa escalera de escape de la pobreza que permite la verdadera y plena participación en la sociedad. Hoy en día esa educación sigue en gran parte fuera de nuestro alcance”. La cita tiene lugar después incluso de que Barack Obama hubiera sido elegido Presidente de los Estados Unidos. Por eso resulta tan extraordinaria la figura de cualquiera de los abolicionistas del siglo XIX y principios del XX, y más extraordinario resulta aún si eran mujeres -es imprescindible destacar los nombres de Jarene Lee, Julia Foote, Amanda Berry Smith o Sojourner Truth-. Y entre todas ellas resalta con luz propia la figura de Maria Stewart. Maria luchó por aquellos de su raza y por aquellas de su sexo, en una época en la que contaba con cuatro importantes “hándicaps”:
era mujer, negra, viuda y, cuando comenzó su activismo político, muy joven.
Maria Stewart nace en 1803 en Hartford, Connecticut (EE.UU). No conocemos el nombre de los padres ni sus ocupaciones (sabemos que no eran esclavos y que María nació libre), pero sí que a los cinco años se quedó huérfana, entró en un orfanato, y mas tarde entró a trabajar como sirviente en casa de un clérigo hasta los quince años. Allí aprendió, de manera más o menos autodidacta, a leer y a escribir.
Fue ensayista, conferenciante y activista en pro de los derechos de los negros y de las mujeres. Fue la primera conferenciante negra en hablar ante una audiencia mixta, de negros y blancos, así como de hombres y mujeres (Boston, 1830) en una época en la que ninguna mujer, blanca o negra, se aventuraba a dar conferencias de ningún tipo, exceptuando algún sermón de tipo religioso y de manera muy excepcional. En 1826 contrae matrimonio con James W. Stewart, un veterano de la guerra de la independencia de Inglaterra de 1812, de cuarenta y cuatro años. Era un comerciante de buques pesqueros, constituyendo el matrimonio parte de una pequeña minoría de habitantes en Boston: la clase media de raza negra. En 1829 su marido fallece, y a pesar de que le había dejado una suma importante, tuvo que litigar durante años para poder hacerse cargo legalmente de su herencia. Para sobrevivir, no le quedó más remedio que volver al servicio doméstico.
A partir de la muerte de su marido, Maria sufre una fuerte conversión religiosa, dedicando su vida desde entonces a Dios y a la lucha por la libertad. Algo que ella interpreta como parte de lo mismo, ya que una de sus proclamas era que “para Dios todas las almas son iguales y tienen el mismo valor”. En aquella época, el abolicionismo tenía una enorme fuerza, y uno de sus “popes”, William Lloyd Garrison, invitaba a todas aquellas mujeres de origen africano a dar un paso adelante y manifestarse por la causa a través de su periódico The Liberator. Maria Stewart recogió el guante, aportando dos de sus ensayos que fueron aceptados para la publicación y tuvieron enorme repercusión. Su primera publicación, llamada “Religion and the Pure principles of morality” (Religión y los principios puros de la moral) hacía un llamamiento a la rebeldía ante la esclavitud en aquellos estados en la que aún existía (básicamente estados del sur) y ante la discriminación practicada en los estados del norte. Además, en este ensayo recogía su preocupación por la educación, preocupación que marcará todos sus artículos e incluso su vida, dedicando sus últimos años a la enseñanza. Asimismo, animaba a que otras mujeres se uniesen a la lucha y no se perdiesen en “montañas de cacerolas y teteras”. Desde sus artículos y conferencias proclama el aprendizaje y la acción, considerando que ambas se retroalimentan y no sirven de nada el uno sin la otra.
Fue asimismo extremadamente dura con los hombres negros, a los que culpaba de gran parte de la situación de los de su raza, y a los que tachaba poco menos que de “cobardes” y “frívolos”, diciendo que ellos mismos elegían cualquier clase de entretenimiento estúpido antes que dedicar ese tiempo a formarse para poder luchar con las armas del conocimiento ante los problemas y los lastres de la discriminación. Este tipo de opiniones, manifestadas en público, fueron en parte las responsables de que el 1833 abandonara sus conferencias y su activismo “militante”, centrando desde entonces todos sus esfuerzo en la enseñanza y en labores de ayuda a la comunidad.
De Boston se muda a Nueva York, Baltimore y por último a Washington, donde muere mientras trabajaba como enfermera jefe en el Hospital Freedmen en 1879.
Es importante señalar que, de cualquier manera, no podemos calificar tanto de abolicionista a Maria Stewart como de activista. Lo que, por otra parte, resulta mucho mas importante. Maria no sólo lucha por eliminar la esclavitud, sino por la igualdad de derechos entre blancos y negros, y entre hombres y mujeres. Y lo hace sin miedo, alzando la voz. Maria, junto a sus compañeros abolicionistas, suponen el primer paso que culmina con la lucha pro derechos civiles de Martin Luther King en los años sesenta del siglo XX.
Declara asimismo que un pueblo sin educación está condenado a la esclavitud, a la ignorancia, a la dependencia extrema, y lucha por el acceso a la misma cuando en muchos estados aún se condenaba a muerte a aquellos que se atrevieran a enseñar a un esclavo a leer y a escribir. El discurso de María Stewart no sólo era pertinente y necesario, sino que, como se señala en el texto que encabeza este artículo, no ha dejado de serlo.
Hola Javier, muy bueno el artículo, sobre todo me encanta leer sobre mujeres pioneras, algo que tú haces muy a menudo, gracias
Disculpa, quise decir algo de lo que tú escribes muy a menudo,
[…] […]
Esta es la primera vez que me asomo aquí para hacer un comentario.
Me encantan todos y cada uno de los artículos con los que nos obsequas.
Muchas gracias.
Muchas gracias a ti.
Saludos