Los kamikaze, los tristemente famosos pilotos suicidas que empleó el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial, son de sobra conocidos para el gran público. Hoy vamos a contar una historia algo menos conocida, que aún hoy sigue estando envuelta en el misterio y la controversia. Setenta años después, no termina de saberse a ciencia cierta qué ocurrió realmente. Hablamos de la última misión de vuelo kamikaze de la guerra que, para colmo del despropósito, tuvo lugar precisamente horas después de que Japón anunciara su rendición el 15 de agosto de 1945. El último kamikaze fue, ironías de la Historia, el mismo hombre que había enviado a la muerte a decenas de jóvenes en otras tantas misiones sin retorno. El comandante en jefe del brazo aéreo de la Marina del sol naciente, el vicealmirante Matome Ugaki.
Graduado con honores en la Academia Naval Imperial en 1912, Ugaki formaba parte de la élite de la oficialidad de la Armada nipona. Antes de estallar la guerra contra EE.UU. había comandado el crucero Yakumo y el acorazado Hyuga. Una vez desatadas las hostilidades en el Pacífico, sirvió como segundo al mando del legendario almirante Yamamoto, el hombre que lideró el asalto a Pearl Harbor. Ascendido a vicealmirante en 1942, Ugaki viajaba junto al propio Yamamoto el fatídico día en que el avión que los transportaba fue derribado por cazas americanos sobre la isla de Bouganville. La Armada imperial perdió aquel día a su estratega más brillante, pero Ugaki, milagrosamente, logró salir con vida. Fue uno de los tres únicos supervivientes del desastre. Si la suerte hubiese querido que fuese su avión y no el de Yamamoto el que reventara en mil pedazos, el destino de Japón en lo que quedaba de guerra probablemente hubiese sido diferente. Muy diferente.
Porque Ugaki, una vez recuperado de sus heridas y tras esquivar a la muerte una vez más en la debacle de la flota nipona en el golfo de Leyte, fue puesto al frente de una fuerza de choque muy particular. Tan particular como indica su nombre en japonés, Tokkotai, “escuadrón de ataque especial”. Lo que en occidente conocemos como pilotos kamikaze.
En febrero de 1945 Ugaki tenía bajo su mando toda la fuerza aérea de la Armada Imperial en Okinawa. En una de las batallas más duras de toda la guerra del Pacífico, Ugaki lanzó una oleada tras otra de ataques kamikaze contra la flota americana, con resultados más devastadores para los propios japoneses que para los americanos. Tras algunos éxitos iniciales que invitaron al optimismo del alto mando, a la hora de la verdad la efectividad del programa kamikaze demostró ser bastante discreta. La idea de un kamikaze = un barco enemigo eliminado, que era la base de esta doctrina suicida, no se cumplió más que en contadas ocasiones. Los portaaviones americanos siguieron siendo los dueños de los mares y decenas de pilotos kamikaze no harían sino morir inútilmente semana tras semana. Los cazas americanos, siempre en aplastante superioridad numérica en los cielos del Pacífico, solían derribarlos antes de que pudieran alcanzar ningún objetivo. Estaba claro que los kamikaze no iban a salvar a Japón de la derrota, pero Ugaki y el alto mando de la Marina no cejaron en su empeño. En verano de 1945, una vez perdida Okinawa y con la task force estadounidense acercándose cada vez más a costas japonesas, Ugaki dio orden de preparar el asalto final. Cientos de aviones y submarinos suicidas se abatirían sobre las naves enemigas. El último y desesperado intento de evitar lo inevitable.
Pero ese combate final no llegaría a producirse. El 15 de agosto de 1945, en una histórica intervención radiofónica retransmitida a todo el país, el emperador Hirohito anunció la rendición incondicional de Japón. El anuncio tuvo lugar a mediodía, y en él instaba a Ejército y Armada a deponer las armas. Pero el almirante Ugaki, por primera (y última) vez en su vida, decidió no acatar la orden directa de su emperador. A las 16:30h, vestido con su uniforme de diario aunque sin insignias de ningún tipo, subió en un avión biplaza Yokosuka D4Y Suisei y partió de la base aérea de Oita en una última misión kamikaze. Otros diez aviones marcharon con él, rumbo a las cercanías de Okinawa, tal y como estaba programado de antemano en el orden del día. En su diario dejó escrito que él no había recibido ninguna orden de alto el fuego de manera oficial. También anotó, acaso a modo de disculpa, que él era el único responsable del fracaso de la estrategia kamikaze.
El último mensaje que se conserva de la escuadrilla de Ugaki es de las 19:24h del mismo día. Avisó por radio a la base de que habían avistado su objetivo, una flotilla americana, y se disponían a atacarlo. Nunca se supo nada más de Ugaki. Los registros de la Marina de guerra de EE.UU. no recogen ningún ataque kamikaze en ese día. Tres de los Suisei que partieron con Ugaki tuvieron que regresar a la base por problemas en el motor; lo más probable es que los otros ocho aparatos restantes fuesen derribados por fuego antiaéreo americano, pero jamás se ha podido confirmar su destino con total certeza.
Lo único cierto es que nunca regresaron. A la mañana siguiente, la tripulación de una lancha americana que operaba por la zona descubrió restos de un aparato estrellado en la pequeña isla de Iheyajima, al Norte de Okinawa. Se cree que podía haber sido el de Ugaki. Los soldados enterraron los cadáveres en la misma playa donde los encontraron. Así terminó la última misión kamikaze de la guerra, con un resultado tan inútil como todas las anteriores. Pero esta tenía un punto de justicia poética. Al despedir a los pilotos suicidas que estaban a punto de despegar, cosa que siempre hacía personalmente, a Ugaki le gustaba decirles que él mismo no tardaría en compartir su destino en seguirlos a la muerte. Al menos, supo ser fiel a su palabra hasta el final.
Colaboración de R. Ibarzabal, de Historias de Samuráis
Fuentes: Blossoms in the Wind Human Legacies of the Kamikaze – M.G. Sheftall, Japanese Aircraft
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Información Bitacoras.com
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En un documental que vi hace unos años en el que hablaban supuestos supervivientes de este batallón, éstos decían que tenían la orden de lanzar sus aviones cuando se quedaran sin munición, pero no tenían ninguna orden de suicidarse. El problema es que, por lo visto, el ejército ahorró eliminando los explosivos del sistema de ignición, provocando el que piloto se estrellara junto con el avión. No sé cuánto de verdad hay en esto, ya que sólo tengo noticias de ese hecho a partir de esa fuente.
que buena historia de estos kamikaze como varios de estos pilotos dieron su vida por un pais.tanta vidas que se perdieron injustamente.
Según tengo entendido por tradición orales familiar (hijo de japonés y paraguaya de origen vasco español)al principio fueron pilotos heridos en combate,aviones averiados sin posibilidad de regresar a su base,los que decidían,ante la seguridad de perecer,los que dirigían sus aviones a las naves enemigase.eso al final se volvió la norma luchar hasta el final gastar todas sus municiones para luego guiar sus aviones a la línea de flotación de los barcos enemigos.
Por último, no es nada misterioso ni «raro»el echo de que el jefe supremo de los TOKKOTAI»siga el mismo camino que sus subordinados,sería una deshonra insoportable el seguir vivo,luego de ordenar a jóvenes pilotos el sacrificio supremo.