Se dice que está en Babia aquel que se encuentra distraído, embobado en sus pensamientos y ajeno a lo que se dice o trata en su derredor y también del que se halla en un estado de suspensión psicológica en el que todo lo ajeno le resulta muy ajeno.

Sobre el origen de la frase hecha se manejan dos versiones. La primera haría referencia a una corrupción lingüística de baba, en alusión a lo lunáticos y bobos a los que la saliva espesa solía caérsele a borbotones por las comisuras de los labios. La segunda, más plausible y digna de mayor crédito por parte de lingüistas y estudiosos refraneros, pone el acento en la comarca leonesa de Babia que en su norte limita con cuatro concejos asturianos. Parece ser que su buena situación, la belleza de su paisaje, la abundancia de caza y la pacífica nobleza de sus gentes movió a los reyes leoneses a elegirla como lugar privilegiado para sus reposos veraniegos; predilección en la que, por otra parte, ya habían sido precedidos por las ovejas trashumantes. Cuando algún noble poco informado preguntaba por el monarca al servicio de guardia en la corte y éste respondía que hallábase en Babia, el interpelante daba por hecho que su graciosa o no tan graciosa majestad no estaba para nada ni quería saber cosa alguna que pudiera alterar su estado de stand by o como quiera que se dijera en astur-leonés.

Babia

Babia y paraíso del dolce far niente pasaron a ser sinónimos y el uso fraseológico se fue extendiendo hasta llegar a la acepción que hoy nos es más familiar. Lo cierto es que en la comarca, además de la belleza natural y la riqueza floro-faunística que desde 2004 le ha supuesto la consideración UNESCO de reserva natural de la biosfera, hay una gastronomía que predispone y mucho al nirvana de cristiano viejo. La coquinaria babiana o babieca es sobre todo de cuchara, producto y potencia. Las tradicionales ollas, de lenteja babiana, garbanzo o arvejo, que es guisante seco, se han sublimado en el cocido montañés de garbanzos, puerro, cecina, chorizo, carne de vaca, tocino y morcilla, mientras que la carne de oveja merina se convierte en caldereta, frite, lechazo al horno o chanfaina, a base esta última de migas, sangre y menudillos de cordero. Los ríos dejan alguna trucha y en los bosques que cercan el pastizal se refugia la exquisita seta de san Jorge, pero llegados a la carne-carne, además de la singular riqueza de embutidos con la cecina a la cabeza, brilla con luz propia el filetón de potro o caballo hispano-bretón. Para las meriendas, merendillas y merendolas, bollo baviano, que es hogaza de pan preñada de jamón, lacón, chorizo, morcilla y lomo, y los frisuelos acompañados de humeante chocolate a la taza. En el capítulo de postres y goloseos, sequillos, jenaritos y la colosal tarta babiana, regado todo ello con licor artesanal de arándanos, guindas o endrinos… y claro, así se queda en Babia el ánimo más templado.

Colaboración de Miguel Ángel Almodóvar