El Ministerio de Propaganda del Tercer Reich, con Joseph Goebbels al frente, se encargó de difundir y popularizar las ideas del partido nazi entre los alemanes y de atenuar las críticas de la comunidad internacional por el «tratamiento» que daban a los judíos y otras minorías en los campos. En palabras de Goebbels:
No hay necesidad de dialogar con las masas, los eslóganes son mucho más efectivos. Estos actúan en las personas como lo hace el alcohol. La muchedumbre no reacciona como lo haría un hombre, sino como una mujer, sentimental en vez de inteligente. La propaganda es un arte, difícil pero noble, que requiere de genialidad para llevarla a cabo. Los propagandistas más exitosos de la historia han sido Cristo, Mahoma y Buda.
Para ello, Goebbels puso en marcha el proyecto Der Führer schenkt den Juden eine Stadt (El Führer regala una ciudad a los judíos), una película-documental que se rodó en el campo checoslovaco de Theresienstadt, hoy Terezín, para vender la «bondad» de los campos. Este lugar tenía la particularidad de que fue utilizado como una especie de tránsito de los judíos checos que luego eran enviados a los campos de exterminio de Polonia. El guión trataba de vender el campo como un reasentamiento en el que los judíos realizaban sus correspondientes trabajos, cuidaban de sus animales y de sus huertos, tenían talleres de artesanía, biblioteca y consulta médica, iban y venían libremente por el campo, los niños iban al colegio y practicaban deporte… una de las mayores muestras de hipocresía de la historia. Lógicamente, nadie se creyó aquella pantomima. Forzaron la situación al máximo y en junio de 1944 accedieron a que una delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja visitase el lugar. Previamente se hicieron algunos arreglos: para evitar el hacinamiento se envió a un grupo al campo de Auschwitz, los barracones se adecentaron y se pintaron, los judíos que no estaban muy presentables se escondieron, se les instruyó en lo que debían decir y hacer, se representó una obra de teatro infantil, se les permitió caminar libres… otra mascarada. El 3 de mayo de 1945 el control del campo fue transferido por los alemanes a la Cruz Roja y pocos días más tarde, el 8 de mayo de 1945, el Ejército Rojo entraba en Theresienstadt.
El 17 de diciembre de 1942 llegaban al campo Friedl Dicker Brandeis, artista y profesora checa de origen austriaco, y su marido Pavel Brandeis. Simplemente abriendo la maleta de Friedl, habría sido suficiente para comprobar que aquella mujer era especial. Ella había ocupado buena parte de su equipaje en útiles necesarios para pintar y, sobre todo, para seguir enseñando a los niños, al igual que hacía en Praga con los hijos de los refugiados huidos de Alemania. Y allí iba a tener muchos niños huérfanos de padres y de esperanza a los que se iba a dedicar en cuerpo y alma. Con los escasos medios que tenía a su disposición, trató de que aquellas clases de pintura fuesen una especie de terapia para que, aunque solo fuese un momento, los niños olvidasen dónde estaban, que tuviesen un medio para expresar lo que no podían con palabras, algo a lo que aferrarse que les permitiese lidiar con sus sentimientos, estimular su imaginación para hacerlos volar fuera de aquel horror… al igual que haría Roberto Benigni en la película La vida es bella (1997).
Además, también trató de cambiar la atmósfera de aquel oscuro lugar pintando flores en los cristales o ventanas con vistas al mar en las paredes, y siempre utilizando mucho color para alegrar las tristes miradas de los niños. Aun así, ella siempre fue consciente de su destino y del de sus más de seiscientos alumnos, más aun cuando en septiembre de 1944 su esposo fue enviado a Auschwitz. Mientras Pavel estaba a su lado, Friedl se sentía fuerte para seguir adelante, pero su ausencia la dejó sin fuerzas y se presentó voluntaria para el siguiente traslado. Pero antes debía hacer algo: recogió casi cinco mil de aquellos dibujos, pidió a los niños que los firmaran con su nombre y edad, como testimonio de su identidad y existencia, los metió en un par de maletas y los escondió con la esperanza de que algún día el mundo los pudiese conocer. El 6 de octubre de 1944 Friedl y 60 de sus estudiantes fueron enviados a Auschwitz. A los pocos días de su llegada, varios de los niños y Friedl, con 46 años, morían en las cámaras de gas. Gracias a su marido, que logró sobrevivir, y a los dibujos escondidos en las maletas, su legado y el de aquellos niños no se perdió. De hecho, esta colección de estampas de la barbarie, el horror y, también, de la esperanza, que se pueden contemplar hoy en día en el Museo Judío de Praga, se utilizó como prueba en los juicios de Núremberg. La mayoría de aquellos niños murieron, pero algunos de los que lograron sobrevivir siguieron pintando y también fueron grandes artistas, como Ella Liebermann o Helga Weissová.
Eva Dorian, una superviviente, dijo de su amada maestra:
Creo que lo que ella quería de nosotros no estaba directamente relacionado con el dibujo, sino con un medio de expresar nuestros sentimientos, de liberar nuestros miedos… fueron lecciones de vida y esperanza.
Fuente: Ni tontas ni locas
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