Si San Pedro fue la piedra sobre la que se edificó la Iglesia, a Constantino I el Grande se le podría considerar el arquitecto y, sobre todo, el que financió la construcción de la Iglesia. Tras la celebración del Concilio de Nicea (hoy Iznik, Turquía) en 325, se sentaron las bases y la estructura de la nueva Iglesia; además, y como si fuera la herencia millonaria de un tío lejano que se fue a hacer las Américas, recibió la Constitutum domini Constantini imperatoris (Donación de Constantino)…
el Papa [en este momento Silvestre I], como sucesor de San Pedro, tiene la primacía sobre los cuatro Patriarcas de Antioquía, Alejandría, Constantinopla, y Jerusalén, también sobre todos los Obispos en el mundo. La basílica de Lateran en Roma, construida por Constantino, mandará sobre todas las iglesias como cabecera, igualmente las iglesias de San Pedro y San Pablo serán dotadas de ricas posesiones. Los principales eclesiásticos romanos quienes también pueden recibirse como senadores, obtendrán los mismos honores y distinciones que éstos […] El Papa disfrutará los mismos derechos honorarios que el emperador, entre ellos, el de llevar una corona imperial, una capa purpúrea y túnica, y en general toda insignia imperial o señales de distinción […] El emperador obsequia al Papa y a sus sucesores con el palacio de Letrán de Roma, como se ha dicho, como todas las provincias, lugares y ciudades de Roma y de Italia o de las regiones occidentales […] El emperador ha establecido para sí, en el Este, una nueva capital que lleva su nombre, y allá trasladará su gobierno, porque es inoportuno que un emperador secular tenga poder donde Dios ha establecido la residencia de la cabeza de la religión cristiana […] El documento, concluye con maldiciones contra todos los que se atrevan a violar estas dádivas y con la certidumbre que el emperador las ha firmado con su propia mano y las ha puesto en la tumba de San Pedro.
Un detalle lo de llevarse la capital del Imperio a Constantinopla para no mezclar el poder temporal y el celestial. Este documento, que certificaba el poder espiritual sobre toda la Cristiandad y el temporal sobre ciertos territorios, fue utilizado por los Papas durante toda la Edad Media en los múltiples charcos en los que la Iglesia se metía por conflictos territoriales. Hasta que en el siglo XV se descubrió el pastel… era más falso que Judas. Además, un año más tarde, Constantino tuvo que emitir un edicto en el que se limitaba el acceso de los ricos y nobles a los puestos eclesiásticos, ya que sólo buscaban relevancia social y, sobre todo, la exención de ciertos impuestos que la Donación de Constantino concedía a los clérigos.
En 337 fallecía Constantino y sus hijos se repartían el Imperio: Constantino II recibía Britania, Galia e Hispania; Constante reinó sobre Italia, África y las provincias ilíricas, quedando para Constancio Constantinopla y todo Oriente. Años más tarde, Constancio volvía a unificar el Imperio. Siguiendo la política de su padre, y tratando de favorecer a la Iglesia cristiana, proclamó nuevas medidas en las que se otorgaba al clero el uso gratuito del transporte para viajes oficiales (concilios, sínodos…) -hecha la ley, hecha la trampa-. Aquello se convirtió en un cachondeo y el clero convertía en oficiales todos los viajes. Constancio decidió atajar el problema, pero sacándole partido. Se modificó el decreto y ahora debía ser el propio Emperador el que diese el carácter de «oficial» al viaje y, por tanto, si era gratis. Lo que hizo fue aprobar sólo los estrictamente oficiales y, además, sólo de los miembros del clero que eran partidarios de su política. Si a esto añadimos que la clerecía no debía estar por la labor de pagar los gastos de transporte, el caso es que con esta sutil medida el Emperador, aún sin estar presente, influía en las decisiones que se tomaban en los concilios o sínodos.
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La Iglesia oficial andaba crecida, con la moral muy alta.
Un saludo.
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Artículo genial, como todos.
Gracias Julio