Nuestro archienemigo de hoy es uno de los máximos exponentes de su época, un nombre que ha trascendido su tiempo y que fue sinónimo de terror durante años. No fue tan malo como nos ha llegado, fue un hombre de su tiempo, cruel y pragmático como lo fueron sus adversarios, y no dado a los desmanes o violencias gratuitas que se le atribuyen. Hay que tener en cuenta que esta etnia seguía siendo pagana en un reciente Imperio Romano cristiano, quizá por ello se ganó el apelativo de “Azote de Dios”. Así era según Prisco:
Corto de estatura, de ancho pecho y cabeza grande; sus ojos eran pequeños, su barba fina y salpicada de canas; y tenía la nariz chata y la tez morena, mostrando la evidencia de su origen.
Atila, hijo de Munzuk, era huno, los belicosos Xiongnu de Oriente, un pueblo asiático, ganadero y nómada, que por problemas migratorios y sociales acabó recorriendo miles de kilómetros entre su Mongolia natal hasta los límites del Imperio Romano en busca de tierras y tribus a las que exprimir y someter. Como nómadas empedernidos que eran, no pretendieron nunca crear un Imperio formal al uso como el de China o Roma, sus vecinos sedentarios, sino vivir como jinetes sin techo, bajo el cielo estrellado, rapiñando y viviendo cada día como si fuese el último. Quizá por ello los logros de Atila fueron tan efímeros como el viento que les acompañaba…
No se sabe con certeza la fecha de nacimiento de Atila, pero fue a finales del siglo IV o principios del V de nuestra era en un lugar indeterminado de la planicie danubiana, probablemente la actual Hungría. Lo que sí que se sabe es que en el 432 las diversas tribus hunas se unificaron bajo un único caudillo, Rua, el tío de Atila. A la muerte de éste en el 435, Bleda y Atila, los dos sobrinos del caudillo finado, quedaron como regentes de aquel embrión de nación. Sucedió en un momento crítico. Una embajada de Teodosio II, el emperador de Oriente, estaba negociando con los hunos la devolución de los rehenes romanos. Los hunos sacaron tajada de la debilidad romana, consiguiendo un tributo de 350 libras de oro anuales (cerca de 115 K.) Este equilibrio duró cinco años, tiempo que utilizó Teodosio para fortificar las defensas de Constantinopla. Acertó.
En el 440, después de una infructuosa campaña en Armenia conjurada por el reino persa, los dos hermanos se plantaron frente a Constantinopla aduciendo la vana excusa que el obispo de Margus (Požarevac, Servia) había cruzado el Danubio con el propósito de saquear las tumbas de los hunos. En su camino arrasaron Iliria y Moesia, tomando al asalto Margus y Smirnium (Sremska Mitrovica, Servia) Ante la imposibilidad de tomar la capital de Oriente, cerraron un nuevo acuerdo con Teodosio. Fue durante la retirada cuando se produjo la muerte de Bleda, siendo las fuentes imprecisas si Atila tuvo algo que ver en ello. El caso es que en el 445 Atila quedó como amo y señor de los hunos. Dos años después, Atila retomó la campaña oriental, saqueando Moesia a conciencia. Su terrorífica fama comenzó a sobrepasar sus acciones. He aquí un testimonio contemporáneo:
La nación bárbara de los hunos, que habitaba en Tracia, llegó a ser tan grande que más de cien ciudades fueron conquistadas y Constantinopla llegó casi a estar en peligro y la mayoría de los hombres huyeron de ella (…) Y hubo tantos asesinatos y derramamientos de sangre que no se podía contar a los muertos. ¡Ay, que incluso ocuparon iglesias y monasterios y degollaron a monjes y doncellas en gran número!
Callínico, Vida de San Hipatio
Atila reclamó más oro y tierras al otro lado del Danubio para su gente, y con ello tuvo al Imperio de Oriente atrapado durante casi tres años. El historiador contemporáneo Jordanes describió así la extraña corte de Atila, con su bufón de Escitia y su enano mauritano…
Se había preparado una lujosa comida, servida en vajilla de plata, para nosotros y nuestros bárbaros huéspedes, pero Atila no comió más que carne en un plato de madera. En todo lo demás se mostró también templado; su copa era de madera, mientras que al resto de nuestros huéspedes se les ofrecían cálices de oro y plata. Su vestido, igualmente, era muy simple, alardeando sólo de limpieza. La espada que llevaba al costado, los lazos de sus zapatos escitas y la brida de su caballo carecían de adornos, a diferencia de los otros escitas, que llevaban oro o gemas o cualquier otra cosa preciosa
Atila empeñó su juventud en doblegar el Imperio de Oriente, pero tras tantos años de intentos infructuosos se dio cuenta de que tras los muros inexpugnables de Constantinopla se encontraban los ingentes recursos del Oriente romano, menos damnificados que los de su hermano occidental. Quizá por ello, sobre el 450, Atila fijó sus interese en Occidente, a pesar de que quien ostentaba el control real del Imperio no era el pusilánime emperador Valentiniano III, sino Flavio Aecio, quien ha pasado a la Historia como el “último de los romanos”. Aecio, brillante militar, se había codeado entre hunos como rehén y conocía mejor que sus coetáneos las costumbres, virtudes y debilidades de los asiáticos. Gracias a sus “auxiliares” hunos que combatieron a godos y burgundios, Aecio había conseguido su cargo de Magister Militum, más honorífico que práctico. Este delicado equilibrio táctico se fue al traste cuando Honoria, la hermana de Valentiniano, huyendo de un matrimonio de conveniencia le envió su anillo a Atila solicitándole ayuda. El huno tomó dicha propuesta como matrimonial y válida para sus propósitos y envió embajadores a Rávena para reclamar su modesta dote, la mitad del Imperio de Occidente. Valentiniano no aceptó, y sólo la intervención de su madre, Gala Placidia, quien ejercía como verdadera regente del Imperio, evitó que su hermana acabase degollada.
Atila reunió a sus vasallos y cruzó el Rin en el 451, adentrándose en la Galia. Jordanes habla de más de 500.000 hombres entre hunos, gépidos, hérulos, alanos, ostrogodos, escirianos, rugianos y demás pueblos vasallos. La aparición de semejante peligro común hizo que Teodorico I, rey de los visigodos, aceptase la propuesta de Aecio de formar un frente unido contra Atila. La coalición de los pueblos bárbaros más civilizados junto a Roma frente a la horda de Atila provocó una de las batallas más decisivas de todos los tiempos: Los Campos Catalúnicos
Y con aquella amarga retirada se apagó la estrella de Atila. En el 453, tras un banquete en su palacio de la ribera del río Tisza, falleció después de un copioso banquete envuelto en sangre. El historiador Marcelino sostenía que su joven esposa goda, Ildico, lo asesinó, pero es más leyenda que Historia. Sus hombres lamentaron profundamente su muerte, llegando a lacerarse profundamente. Según Jordanes
el más grande de todos los guerreros no había de ser llorado con lamentos de mujer ni con lágrimas, sino con sangre de hombres.
Con su muerte se extinguió el dominio huno. Su hijo Elac acabó enfrentado a sus hermanos Dengizik y Ernakh, perdiendo el control de sus posesiones tras la batalla de Nedao ante sus antiguos vasallos. Atila fue el primer asiático en conmover la vieja Europa, pero no sería el único, pues siglos después otros hombres extraordinarios como Tamerlán o Genghis Kan emularían sus gestas.
Decimoprimera entrega de “Archienemigos de Roma“. Colaboración de Gabriel Castelló.
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Sobre Atila, el de los Hunos. http://fb.me/zNLOK0kk
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Otro interesante pasaje de la historia. Si acaso, siempre me ha inquietado la historia, en la que vamos retratando en general hechos y escenarios en los que tomaron parte nuestros antepasados. Y aunque no todo sea como nos escribieron o como pensamos, debe ser cierto ese adagio que apostilla: «todo se sabe».
Javier, un saludo
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No recuerdo bien, pero alguien sabe si se ha hecho una buena película sobre la vida de Atila. Un abrazo.
Que yo sepa hay dos, un «peplum» de los 60’s bastante flojo y la última de hace unos años, discreta… Este personaje merece una buena peli…
Siempre me he preguntado qué fue lo que le diría el papa León I a Atila para que se diera la vuelta. Creo que nunca se sabrá, pero gracias a eso, Roma sobrevivió unos años más como imperio hasta la llegada de la siguiente horda.
Un saludo 🙂
Pues yo lo único que sabía de este señor es que por donde pasaba no volvía a crecer la hierba! Parece que ni eso era cierto, así que no sabía nada. Ahora se algo más gracias a esta entrada.
Un saludín.
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Tened en cuenta que la imagen idealizada de Atila como «azote de Dios» proviene de la Iglesia. Al nuevo poder espiritual recién instalado le daba igual un emperador romano que un rey bárbaro, siempre y cuando fuesen cristianos y rindiesen pleitesía a Roma. La irrupción de un pagano irredento y más incivilizado que los germanos les vino bien para identificar la «maldad absoluta». Atila no fue más salvaje que cualquier caudillo suevo, alano, franco o vándalo…
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En efecto, todo lo que sabemos de Atila lo escribieron sus enemigos, pero incluso de lo que escribieron sus enemigos se puede deducir que fue un político más inteligente y un gobernante más justo que muchos de sus contemporáneos. Se puede leer «Atila», de Mario Bussagli y «Memorias de Atila» de José Luis Vila San Juan.
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