La Guerra de los Aliados (91-88 a.C) fue un conflicto entre Roma y la mayoría de sus vecinos itálicos por alcanzar la ciudadanía romana, lo que suponía igualar a unos y a otros frente a un histórico desequilibrio fruto de la abrumadora superioridad de la República. Lo más novedoso, es que fue la primera vez desde su conquista por Roma que los pueblos vecinos se levantaron conjuntamente sin ningún estímulo exterior como había sido en el caso de Aníbal en el pasado.

Año 91 a.C. Roma se encontraba inmersa en una época convulsa protagonizada por diversas guerras e invasiones (Numidia, invasión de Cimbrios y Teutones, Guerra del Ponto…), además de fuertes crisis internas como la de los Gracos, o la más reciente protagonizada por Saturnino. Para complicar la situación, se añadía el problema de los aliados itálicos y su reivindicación para adquirir la ciudadanía romana. Un derecho del que todos se beneficiarían: los más pudientes podrían acceder al cursus honorum (carrera política) y ocupar puestos relevantes de la República, y las clases más humildes se liberarían del pago del tributo y obtendrían ventajas en el ejercicio de las armas (dejarían de ser auxiliares para convertirse en legionarios). Por otro lado, la clase política y, en general, la plebe de Roma no estaba dispuesta a compartir los beneficios de la ciudadanía con arribistas italianos. Por ello, para frenar a los numerosos itálicos que habían logrado la ciudadanía de forma fraudulenta se promulgó la Lex Licinia Mucia para evitar y castigar estos casos.

Siglo I

El tribuno de la plebe Livio Druso, consciente de las aspiraciones de los itálicos ya que mantenía estrechas relaciones con algunos de sus dirigentes, propuso incluir a todos los itálicos en el cuerpo de ciudadanos como clientes suyos, hecho que horrorizó al Senado. Tirando de un tecnicimos legal –Lex Satura-, el Senado, liderado por la facción conservadora, los optimates, echó por tierra dichas propuestas alegando que se habían presentado en bloque. Misteriosamente, a los pocos días el proponente apareció asesinado… (muerto el perro, se acabó la rabia). Visto que aquella decisión cerraba las puertas de la vía legal, los aliados itálicos optaron por la la fuerza y comenzaron a reclutar un ejército.  Cuando las noticias llegaron a Roma, se envió a Asculum (una de las abanderadas de las reivindicaciones) al pretor Servilio Augur para que tantease el terreno. Durante la noche, y para palpar el ambiente de la ciudad, el pretor decidió asistir a una representación teatral. Una de los actores, viendo que Servilio estaba entre los asistentes, decidió improvisar y convirtió al pretor en el protagonista de una sátira burlesca. Allí mismo, el ofendido romano ordenó a su escolta que lo ejecutasen… y con ello inició una revuelta popular que acabo con su vida.

Marrucinos, samnitas, picenos, marsos, frentanos, vestinos, hirpinos, lucanos, yapigios y pelignos, se levantaron en armas contra Roma y declararon su independencia constituyendo una nueva república, Italia. Los insurgentes situaron su capital en Corfinium, la ciudad más importante de los pelignos y un enclave estratégico cruce de caminos en los Apeninos, y allí reprodujeron las instituciones romanas: Senado de 500 miembros y las correspondientes magistraturas.


Debido a la tradicional alianza de siglos de duración, existían fuertes lazos entre romanos e itálicos, muchos de ellos forjados en el campo de batalla, donde legionarios y auxiliares itálicos habían luchado codo con codo. Además, este hecho había propiciado que los veteranos itálicos estuvieran familiarizados en las tácticas, formaciones y armamento de las legiones romanas, reorganizando sus propias tropas según estos patrones. El ejército itálico, compuesto por unos 100.000 soldados, operó en dos frentes principales:

    • Escenario norte: en la región central, liderados por el cónsul Quinto Popedio Silón.
    • Escenario sur: en la región meridional de Italia, liderados por el cónsul Cayo Papio Mutilo.

Aunque las instituciones romanas reaccionaron tarde, ya que estaban ocupadas con problemas domésticos y, en especial, en la persecución y posterior eliminación de los seguidores del desaparecido Druso, Roma seguía contando con recursos propios muy superiores a los de los rebeldes, además de con algunos aliados fieles. Conscientes del peligro, se reclutaron 14 legiones, junto a sus correspondientes tropas auxiliares (galos, hispanos y africanos, caballería fundamentalmente), divididos en sendos ejércitos comandados por los cónsules Rutilio Lupo y Lucio Julio César.

Las primeras incursiones se produjeron en el año 90 a.C, siendo los romanos incapaces de someter a las fuerzas de los marsos en el norte y los samnitas en el sur. Rutilio Lupo será derrotado y morirá en el frente norte, quedando su ejército bajo el mando del ya prestigioso Cayo Mario (6 veces cónsul y héroe de guerra en África de los germanos), el cual logrará restaurar el frente gracias a su destreza marcial. En el frente meridional, Lucio Julio César, asesorado por su legado Cornelio Sila, logrará resistir, no sin dificultades. Visto que era difícil contener por la fuerza a los insurgentes, Roma utilizó la vía política: mediante la Lex Julia (90 a.C.) se otorgaba la ciudadanía romana a las ciudades itálicas que habían permanecido fieles y mediante la Lex Plautia Papiria (89 a.C.) por la que se concedía la ciudadanía a cualquier itálico, incluso sublevado, que lo solicitase ante el pretor en el plazo de dos meses. Estas concesiones cambiaron el escenario, y muchos de los rebeldes depusieron las armas al haber conseguido su propósito. Sólo Asculum en el norte y los belicosos samnitas en el sur siguieron luchando. En 89 a.C. el cónsul Cneo Pompeyo Estrabón (padre de Pompeyo el Grande), que había sido derrotado un año antes siendo legado del cónsul Rutilio Lupo, se dirigió a Asculum para derrotar a aquel último reducto y, además, vengar la muerte del pretor Servilio. Rechazó cualquier tipo de negociación y ordenó… una carnicería.

A pesar de perder la guerra, las comunidades itálicas lograrán su objetivo, convirtiéndose de facto en ciudadanos romanos con igualdad jurídica respecto a los romanos. Pero el Senado romano, siempre guardándose una última carta, conseguirá con una serie de leyes neutralizar temporalmente el peso político de los nuevos ciudadanos, incluyéndolos para las comitia tributa en un número reducido de tribus y devaluando los votos de estos. Aún así, la vía de agua ya había penetrado en Roma, y cada vez más irán apareciendo apellidos de origen itálico entre los cargos políticos romanos, incluido el Senado.

Italia ya era Roma.

Colaboración de Alberto Lambea Leonar