El gobierno español se sentía ajeno a la lucha que libraban los principales imperios europeos, y la mayoría de la población era indiferente a los aspectos ideológicos y políticos de la Gran Guerra. A esto se unía la debilidad económica, la incapacidad militar y la delicada situación social. Todas estas causas justificaron que el 7 de agosto de 1914, se publicara un Real Decreto en el que el gobierno de Alfonso XIII ordenaba «la más estricta neutralidad a los súbditos españoles con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del Derecho Público Internacional«. Ayudado por esa posición neutral y el parentesco con ambos bandos (su madre, la reina María Cristina, era de la casa de los Habsburgo, y estaba casado con Victoria Eugenia de Battenberg, sobrina del rey de Inglaterra Eduardo VII), nuestro país acometió durante la Primera Guerra Mundial importantes iniciativas diplomáticas y humanitarias con vistas a paliar el sufrimiento y la desolación que los desastres de la guerra estaban provocando. Haciéndolo, además, sin distinción de bandos. En esta labor humanitaria, en general hoy poco conocida, recordada y divulgada, destacaron sin duda dos importantes personajes: Rodrigo de Saavedra y Vinent, Marqués de Villalobar, y el propio Rey Alfonso XIII a través de la Oficina Pro Captivi (cautivos) financiada exclusivamente con recursos de la Corona.
Villalobar fue destinado a Bruselas en 1913 como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la legación española. Durante la contienda veló por la situación de los residentes españoles en la destrucción de Lovaina, pero también ayudó al pueblo belga, colaborando con las autoridades municipales para evitar que Bruselas y Amberes fueran bombardeadas, intentando evitar deportaciones de civiles, procurando suavizar comportamientos alemanes inaceptablemente duros con la población civil y, sobre todo, liderando un proyecto humanitario titánico dirigido a abastecer con alimentos a siete millones de habitantes de la Bélgica ocupada, incapaz de autoabastecerse y sometida a un estricto bloqueo comercial. Además, obtuvo salvoconductos de la Marina alemana y creó un corredor humanitario para que los buques con la ayuda pudieran cruzar el Canal de la Mancha sin ser atacados y, llegado el final de la guerra, incluso ayudó a los soldados alemanes, negociando con las potencias aliadas el respeto hacia las columnas prusianas durante su retirada. Al término de la contienda, nuestra legación fue elevada al rango de embajada y Villalobar nombrado embajador. Recibió innumerables muestras de afecto por parte del pueblo belga y fue nombrado ciudadano de honor de Bruselas, Amberes, Brujas, Gante y Lieja.
Mientras tanto, Alfonso XIII, para no comprometer la neutralidad española, creó a sus propias expensas e instaló en los áticos del Palacio Real de Madrid la Oficina Pro Captivi, donde llegaron infinidad de cartas y solicitudes desde los más dispares rincones del mundo implorando al rey español que realizara gestiones, a través de sus oficinas consulares, para localizar a sus familiares apresados o desaparecidos en combate. Gracias a la neutralidad de nuestro país, la maquinaria diplomática española podía operar en todas partes, incluso podía llegar más lejos que la Cruz Roja, y así, la Oficina localizó desaparecidos, repatrió heridos, logró la liberación de prisioneros o, si esto último no era posible, consiguió humanizar sus condiciones de cautiverio. La acción humanitaria de la Oficina Pro Captivi —con la intervención personal en muchos casos del monarca español— proporcionó ayuda a 136.000 prisioneros de guerra franceses, belgas, italianos, ingleses, americanos, portugueses, rusos, etc. Repatrió a 21.000 prisioneros enfermos y a cerca de 70.000 civiles que habían quedado en terreno ocupado por el enemigo. Sus colaboradores también realizaron alrededor de 4.000 visitas a campos de prisioneros, y se consiguió un acuerdo entre las partes beligerantes para que no atacaran ni torpedearan a los buques hospitales. Además, también intentó liberar y traer a España a la Familia Imperial Rusa; sin embargo, la Revolución bolchevique frustró sus planes.
Todo comenzó cuando en 1914 una humilde mujer francesa escribió una desesperada carta dirigida personalmente a Alfonso XIII. En ella le contaba que su marido había desaparecido en la Batalla de Charleroi, y que ni siquiera sabía si estaba vivo o muerto, por lo que imploraba ayuda al monarca español. Aquella carta impresionó al rey, que movilizó inmediatamente a sus oficinas diplomáticas en busca de información sobre el paradero del soldado: estaba con vida en un campo de prisioneros alemán. Alfonso XIII envió una carta a la afligida esposa contándole la esperanzadora noticia. La prensa francesa se hizo eco de esta acción humanitaria y ello desembocó en un aluvión de cartas hacia Madrid y, por ende, en la decisión del monarca español de crear la Oficina Pro Captivi, que se convirtió durante los años de la guerra en el asidero de las esperanzas de multitud de esposas, padres, hermanos e hijos. Sin duda, Alfonso XIII se ganó la estima y gratitud de muchas familias involucradas en aquella terrible guerra. Por su labor humanitaria fue propuesto dos veces, aunque sin éxito, al Premio Nobel de la Paz en 1917 y en 1933.
Fuentes: ¡Fuego a discreción!
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Información Bitacoras.com
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Se necesitan ahora más de éstos Javier, no crees?
Un abrazo 😉
Así tendría que ser, pero…
Un abrazo
Muy interesante.No conocía este dato y podrían aprender los gobernanates actuales, que con beuna voluntad y fondos se puede hacer mucho bien.
Y así es como se gana una guerra sin participar en ella, obteniendo el beneplácito de cualquiera de los países implicados. Y es que, como bien dijo Asimov en uno de sus libros, «la violencia es el último recurso de los incompetentes».
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