Roma está llena de ruinas de los antiguos edificios de la ciudad de los Césares. El tiempo ha hecho estragos y de la mayor urbe de la antigüedad, por lo general, sólo quedan eso, ruinas. Si uno visita el Museo della Civiltà Romana y observa la increíble maqueta de la ciudad imperial en época de Constantino creada por orden de Mussolini para una exposición sobre Augusto en 1937, se dará cuenta de la increíble cantidad de piedra que acumulaba la ciudad en sus edificios y monumentos que, según los estudiosos, sobrepasaba el millón de habitantes. Una cifra discreta hoy día para una capital, pero que entonces era una auténtica barbaridad.

Tras observar la maqueta, saldremos tristes y melancólicos del museo ante la cruda realidad: se ha destruido muchísimo más de lo que queda en pie. Lo que nos lleva a preguntarnos, ¿por qué se destruyeron tantos edificios? y ¿qué ha sido de toda esa piedra? Intentaremos en este artículo responder brevemente a estas cuestiones.

Maqueta Roma

El Edicto de Tesalónica de 380 d.C. del emperador Teodosio hizo del cristianismo la única religión oficial del Imperio romano. Este hecho fue fundamental para que los templos dedicados a los dioses romanos, ahora denominados paganos, perdiesen su valor primordial y su utilidad para la sociedad de la época y del futuro. La religión dominante desde entonces, el cristianismo, nunca gustó de esta tipología de templo, sino que se decantó por la basílica romana, más acorde a sus rituales. Y lo mismo podemos decir sobre las estatuas de dioses y personajes de la antigua Roma que jalonaban la ciudad, ya no valían para nada y además eran paganos. Es curioso el caso de la estatua ecuestre de Marco Aurelio en la plaza del Campidoglio; se cuenta que no se destruyó porque se pensaba que representaba a Constantino, el primer emperador cristiano.

La mayoría de los acueductos dejaron de llevar la valiosa agua a la ciudad del Tíber. Alguno fue destruido a propósito por grupos de bárbaros que iban a la Roma post imperial en busca de riquezas y para forzar a la población a rendirse. Los que quedaron en pie, también dejaron de transportar agua porque un acueducto necesita constantes medidas limpieza y adecuación, un nivel de organización y dinero a invertir que ya habían desaparecido –más piedra disponible-. Debido a este nuevo déficit de agua en la Roma ya altomedieval, una de las tipologías arquitectónicas más famosas de la antigua Roma perdía también su uso. Me refiero a las termas. Gigantescos estructuras de ladrillo o cemento que ahora no servían para nada, pero que estaban recubiertos con materiales muy preciados. La Cloaca Máxima sufrió el mismo abandono, se cegó y anegó todo el valle del Foro Romano, quedando todos los monumentos bajo una gran capa de barro, lo que ayudó sin duda a su conservación. La zona pasó en pocos siglos de ser el centro gobernador del gran Imperio romano a convertirse en lugar de pasto para ganado., el “Campo Vaccino”. Además, hemos de añadir los terremotos que echaron abajo otros edificios, como por ejemplo una parte del Coliseo.

¿Dónde quiero ir a parar? Si tantos edificios fueron destruidos o dejaron de servir, y no se les proporcionó nuevas funciones, con el tiempo desaparecerán de una forma u otra. Estas construcciones fueron utilizadas como canteras para futuras edificaciones. Eran materiales caros y difíciles de extraer, labrar y transportar; pero ese trabajo, el más caro y complicado ya estaba hecho, lo habían realizado los antiguos romanos. Ahora esas estatuas y construcciones varias serían desmanteladas junto a todos los elementos que lo conformaban (piedras, maderas, clavos de metal…) y serían reutilizados para nuevos fines. Los sillares irían directamente a parar a hornos donde se fundían para la creación de cal viva, que a su vez serviría para crear argamasa para las nuevas construcciones. Esta forma de destrucción del patrimonio antiguo es sin duda la más trágica, ya que hacía desaparecer físicamente el material, muchas veces con epigrafía, relieves… Al menos, los sillares o columnas reutilizadas directamente en palacios, iglesias o incluso casas, siguen a la vista.

Las columnas de mármoles de colores, llegadas de todos los puntos del imperio, colocadas por ejemplo en el pórtico de un viejo templo, servirían perfectamente para separar las naves de las nuevas iglesias cristianas de planta basilical. Es decir, se reutilizaron o acarrearon, por utilizar el término preciso, sin perder la función de columna. La gran multitud de iglesias medievales de Roma, (las de torre de ladrillo dividida en pisos con ventanas en cada uno), son un espectáculo. Podemos encontrar en una misma columnata, una con el fuste liso, otra acanalada, otra con capitel corintio, otra sin capitel, otra con capitel jónico, una más corta que las demás por lo que han tenido que calzarla, otra con basa… e incluso columnas de diversos materiales, colores y grosores. Estas son las iglesias en las que los Cosma decoraron los suelos con mosaicos de estilo “cosmatesco”. Para la realización de estos mosaicos, se acarrearon también materiales antiguos, tratándose en este caso de una manera muy ingeniosa y novedosa de reutilización.

Iglesia de María en Cosmedin

Esta labor destructora duraría, con intervalos de mayor o menor intensidad, hasta el siglo XVII. El punto culminante de mayor ferocidad destructiva, no es como comúnmente se cree durante la Edad Media, sino en el siglo XV,  en pleno Renacimiento. La vuelta a la cultura clásica. Es algo difícil de digerir, pero así fue. Según Jürgen Sorges en el libro Roma. Arte y Arquitectura, «el papa Nicolás V (1447-55), permitió que en un solo año se llevaran 2300 cargamentos de bloques de travertino y mármol del Coliseo. Además saqueó el Circo Máximo y el templo de Venus y Roma…” Sorges en el mismo texto cita al Papa Pío II: “Tu pueblo arranca el mármol de los viejos muros y hace de la valiosa piedra una cal de pobre destino. Si esta profanación continúa durante otros tres siglos, no quedará rastro alguno de estas nobles piedras”. Este Papa dio la voz de alarma y legisló con una bula de 1462 para la protección de los monumentos. Pero ahí no acabó la destrucción, el siguiente Papa derogó la bula y en el siglo XVI volvemos a escuchar voces en favor de la protección, como fue la del pintor Rafael. En pleno siglo XVII, durante el pontificado de Maffeo Barberini, Papa con el nombre de Urbano VIII (1626-44), encontramos uno de los últimos expolios y el más famoso, cuando ordenó arrancar unas placas de bronce del Panteón, y con ese metal Bernini crearía el baldaquino de San Pedro. Una coplilla surgiría en Roma tras los hechos: “lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini”.

Pese a las continuas destrucciones, desde el siglo XVI comenzó la fiebre coleccionista de obras clásicas, produciéndose así las primeras excavaciones arqueológicas en búsqueda de vestigios para colecciones tanto privadas como públicas. Además, encontramos otros curiosos usos a posteriori dados a antiguos monumentos romanos. En primer lugar, la reutilización de los antiguos espacios, como el Panteón reconvertido en Iglesia en el siglo VII y de ahí su conservación intacta o las antiguas Termas de Diocleciano, también transformadas en Iglesia de Santa María degli Angeli por Miguel Ángel. Sin embargo, lo más común era servir de cimientos para construcciones modernas. Casi todas las iglesias los tienen, ya que muchas solían construirse sobre templo, por ejemplo, el nombre de la iglesia de Santa María sopra (sobre) Minerva lo deja bastante claro. El trazado del teatro de Pompeyo se conserva en el urbanismo actual, y todos los restaurantes de la zona se vanaglorian de poseer “cuevas” pertenecientes al viejo teatro. No son cuevas, sino parte del teatro propiamente que han quedado por debajo de las construcciones de hoy día. En el número 49 de Piazza Navona, y si uno encuentra abierto el portal ya que es un edificio de viviendas, en el rellano se pueden ver los restos del antiguo estadio de Domiciano, que también son visibles desde la plaza trasera Piazza di Tor Sanguigna. En la iglesia de San Lorenzo in Lucina, parte de su enlosado pertenecía al gigantesco reloj de sol (donde se proyectaba la sombra) construido por Augusto en el Campo Marzio, y el obelisco encargado de proyectar la sombra para conocer la hora se encuentra la vecina Piazza di Montecitorio. El arco de Constantino serviría como parte de una fortificación, al igual que el circo Máximo. El teatro de Marcello se convirtió en el palacio de los Savelli, remodelado por Peruzzi, un afamado arquitecto del siglo XVI. Mantuvo los dos primeros pisos de la fachada del teatro y en el tercero realizó una fachada con ventanas. El mausoleo del emperador Adriano, se fue fortificando por los papas durante la Edad Media y el Renacimiento y hoy día lo conocemos como el Castillo de Sant`Angelo. Para imaginar cómo sería el original mausoleo de Adriano, basta ir a ver el de Augusto, que seguía la misma tipología. Para finalizar, un último caso más y quizá el más conocido, el de una tapa de alcantarilla convertida en atracción turística con dotes adivinatorias, la Bocca de la Verità.

Roma es una ciudad fascinante. Son muchas ciudades en una: la Roma que vemos, la Roma que no vemos a primera vista pero que se encuentra oculta y la Roma que ha desaparecido.

Colaboración de Rafael Heranz.

Fuentes e imágenes: Roma, arte y arquitectura – Hintzen-Bohlen, B. AzinItaly