Aunque el que fuera presidente de los EEUU, Thomas Jefferson, ya dio la voz de alarma del aumento de las temperaturas y sus posibles consecuencias a finales del XVIII, de hecho durante años estuvo registrando en un diario personal la temperatura diaria, la temperatura promedio, fenómenos y anomalías climatológicas, no sería hasta hace unas décadas cuando empezamos a plantearnos en serio esto del cambio climático producido por la actividad humana, sobre todo por la contaminación atmosférica. Parecía como que la sociedad tuviese asumido que la contaminación era el precio que debíamos pagar por el desarrollo y el progreso. Pero a finales del XIX una mujer estadounidense, Mary Walton, ya desarrolló un sistema para disminuir de forma drástica el impacto ambiental que provocó la industrialización.

La Revolución Industrial llegó a Estados Unidos en pleno siglo XIX como un eco de la Revolución Industrial ocurrida en Gran Bretaña y el resto de Europa a finales del XVIII. Se revolucionó la economía, la población se trasladó a las ciudades donde las fábricas ofrecían trabajo, la inmigración llegada del resto de mundo aumentó de manera exponencial, la sociedad se transformó… y los cielos de los EEUU comenzaron a saber qué era la polución. En 1879 Mary Walton ideó un sistema para reducir los gases y elementos nocivos que se lanzaban a la atmósfera a través de las chimeneas de fábricas, hogares y locomotras -registrado con número de patente 221.880-. Este novedoso sistema consistía en hacer pasar el humo por tanques o recipientes de agua, donde los contaminantes se retenían y luego se vertían al sistema de alcantarillado (nadie dijo que fuese perfecto).

Otro tipo de contaminación que comenzó a experimentarse con el desarrollo de las ciudades, y que hoy en día todavía seguimos sufriendo, era la contaminación acústica (lo que toda la vida se ha llamado ruido excesivo y molesto). Bueno, para ser sinceros habría que decir que en Roma ya lo tenían. De hecho, en 45 a.C. Julio César llegó a prohibir la circulación de los carros por la ciudad durante el día -los vehículos oficiales estaban permitidos-. Tampoco era perfecto, porque a ver quién era el guapo que dormía con los vehículos transitando por la noche. De eso se quejaba el poeta Marcial en uno de sus Epigramas…

¿Quieres saber por qué con frecuencia me marcho a mi pequeña finca y a mi pobre casa de la seca Nomento? En Roma, el pobre ni puede pensar ni puede descansar. […] Agotado de tedio, cuando quiero dormir, me voy a mi finca.

El progreso también trajo la instalación de los trenes elevados que atravesaban las grandes ciudades. Y Mary vivía en una de ellas, en Nueva York. A la vez que se acortaban las distancias, aumentaban los casos de insomnio y las crisis nerviosas que provocaba vivir debajo o junto a las vías elevadas del ferrocarril. Así que, Mary se puso manos a la obra. En el sótano de su casa construyó una maqueta de las vías para estudiar cómo poder reducir el ruido. Después de varios meses dio con la clave: cubrir los raíles con una carcasa de madera forrada de algodón y llena de arena que absorbía las vibraciones y, por tanto, reducía el ruido. En 1891 se registró la patente con el número 327.422. Más tarde, vendió los derechos al Ferrocarril Metropolitano de Nueva York, con lo que se consiguieron trenes menos ruidosos y una ciudad más habitable.

Imagen: Mary Walton