Algo que, a fecha de hoy, tendría fácil explicación con la fecundación in vitro, en el siglo XVII – supongo que para «limpiar» la deshonra de alguna pobre mujer -ya tenía su explicación «científica».

Partiremos de una teoría biológica de la época: el preformacionismo. Esta teoría defendía que el desarrollo de un embrión no es más que el crecimiento de un organismo que estaba ya preformado (homúnculo). Los partidarios de esta teoría se dividían en dos grupos: aquellos que defendían que el animal preformado se encontraba en el óvulo (ovismo) y los que defendía que se encontraba en el esperma (animaculismo o espermismo).

Nos quedaremos, para la explicación de los embarazos sin sexo, con esta última. Uno de los defensores de esta corriente fue Nicolaas Hartsoeker que en Essai de dioptrique (1694) publicó una representación del espermismo:

Homúnculo

Aunque a mi me gusta más ésta de la película «Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar» de Woody Allen:

Pero esta teoría tenía un «gran laguna moral«: al estar los humanos ya preformados dentro de los espermatozoides, ya que el óvulo sólo es el habitáculo donde crece, ¿qué pasaba con todos los espermatozoides/humanos que no llegaban al óvulo en cada eyaculación? ¿Fallecían?. Menos mal que apareció el filósofo y matemático alemán Gottfried Leibniz que, con su teoría de la panspermia, podía explicarlo. Según esta teoría los espermatozoides no fallecen o, mejor dicho, no se pierden, sino que son llevados por el viento hasta que encuentran una mujer a la que fecundar. Así que, cerrad las ventanas y cubríos con varios refajos

John Hill, botánico inglés, mofándose de estas teoría y para echar por tierra estos argumentos, propuso que se promulgara un edicto en el que se prohibiera la copulación en Inglaterra durante un año para ver cuántos embarazos se producían.

Fuente: The Incredible Shrinking Man, Belogue, Historia de la Ciencia sin los trozos aburridos – Ian Crofton
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