Hace unos días, llenaba los medios de comunicación la noticia de que el Reloj del Juicio Final se había adelantado treinta segundos debido, entre otros factores, al resurgimiento de los nacionalismos, al escepticismo de Donald Trump hacia el cambio climático y a sus comentarios sobre la proliferación de armas nucleares. Ahora mismo, la hora marcada es 23:57:30. Únicamente quedarían dos minutos y medio para el Apocalipsis, cuando el reloj alcance la medianoche. Así que, tratándose del posible fin del mundo, habría que preguntarse ¿cuál es su origen de este reloj? ¿Cuál es su función? ¿Qué acontecimientos históricos han propiciado que estemos más cerca que nunca del final?

En diciembre de 1945 se publicó por primera vez el Bulletin of the Atomics Scientists of Chicago. Su principal editor era Eugene Rabinowitz, un emigrante ruso que formó parte del Proyecto Manhattan en Chicago, que, al igual que los demás miembros integrantes del comité que han estado o están -como Albert Einstein o Stephen Hawking-, quería que el mundo comprendiese los beneficios de la ciencia en general y de la energía atómica en particular, y que a la vez fuese consciente del peligro que entrañaba esta última.

Aunque en un principio el boletín tenía una tirada muy pequeña, en 1947 se convirtió en una revista de tirada nacional. El Reloj del Juicio Final «apareció» en la portada de junio de 1947, diseñada por Martyl Langsdorf, esposa de Alexander Langsdor, uno de los físicos que también había trabajado en el Proyecto Manhattan.

Cubriendo toda la portada aparecía el último cuarto de un reloj que indicaba que solo quedaban siete minutos para la medianoche. Con ello, la intención de Martyl era dejar un espacio para los futuros movimientos de la manecilla que estaban por venir dependiendo del contexto histórico y los avances en armamento nuclear. Hoy en día, para el avance o el retroceso de las manecillas se tienen en cuenta los peligros que representan las nucleares y otras armas de destrucción masiva , el cambio climático, las enfermedades y las tecnologías emergentes.

El primer movimiento llegó en 1949, momento en el que Estados Unidos tuvo evidencias de las explosiones atómicas que la URSS estaba llevando a cabo. En respuesta, los científicos adelantaron el reloj, quedaban tres minutos para medianoche. Aunque pareciera imposible, los nuevos artefactos nucleares que se estaban probando eran aún más poderosos que los lanzados por Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial.

El 31 de octubre de 1952 los estadounidenses detonaron la primera bomba termo nuclear: Ivy Mike. En poco menos de un año los rusos contestaron creando un dispositivo de las mismas características. En el número de la revista publicado en septiembre de 1953 las manecillas indicaban que quedaban dos minutos para medianoche.

Después de unos años tranquilos y tropicales llegó el controvertido 1956 y con él la crisis del canal de Suez. Unos años antes, en el Egipto de 1952 un golpe de estado liderado por Gamal Abdel Nasser derrocó al por entonces rey egipcio Faruk. La nueva autoridad compró armas nucleares a los soviéticos en 1955, expulsó a las fuerzas militares británicas del país y apoyó a los rebeldes argelinos en su lucha por conseguir la independencia de Francia. Nasser estaba jugando con fuego. Sin embargo, todo le parecía poco y decidió nacionalizar el canal de Suez -una vía de comunicación esencial en el comercio internacional que estaba controlada por una empresa anglofrancesa- como represalia sobre Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña por no haberle ayudado en su levantamiento años atrás. Algunos historiadores creen que lo único que buscaba Nasser era demostrar su independencia de las colonias europeas. ¿Cómo reaccionó Estados Unidos teniendo en cuenta su política intervencionista de aquellos años? El presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower quiso evitar en todo momento un enfrentamiento militar, no quería que la URSS se aprovechara de la situación y sacara algún tipo de ganancia política o económica de esta crisis. Aunque la guerra terminó estallando, Eisenhower consiguió un alto el fuego de las Naciones Unidas. Eso sí, los soviéticos no pasaron la oportunidad de sacar las uñas con su intervención en la contienda y de amenazar a Londres y París con su armamento atómico. Con la solución del conflicto, El Reloj del Juicio Final se daba un respiro, al menos por el momento. Siete minutos para medianoche.

Una nueva confrontación entre Washington y Moscú a principios de los años 60 debido a la presencia de misiles soviéticos en la isla de Cuba puso al mundo en alerta, aunque apenas tuvo efecto en nuestro curioso reloj ¿Por qué? Fue un periodo intenso pero muy corto, los rusos pronto retiraron los misiles. Además, la crisis de los misiles tuvo un resultado positivo, las dos superpotencias se esforzaron en resolver sus diferencias. Tal fue así que tras varios años de negociaciones, en 1963 firmaron, por fin, el Tratado de la Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares. En él se prohibían todas las pruebas de explosiones nucleares, exceptuando las realizadas bajo tierra. La tensión se había rebajado y se reflejaba en el reloj: doce minutos para medianoche.

La calma iba a durar poco tiempo, en 1964 China detonaba su primera bomba atómica -éramos pocos y parió la abuela-. Ahora eran cinco las naciones con bomba atómica: Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China. Este fue solo el primer plato de aquellos maravillosos años 60. En ese mismo año, los estadounidenses entraron en la fatídica guerra de Vietnam. Un año después, India y Pakistán se enfrentaron y en 1967 Israel entró en guerra contra Jordania, Siria y Egipto. De este cóctel de tensiones, crisis y enfrentamientos no podían salir San Franciscos ni Margaritas. La cooperación internacional que se había vislumbrado había dado paso a una anarquía casi total. No quedó más remedio: en 1968 quedaban, de nuevo, siete minutos para medianoche.

En 1974 India detonó un artefacto nuclear, el Reloj se adelantó un minuto. Cinco años después, en 1979, la URSS envió tropas a Afganistán con la intención de armar y apoyar un gobierno «pre-soviético», lo que provocó que las relaciones entre las dos potencias mundiales se enfriaran.
En 1980 Ronald Reagan era elegido nuevo presidente de los Estados Unidos y después de las últimas acciones llevadas a cabo por los soviéticos creyó que los acuerdos SALT no iban a buen puerto. La única manera de acabar con la Guerra Fría era destruyendo a la URSS: los estadounidenses, vulnerando los últimos tratados firmados, pusieron en marcha la Iniciativa de Defensa Estratégica o «guerra de las galaxias». Reagan exigió que se trabajara en crear una defensa antimisiles con el propósito de defender el país. Después de la decisión tomada por el Presidente americano quedaban tres minutos para medianoche. Por su parte, la URSS que se encontraba bajo el gobierno de Gorbachov no estaba pasando por su mejor momento, la economía soviética estaba en caída libre y les resultaba imposible seguir el ritmo de los americanos en la carrera armamentística.
Ronald Reagan fue reelegido en 1984. Resulta notable el cambio de política que decide realizar respecto a las relaciones con Moscú. Si apenas unos meses atrás se había mostrado distante y reacio a cualquier tipo de consenso, en 1987, rompiendo los esquemas de todo el mundo, rusos y estadounidenses llegaron a un acuerdo sobre el uso y la fabricación de armas. El reloj retrocedió hasta los seis minutos.

Los 80 estaban destinados a tener un final feliz, y así fue. En 1989 caía el muro de Berlín, el símbolo de la Guerra Fría por excelencia. El mundo estaba cambiando, se abría una nueva etapa y el Reloj del Juicio Final debía hacer lo mismo. Su diseño se renovó, las manecillas pasaron a estar situadas en el centro del mundo. En abril de 1990 marcaba diez minutos para medianoche. Entre 1989 y 1991 ocurrieron una serie de sucesos que, junto a la caída del muro, propiciaron el final de la Guerra Fría; los soviéticos, después de diez años de ocupación abandonaron Afganistán, el Pacto de Varsovia fue disuelto, los regímenes comunistas de Europa del Este desaparecieron y la URSS se desintegró con la dimisión de Gorbachov el 25 de diciembre de 1991. Nunca hemos vuelto a respirar tan tranquilos como entonces… diecisiete minutos para medianoche.

En 1995 los científicos responsables del Relojo y otros especialistas -muchos de ellos premios Nobel- decidieron adelantar el reloj tres minutos. Creían que el peligro seguía latente y no se equivocaron. En 1998 tanto India como Pakistán realizaron pruebas detonando artefactos nucleares. Estados Unidos reaccionó imponiéndoles una serie de sanciones pero aun así, el reloj actuó. Nueve minutos para el Apocalipsis. Si recordáis, no se había adelantado tantos minutos desde 1968.

11 de septiembre de 2001. Alrededor de 2.800 personas mueren en el atentado de las torres gemelas. Pese a las críticas y al desconcierto del mundo, las manecillas no actuaron inmediatamente ¿Qué consecuencias tendría la acción terrorista? Cuando en los meses siguientes Estados Unidos lideró en 2003 la guerra de Iraq, el reloj se paró en los siete minutos para medianoche.

En 2007 nuestro Swatch particular, que no daba tregua, volvió a avanzar debido a las escasas medidas que los gobiernos de todo el mundo estaban llevando a cabo para frenar el cambio climático y por los intentos de Irán y Corea por convertirse en potencias nucleares. Cinco minutos para medianoche.

Durante unos años el reloj se mantuvo intacto, hasta que Llegó 2015 y se avanzó hasta los tres minutos para la medianoche. Los científicos justificaron su decisión basándose en el escaso control de las acciones del hombre sobre la naturaleza, el calentamiento global y a la inversión en dispositivos nucleares de países como Pakistán o Israel.

Hasta hoy, febrero de 2017. Después de este viaje ¿cuál creéis que es la verdadera función del Reloj del Apocalipsis? ¿Representa acaso la vulnerabilidad de la sociedad? Yo lo veo como un mecanismo de advertencia «público». Nos avisa que las decisiones tomadas y el camino escogido no es ni el mejor, ni el más correcto. Es un método de prevención que invita a reflexionar sobre lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Nos da la oportunidad de actuar a tiempo y cambiar el curso de la historia, poder que, al parecer, está al alcance de muy pocos.

Colaboración de Ruth Martín