Aunque todas las construcciones de la Antigüedad que hoy se mantienen en pie, independientemente de su tamaño, merecerían el prefijo de mega sólo por el hecho de mantenerse en pie, hoy os hablaré de dos de ellas, una civil y otra militar, no muy conocidas y que merecen el calificativo de megaconstrucciones: el túnel de Eupalino y el istmo artificial de Tiro.

Túnel de Eupalino

Aunque los grandes artistas en lo referente a la canalización y el transporte del agua fueron los romanos, los griegos también demostraron que, cuando se ponían, hacían de la necesidad virtud. Prueba de ello, y que a fecha de hoy se puede visitar, es el túnel de Eupalino o de Samos construido en el siglo VI a.C.

Ante la escasez de lluvias y las dificultades en el suministro de agua en Samos, el tirano Polícrates estudió las diferentes propuestas de sus paisanos para remediar aquel grave problema. No le llevó mucho tiempo, porque sobre la mesa no tenía ninguna. Así que, tuvo que ser un extranjero, Eupalino de Megara, el que ofreciese una solución: traer el agua de los manantiales del otro extremo de la isla mediante un acueducto de más de 2000 metros de longitud, atravesando el monte Krasto con un túnel de más de 1000 metros, una obra de ingeniería digna de figurar entre los maravillas del Mundo Antiguo. Un proyecto tan complejo como ingenioso que, al ser la única opción, se convirtió en la mejor. El proyecto de Eupalino consistía en perforar la base del monte de más de 300 metros de altura desde dos frentes opuestos para unirse en el centro tras excavar el túnel de más de 1.000 metros. Realmente no fue un sólo túnel, sino dos: el superior y horizontal excavado directamente en la roca de casi 2 metros de alto por 2 de ancho por el que se movían fácilmente los esclavos y desde donde trabajaban; y otro inferior, construido desde el primero, con una pequeña pendiente por donde se canalizaría el agua. Si la obra de ingeniería ya era harto compleja, qué decir de la dificultad que entrañaba hacer coincidir en un punto a los trabajadores que perforaban en direcciones opuestas… pues fue casi milimétrico, ya que lo hicieron con una desviación de apenas 60 centímetros. Con la obra terminada, tras 10 años de trabajos, Polícrates tenía una ciudad abastecida de agua incluso en el caso de un supuesto asedio y, además, el túnel superior podía servir como vía de escape.

Todavía tiene más mérito esta obra si comparamos las tuneladoras que hoy rediseñan la orografía de nuestro planeta con los útiles de hierro, el sudor y la sangre que emplearon los esclavos de Samos. Para poder partir las rocas con las que se encontraban, Eupalino se sirvió de arietes como los utilizados para derribar puertas y murallas. También echaron mano de los métodos que siglos más tarde ayudarían al gran Aníbal a atravesar los Alpes: calentar las rocas con hogueras y apagarlas bruscamente con agua para resquebrajarlas o verter vinagre caliente para debilitarlas -eficaz si son piedras calizas-.

Itsmo artificial de Tiro.

Uno de los más grandes conquistadores y estrategas de la historia fue Alejandro Magno, pero para tomar Tiro tuvo que echarle mucha imaginación. La ciudad de Tiro, situada en el actual Líbano, era una de las mayores ciudad-estado fenicias -unos 40.000 habitantes-, con la particularidad de que tenía frente a ella una isla fortificada con murallas de más de 40 metros y dos puertos naturales.

En 332 a.C., Alejandro tomó la parte de la ciudad situada en el continente, pero no pudo hacer lo mismo con la parte insular al no disponer de una flota suficiente para asaltarla. Ante la imposibilidad de hacerlo por mar, decidió hacerlo por tierra… pero era una isla. Ordenó construir un espigón de piedra y tierra que uniese el continente con la isla para cubrir los 700 metros que los separaban. Cuando comenzó la obra de ingeniería, desde la parte continental fue mucho más fácil por la poca profundidad y la distancia con las murallas enemigas, pero cuando el espigón fue tomando forma la profundidad aumentó bruscamente y, además, los enemigos ya tenía a su alcance a los macedonios. Para proteger a los trabajadores se construyeron dos torres en la parte más avanzada del espigón desde las que se hostigaba constantemente a los tirios. Éstos, que para cada idea de Alejandro tenían una solución, cargaron un viejo barco con todo tipo de materiales inflamables y lo lanzaron a modo de brulote contra las torres para posteriormente, con flechas, prender fuego al barco y a las torres. Ante aquella pérdida y cuando ya no tenían más soluciones, una flota de más de 200 barcos se presentaron para sitiar Tiro. Ahora la flota de Alejandro podía proteger la construcción del espigón, aún así el ingenio de los tirios fue retrasando la obra.

Seis meses después, el espigón estaban terminado y las armas de asedio, situadas sobre el istmo artificial, consiguieron acercarse para atacar las murallas. A la vez, y después de haber bloqueado a la flota tiria, también se atacó desde el mar. Cuando las murallas se vinieron abajo, la ciudad cayó rápidamente. A pesar de que Alejandro admiraba la valentía e ingenio de los tirios, debía castigarlos como aviso a otras ciudades. Frente a los 8.000 tirios muertos y los 30.000 vendidos como esclavos, Alejandro sólo perdió a 400 hombres.